miércoles, 11 de marzo de 2009

Ayuda Social o Clientelismo

Uno no cuestiona, o mejor, no puede cuestionar los diversos subsidios que el gobierno de Michelle Bachelet le esta entregando a los más desposeídos, y que incluyen cuestiones tan disímiles y multiformes como un subsidio para paliar las elevadas cuentas de agua y electricidad; un bono para que quienes tienen hijos en la edad escolar puedan costear el uniforme y los útiles, o una distribución masiva de computadores portátiles y de libros, estos últimos, identificados con el pretencioso nombre de "Maletín Literario". Después de todo, los destinatarios de esos beneficios los necesitan, y salvo aisladas excepciones, harán efectivamente buen uso de ellos.

Sin embargo, al oír estos anuncios, cabe preguntarse qué causas llevan a entregar dichas prebendas, que si se analizan desde un determinado punto de vista, pueden incluso considerarse limosnas. Porque, al mismo tiempo que el gobierno muestra un rostro afable y preocupado de los más pobres, aplica un sistema económico despiadado e injusto que afecta a una gran mayoría de los chilenos, siendo especialmente cruel con quienes precisamente reciben estas ayudas sociales. Sin olvidar que la implantación de nuestro modelo monetario tiene una base más ideológica que real. La conclusión que puede extraerse, entonces, es la siguiente: dejen que el paradigma actúe libremente y que genere todos los males derivados de su completo desarrollo, pero que sea el Estado quien recoja los desperdicios dejados por el proceso. Esto último, con la humildad de un barrendero, el paso imperceptible y la voz enmudecida dirigida hacia el suelo. Sólo porque el mercado es incapaz de incluirlos a todos y debe aceptar la intromisión del aparataje público, aunque teóricamente, se supone que esto no ocurre.

Pero esta contradicción se convierte en motivo para hacer una nueva lectura, que guarda relación con el presente y el futuro de los beneficiarios. Es sabido que el capitalismo a la usanza de Chicago tiene una estructura y una vocación excluyentes, y que siempre habrá elementos que queden al margen de su radio de acción, aunque padezcan tal accionar de la peor forma posible. Por ende, si se mantienen las cosas tal como están, es muy probable que los más desposeídos sigan siendo eternamente los mismos desposeídos, una condición que luego heredarán sus hijos. Algo que es aún más grave en Chile, un país donde la consanguinidad y el abolengo son elementos que permean todo el quehacer nacional. Entonces, si por un lado se abre una mano caritativa en favor de un determinado grupo social, pero por otro se le prohíbe acceder a los bienes que, en el actual contexto, todos necesitamos para nuestra superación; tenemos en resumen que un estrato imperceptible pero significativo acabará sobreviviendo únicamente gracias a los obsequios, cebado y sin opción alguna de abandonar su postración. Y conste que no estoy afirmando que dichas personas quieran estar en el barro porque les resulta fácil y cómodo. De hecho, si tuviéramos un modelo económico distinto, ni siquiera opuesto, estoy seguro que estos marginados harían el cambio también. Pero en el marco actual, es algo que no sabemos ni podemos averiguar.

Entonces, la ayuda social empieza a despertar sospechas, y produce el temor de ser testigos de un clientelismo político. Como los receptores son simpre o casi siempre los mismos, hasta nos atrevemos a predecir de qué manera votarán en las siguientes elecciones. Ya se pueden esbozar algunos ejemplos: en la zona occidental de la región del Bío-Bío, el empleo ha disminuido o se ha depreciado sostenida y significativamente desde 1997, pero los candidatos de la Concertación mantienen una alta votación, al punto que conservan las dos plazas senatoriales. Los sentimientos encontrados, ante esta situación, los vive ese estrato social mal llamado la clase media, que alcanza a quedar dentro del sistema pero sufre las mismas humillaciones que los más miserables. Claro: este grupo es infinitamente más amplio, y auxiliarlo conllevaría un vaciamiento de las cuentas públicas. Pero se está elaborando una diferenciación que, si bien existe, es mucho menos pronunciada que la que los personeros gubernamentales nos presentan. Y las clasificaciones en orden decreciente, aún en el contexto de la discriminación positiva, son otro fruto no deseado del actual sistema económico.

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