martes, 1 de junio de 2010

Disparen Contra la Humanidad

Israel se puede involucrar en un embrollo de proporciones con lo que acaba de hacerle a la flotilla turca que pretendía entregar ayuda humanitaria en la Franja de Gaza. Pues, aunque se hubiese tratado de una iniciativa particular, enviada desde un país musulmán integrista (si bien su punto de vista es completamente diferente al de los islamistas del velo y los atentados suicidas), a cuyos miembros además ya se les había advertido que serían objeto de represalias si osaba acercarse a territorio palestino -lo cual permite acusarlos de provocación-: la exagerada e irracional respuesta militar emprendida por el gobierno israelí supera con creces todos los límites de la aceptación. Matar a diecinueve civiles desarmados, sólo porque se defendieron con insultos, escupitajos y puntapiés, no es algo para aplaudir, menos si la atrocidad se comete en aguas internacionales. A lo cual cabe agregar que Turquía es uno de los contados Estados mahometanas que ha optado por mantener relaciones diplomáticas y comerciales con Israel. Ahora, eso sí: es cierto que todo depende de que los EUA dejen de mimar a sus protegidos y se sumen a la condena de la comunidad internacional, lo cual al menos en primera instancia, parece que no está ocurriendo. Pero personalmente estoy seguro que la nación hebrea, de aquí a unos meses más, verá aumentado su cúmulo de enemigos, y en lo que para sus intereses es peor, producto de causas muy alejadas de los prejuicios raciales.

Es una perogrullada, pero de todas formas vale la pena reiterarlo. El gobierno israelí actúa de manera tan brutal como errada, motivado por el sentimiento sionista, que ha permeado no sólo la política de ese país, sino que igualmente al judaísmo y hasta a la etnia hebrea, en sus más diversas manifestaciones -sefardí, azkenazí, beit-. Se ha llegado a decir, o al menos a aceptar, que el judío que no apoya el sionismo es un traidor a su pueblo, sinonimia aceptada en la actualidad incluso por los antisemitas de la más diversa índole. Lo cual desde luego es un absurdo y no porque las personas tiendan a pensar de manera original y diferente por el sólo hecho de tener un cerebro que no le pide permiso a la religión ni al color de piel. Sino, porque equivale a afirmar que un chileno debe honrar a Pinochet debido sólo a que era chileno, además de que se valió de la retórica de los "valores patrios" para gobernar. Esto ha significado que la autocrítica de los mismos macabeos contra el Estado que dice representarlos, sea escasa, timorata y de bajo perfil. Los pocos que se atreven a levantar la cabeza, son de inmediato acallados con violencia por sus congéneres, con diatribas capciosas sustentadas en el terror dogmático. Medida a todas luces contraproducente, pues sólo ha incentivado a desempolvar las viejas frases de hostilidad que se creían sepultadas, espetadas no únicamente desde las cavernas de la extrema derecha, sino también, y especial y peligrosamente, de una buena cantidad de activistas de izquierda.

Precisamente, ésa fue una de las causas de mayor peso que dio origen al Estado de Israel. Era imprescindible, tras el horror de la Shoah, que los judíos tuviesen su propia representación política, que abogara por ellos a fin de acabar de una vez por todas con las masacres que habían sufrido, las cual no comenzaron con los nazis. De hecho, la institución que más contribuyó a la exterminación de hebreos fue la iglesia católica, que lo hizo de manera sistemática y con metódica presteza por más de quince siglos. Sólo cabe recordar que el Papado culpó a los judíos de la peste negra, actitud que remató en un genocidio que deja a Hitler como un anciano simpático. Ahora, el procedimiento por el que se llegó a armar dicho Estado, debe ser asunto de un debate bastante amplio y profundo. Por el momento, vale consignar que tras la Segunda Guerra Mundial, se barajaron varios territorios. Incluso existió durante cinco décadas una especie de Israel socialista, al interior de la Unión Soviética: el País de los Hebreos. También se ensayaron sitios dentro de Estados Unidos, planificados tanto como entidad autónoma o dependencia norteamericana. Pero finalmente, se optó por el mandato británico de Palestina, quizá porque significaba el regreso a Canaán, la Tierra Prometida, y por mucho que los judíos hayan aportado grandes nombres a la intelectualidad cuestionadora en asuntos relacionados con dioses y credos, la simbiosis que se produce en este pueblo entre raza y religión puede resultar confusa para un novato. Claro que además se agregaron ciertos factores relacionados con la geopolítica, pues a las potencias occidentales, ante la inevitable independencia de las locaciones árabes, requerían evitar toda pérdida futura de poder y al respecto era recomendable alentar la fundación de un país aliado. Dos antecedentes cuya influencia es preciso tener en cuenta equilibradamente si se desea discutir este tema.

Sobre el cual, por cierto, no ha existido una intención de abordar con la objetividad necesaria. Aquí se cruzan demasiadas pasiones desatadas y una historia, la del pueblo hebreo, que características bastante peculiares. Cierto es que Israel ha tenido un comportamiento criminal no sólo con los palestinos, sino hacia todos los países árabes colindantes, transformándose, por propia volición, en un vecino hostil. Pero a la causa de estos últimos, poco aportan actitudes como las estupideces yihaidistas de Mahmoud Ahjmanideyab o los epítetos manidos. Ni siquiera Turquía es un correcto mediador, pues en esto de someter bajo férula a otros pueblos tienen un ancestral tejado de vidrio; si no, pregúntenles a los curdos o los chipriotas. La réplica a las canalladas israelíes debe ser eficaz desde el punto de vista diplomático, lo cual se traduce, al menos de partida, en impedir la resurrección de monstruos a quienes todos les tienen un legítimo temor. Sobre el particular, una adecuada medida de presión, a propósito del Mundial de Fútbol, sería suspender a Israel de las competiciones deportivas, tal como ocurrió con Sudáfrica en los años de la segregación racial.

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