martes, 3 de marzo de 2009

El Derecho de Agredir

Sólo ira puede provocar el discurso de la ministro de educación, Mónica Jiménez, después de enterarse de la agresión sufrida por un profesor por parte de un alumno de dieciséis años en un liceo de La Florida. No por un supuesto afán de " comprender pero no justificar" la acción del adolescente -su opininión en todo caso no pretendió ir hacia allá-, sino porque en sus palabras manifiesta ese cinismo que tanto caracteriza a nuestra clase gobernante, que actúa de una manera cuando es mero testigo de un hecho, pero reacciona de forma completamente opuesta cuando ese mismo suceso la afecta directamente a ella.

Vamos por parte. El sistema educativo chileno esta sentado sobre una base ancestral de características prusianas, similar a la que sostiene al ejército. En ese organigrama, la verticalidad del mando es algo incuestionable e indispensable, por muchas reformas que hayan corrido bajo el puente. Luego, la pirámide esta confeccionada de un modo que deja a la escuela en el último escalafón de la jerarquía, donde estudiantes y maestros permanecen encerrados durante largas y extenuantes jornadas, como perros hambrientos y hacinados en una jaula, dispuestos a atacarse y devorarse mutuamente. El problema radica en que un bando tiene cuarenta integrantes y el otro sólo uno, y mientras éste se siente humillado con su situación, los otros no tienen plena conciencia de su condición de parias, cuestión que les permite, a veces, revertirla en su provecho. El educando sabe que el profesor, al menos para este esquema, sólo vale como autoridad intelectual, mientras que, para el resto de los casos, se encuentra a su altura y si tiene la suficiente fortaleza física y disposición, puede manejarlo como un pelele. Más aún, administradores que sí están en un peldaño superior, le han pedido que exija ser tratado como un igual, pues lo contrario es síntoma de tiranía.

Cuando el alumno está afuera del establecimiento, es el momento en que cae en la cuenta, del peor modo posible, que faltarle el respeto al profesor no es suficiente. Y el ejemplo más claro de golpe de autoridad , en este sentido, ha sido la brutal represión que durante estos tres años han recibido los estudiantes secundarios que han salido a reclamar por la nula calidad de la educación chilena. La cual no se expresa sólo en la disolución de las manifestaciones por parte de la policía, sino también en medidas que se implementaron aprovechando esta coyuntura, como la ley de responsabilidad penal juvenil. Ahí el munchacho es un vándalo, un delincuente o, en el mejor de los casos, un irresponsable que no se dedica a estudiar. Pero cuando agrede a su educador o efectúa acciones matonescas contra sus compañeros, es un niño que necesita la comprensión de toda la sociedad. En conclusión, al mozalbete, para ser escuchado, no le queda otra cosa que dirigir sus protestas hacia seres que están tan desprotegidos como él; así obtiene como garantía, tal vez no la opción de ser escuchado, pero sí la posibilidad de ser primera plana en los medios de comunicación, lo que es significativo a esa edad, y dadas las circunstancias, para el caso resulta lo mismo.

Por supuesto, la ministra, al declamar sus palabras, debe haber recordado la agresión que ella misma sufrió a manos de la menor MMS a mediados del 2008, y que inauguró esta columna de artículos. Ahí, contó con un séquito de indignados que hicieron y escribieron los más diversos acto de desagravio, pidiendo las penas más inimaginables para su victimaria. Espero que dichos coristas mantengan su línea y condenen y repudien este hecho con la misma entereza, que se puede hacer sin estigmatizar al responsable. De hecho, al menor que colocó la puñalada -se me había olvidado mencionar ese detalle- hasta ahora nadie lo ha identificado siquiera con sus siglas, a diferencia de la mencionada MMS, de quien incluso el nombre completo se reveló. Síndrome de que nos enfrentamos a un sistema que hace aguas y cuya situación parece ser irreversible, pero que todavía conserva, porque le conviene y está en su fundación, ese oculto tufillo autoritario, que le permite salvarse cada vez que se le cuestiona

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