miércoles, 23 de junio de 2010

Los Destrozos de la Felicidad

No debe sorprender ese desmadre que se produjo tras la celebración del segundo partido ganado por el seleccionado chileno en la Copa Mundial de fútbol. Ya deberíamos aceptar que nuestras convocatorias masivas, invariablemente, incluso por una cuestión de tradición asumida, derivan en esta clase de disturbios que, de acuerdo, son provocados por un grupúsculo específico; pero cuyos integrantes conviven, salvo en estos acontecimientos, en perfecta armonía con el resto de la población, al punto que en más de una oportunidad descubrimos que los hemos saludado reiteradas veces en la calle, o hemos compartido un trago con ellos.

Lo que debiera dar lugar a una interesante reflexión, es el trato dispensado a tales incidentes cuando ocurren en estas eventualidades, en contraste, por ejemplo, a un acto de protesta. Es cierto: la televisión habla en ambas instancias y sin hacer alguna distinción, de vandalismo; mientras la policía y el gobierno no cesan en condenar los saqueos a los locales privados y la destrucción de los lugares públicos, a la par que calculan las cifras de detenidos y de daños, con la promesa de que serán los propios encartados quienes asumirán los costes. Pero, cuando menos en el ambiente, y producto de los antecedentes que caracterizan a uno y a otro desbande, siempre se percibe que en los casos que atañen a celebraciones de triunfos deportivos, hay un trato siquiera sutilmente más blando que en los casos provocados por manifestaciones de reivindicación social. Más todavía, si se considera que en los recientes disturbios, muchos de quienes efectivamente estaban festejando el logro de marras, tuvieron que retener por cuenta propia a los exaltados y entregarlos a Carabineros, peculiaridad que ni por accidente se espera que ocurra en alguna marcha convocada en favor de un reclamo. Lo cual, lleva a concluir que los uniformados actuaron con un celo distinto en referencia a dichos casos, donde a la menor sospecha de provocación -a veces intencionadamente creada por ellos mismos- se abalanzan contra los civiles sin discriminar entre quienes en realidad pretenden empañar la instancia y aquellos que desean aprovecharla de manera positiva. Debe ser porque las citadas reuniones han sido planificadas y se sabe quiénes concurrirán a llamado, al contrario de lo que sucede con el carácter absolutamente espontáneo y repentino que motiva a celebrar un acaecimiento puntual.

Pero existe otro factor, más propio de la mentalidad, no necesariamente del chileno, sino del ser humano en general. Todos nos sentimos bien cuando se expresa alegría y por oposición, la tristeza, y en seguida la ira y el enojo, son emociones que tendemos a evitar. Justamente, una protesta engloba una cierta dosis de rabia contra algo o alguien. Y por tratarse de un acto que pretende ser masivo, tal destinatario acaba siendo la misma sociedad, ya fuere en sus tópicos generales, o personificada en una institución o grupo influyente, como el gobierno o los empresarios. Desde luego, nadie quiere que le espeten culpas sobre las cuales no se vislumbra responsabilidad. Muy por el contrario, el ciudadano medio espera que lo abracen y lo feliciten. Entonces, una celebración común, donde no caben las preocupaciones ni las recriminaciones, por supuesto que es altamente preferida a una reivindicación común. A esto, debe agregarse el hecho de que un evento deportivo, más si trata de una actividad como el fútbol, muy popular y que se practica con equipos relativamente grandes, exalta el chauvinismo más elemental. Y si todos dicen que el país es excelente, los dirigentes políticos, sociales y hasta religiosos se darán por aludidos e imaginarán que en buena parte se debe a su conducción, ya que nos regimos por una democracia representativa. En cambio, si se les recalca en su propia cara que están cometiendo errores, en vez de reconocerlos, tenderán a golpear de vuelta. Y el problema es que tratándose de autoridades que cuentan con todo el aparato del Estado para responder, o incluso reaccionar con conductas cercanas al matonaje, las consecuencias pueden ir más allá de un ojo morado.

Por mucho que nos indignemos cuando una cámara atestigua la destrucción de un ventanal o el despojo injustificado a una tienda, al final existen instancias en las cuales estamos dispuestos a soportar tales hechos, incluso a verlos con un cierto dejo de simpatía, que en otras. Y esto se nota también en la actitud que los tribunales de justicia muestran frente al mismo delito, según se cometa en medio de una manifestación convocada o de una celebración deportiva. Pues en el primer caso, se tiende a encarcelar por más tiempo a los detenidos que en el segundo. Se suele tratar al infractor como a un pobre sujeto a quien se le pasó la mano, como al conductor borracho que atropella a peatones indefensos, o el comensal que sostiene una riña por motivos pueriles con otro invitado y remata matándole. Es más conveniente celebrar que pensar, al menos para los que toman las decisiones más trascendentes.

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