jueves, 10 de junio de 2010

Protegiendo a los Bandoleros

En medio de la vorágine provocada por el Mundial -con su adecuada e imprescindible cantidad de pelotudos-, las sandeces de Piñera y los reportajes residuales sobre el terremoto, hubo un acontecimiento que pasó casi desapercibido por la opinión pública nacional: la detección de nueve funcionarios de Carabineros prestando ayuda logística a bandas que se dedicaban al robo de cajeros automáticos. Todos, por cierto, ya dados de baja (algo que no merece los elogios de las autoridades, los medios de comunicación o el ciudadano de a pie: simplemente es lo que corresponde). Lo cual, sin embargo, no alcanza para disipar las legítimas preguntas que muchos se hacen cuando se descubren bochornos de tal envergadura, que para colmo, se han venido reiterando copiosamente, al punto de que uno no resiste la tentación de juguetear con dos versos del himno institucional y, aunque no calce con el ritmo, escribir: "somos del bandolero el protector".

Además, la proliferación de estas situaciones indeseables es un fenómeno característico de estos últimos cinco años, cuando se han aplicado una serie de normativas que aumentan las penas de cárcel para quien agreda físicamente a un policía (ya sea miembro de Carabineros o de Investigaciones), los cuales, en contraste, han sido dotados de un blindaje legal especial. En consecuencia, el Estado les ha colocado una suerte de aura, cuyo desprecio puede acarrear drásticas consecuencias. Con eso y las causas lógicas, para un joven de estrato social bajo, ser paco se transforma en una opción muy atractiva. Primero, está el asunto del uniforme: limpio, ordenado e imponente; diametralmente diferente a las ropas cuya vida se debe alargar de modo artificial por la ausencia de recursos pecuniarios. Luego, se tiene la ascendencia social garantizada por la entidad que tiene el monopolio de la justicia, lo que no es poco decir. Por otro lado, es un oficio que sólo exige cumplir órdenes, lo cual elimina la opción de pensar (la otra alternativa para superar la pobreza, el fútbol, en el mejor de los casos fuerza la búsqueda de soluciones para eludir al rival): por ende estamos ante una posibilidad que se abre a quienes tienen mediocre rendimiento escolar o no han mostrado interés por terminar su enseñanza regular, algo palpable en el hecho de que, para entrar a Carabineros, basta con haber rendido el segundo medio. Y finalmente, el periodo de preparación es suma y convenientemente corto: sólo unos cuantos meses, antes de salir a la calle con total libertad a dar macanazos a quien se cruce por delante.

Sin embargo, en las mismas facilidades que otorga la llamada "policía uniformada" a los muchachos de sectores más desposeídos, se encuentran asimismo las falencias que a la larga ocasionan situaciones escandalosas del talante que ha motivado este artículo. Veamos. Muchos jóvenes de las poblaciones que ingresan a la institución y los similares que optan por la vía delictual se conocen entre sí. Incluso, puede ser que fueran integrantes de la misma pandilla (en el sentido norteamericano de la palabra: simple grupo de amigos). Un líder de una banda de cacos con labia y carisma, perfectamente es capaz de influir en una persona que ha renunciado a pensar y por consiguiente a actuar por sí misma remitiéndose a la verticalidad de un mando. Y si la oferta de dicho líder es tentadora, sobre todo en términos monetarios (recordemos que en los sectores depauperados la denominada opción de surgir, se torna una necesidad y una constante emergencia), lo más probable es que aquel guardián de pétrea formación se debilite y utilice sus privilegios -que por lo que le han dicho sus superiores, son a toda prueba- en una desviación incomprensible para quienes confían en los organismos policiales.

Lo interesante de los casos de "paco-ladrones" dados a conocer recientemente, es que los funcionarios involucrados respondían al perfil descrito anteriormente: jóvenes con pocos años en la institución, que no estaban involucrados en el delito, sino que ejercían como cómplices y encubridores. Es decir, el típico sujeto que se asume en el escalafón más bajo de una administración vertical, a quien se le ha enseñado a responder únicamente "sí, señor". Más aún: en atracos de poca monta que tanto en el mundo del hampa como en la sociedad convencional son muy poco valorados. De los carabineros, no emergió ninguna innovación. O sea, que han aplicado a cabalidad la instrucción que se les dio, por lo que en el asunto de la formación, al menos de la manera en que está planteada actualmente, no existe mucho que objetar. La preocupación, entonces, va por el lado de la protección legal, que aquí no fue suficiente para separar al chico de sus congéneres, empleándola, incluso, para fines opuestos a los de su auténtica misión. Algo a tomar en cuenta sobre todo cuando el actual gobierno ha prometido sancionar el "maltrato de palabra" contra carabineros o detectives. Pues, como ya se señaló, si bien estos casos se mueven en una marginalidad muy puntual, no obstante están mostrando una reiteración sostenida y que parece, al menos leve e imperceptiblemente (que a la larga es la peor de las tendencias), aumentar. Y atención, que la institución no siempre les pone atajo. Hace algunos años, dos miembros cometieron un desfalco en el Hospital institucional. Siendo, como castigo, convocados a retiro anticipado, pero en caso alguno dados de baja. Ahí se trataba de oficiales de alto rango, sin la educación secundaria concluida, también instruidos en un lapso de meses, y autorizados para golpear a diestra y siniestra. Pero su extracción era de sectores altos; por lo tanto, los vecinos que conocían cometían delitos denominados "de cuello y corbata", que siempre acaban evadiendo los tribunales.

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