miércoles, 18 de marzo de 2009

Sangre y Abortos

Por una serie de acontecimientos, hoy se cruzan en el debate público dos temas de carácter científico y médico que ocasionan opiniones encontradas en el mundo religioso: el aborto, en su versión terapéutica, que inevitablemente trae anexo el debate sobre la anticoncepción, y la donación de órganos para transaplantes, al que es imposible no considerar sin adherirle la cuestión sobre las transfusiones de sangre. Lo primero ha motivado la presentación de un proyecto de ley en el parlamento, que a su vez ha ocasionado la inquina intimidante de los mismos de siempre: la iglesia católica y sus poderosos aliados. Lo segundo, en cambio, ha conmovido a un país que no se explica cómo el menor de seis años Felipe Cruzat agoniza teniendo la opción de sobrevivir, siempre y cuando un anónimo generoso acepte extraer el corazón de su familiar recién fallecido. También, ha movilizado a los mismos sacerdotes que se niegan siquiera a discutir la posible despenalización de la interrupción del embarazo, incluso en casos de real emergencia. Y no porque el niño sea hijo de padres devotos que asisten semanalmente a misa y destinan parte de sus buenos ingresos económicos a mantener la obra eclesiástica. Sino porque ven sinceramente en este hecho una negación del derecho a la vida. Coronado, más encima, por la aparición de un potencial donante compatible, una mujer con muerte cerebral oriunda de una zona muy cercana a la cual yo provengo; pero que ya había expresado su rechazo a la cirugía de los transplantes por convicciones religiosas. Las mismas que sus seres queridos, aparentemente de su mismo credo, desean respetar.

Ignoro si estas personas pertenecen a los Testigos de Jehová o a alguna de esas erradas -aunque por fortuna, minoritarias- comunidades evangélicas que reprueban la cesión de órganos basados en supersticiones inconexas y en interpretaciones antojadizas de la Biblia. Mas si en efecto son jehovistas, entonces deberán prepararse para la sarta de insultos violentos que les lloverán, por defender una idea que claramente está equivocada, pero sin la cual su movimiento pierde parte importante de su esencia. Resulta que los vigilantes de La Atalaya no aceptan las transfusiones de sangre porque consideran que el alma y el cuerpo son una sola y la misma cosa, sentencia supuestamente estampada en el Antiguo Testamento. De ahí a su celo contra los transaplantes de órganos -ya dijimos que un hecho conlleva al siguiente- hay menos de un paso, que como buen grupo radical están dispuestos a dar. Cuando un jehovista se enfrenta a un médico o a un cura, ambos lo tratan de disuadir apelando al derecho a la vida. Pero si el interpelado insiste en sus convicciones, los dos, y en especial si el doctor también es católico, lo vituperan y ridiculizan, arguyendo que es miembro de una secta peligrosa que nada a contracorriente de los hallazgos científicos y de la verdad que contienen.

De inmediato nos formulamos todos la misma pregunta: ¿ acaso la iglesia católica no obra con el mismo oscurantismo irracional, cuando niega la anticoncepción, y no acepta circunstancias en las cuales el aborto es tan necesario, que incluso, sin él se pierde una vida? Quizá la diferencia radica en que los Testigos de Jehová son un puñado de pobres e intrascendentes fanáticos, que instan a sus fieles a no participar en política partidista ni a emitir una opinión que no sea un mensaje proselitista. No tienen el dinero ni las influencia de la mayoría de las órdenes sacerdotales, muchas de las cuales muestran un evidente comportamiento sectario. Tampoco son mayoría ni los invitan a participar de una acción de gracias por las autoridades, no cuentan con medios masivos de comunicación, y su historia en el territorio chileno es reciente e insípida. Para colmo no celebran la Navidad, en una época en que los cristianos de todas las tendencias nos esforzamos por regalar los objetos más innecesarios para quedar bien con nosotros mismos y darle un espaldarazo al comercio. Pero todo eso no es motivo para la discriminación agresiva. Lo que corresponde es dialogar con ellos, mostrarles sus errores y si su profesión de fe no considera la posibilidad de un reconsideración, instarles entonces a cambiar de credo. No obstante, ésa es una decisión personal que no puede ser inducida por la fuerza -ya sea física o mental- ni con las burlas descalificadoras.

Ahora, me dirán muchos, la iglesia católica siempre ha tenido la vocación de decir la última palabra, porque cree que es la correcta. Entonces, no nos preocupemos por un movimiento insignificante y centrémonos en resistir y atacar al verdadero enemigo, el que tiene suficiente poder para aniquilarnos. El mismo que durante los próximos días expondrá dos objeciones: contra unos familiares que se mantienen fieles a su sistema de creencias, y contra un grupo de congresales que buscan discutir la eficacia de tales sistemas. En cada caso usará argumentos contrarios y contradictorios entre sí, pero ambos cuentan con el sello de la prohibición y la intolerancia a las alternativas. Algo que, lamentablemente, les queda a los curas como anillo al dedo papal.

No hay comentarios: