viernes, 22 de agosto de 2008

Que el Diablo Te Lleve, Carlos González

Conozco al ex obispo Carlos González Cruchaga. Pero no la cara bonachona que aparece en los medios de comunicación, donde se le muestra como un luchador por los derechos humanos y un benefactor social; sino la otra, la que permanece oculta, porque es la verdadera. Ésa que siempre tenía la expresión tensa, el ceño fruncido y la lengua siempre dispuesta a lanzar un insulto o una amenaza. En definitiva, el rostro de un sinvergüenza que llenó sus cuentas con el dinero que mes a mes le robaba a los modestos estudiantes de la Universidad Católica del Maule, empresa de fachada que creó para su propia conveniencia y la de sus amigotes, una turba de incompetentes que, de otra forma, se habrían muerto de hambre: una supuesta "casa de estudios superiores" carente de infraestructura, material bibliográfico y académicos decentes, que siempre ha estado por debajo incluso de sus pares chilenas, no precisamente ejemplares en lo que a centros de pensamiento se refiere.

Quienes están derramando lágrimas por el cáncer que aqueja a monseñor ( la peste también sufre enfermedades) sepan que la Universidad Católica del Maule
es una entidad que surgió a partir de unas oficinas que la PUC mantenía en la salida este de Talca, que en 1991 fueron traspasadas a la diócesis local y por lo tanto, encargadas al obispo en ejercicio para su administración. González, entonces, nombró un rector títere y comenzó a explotar lo que vio como una mina de oro. Aunque en sus primeros años fue benevolente, su astucia para los negocios, su avaricia o la combinación de ambas cosas lo reveló como el monstruo a quien, por miedo, muchos aún no se atreven a denunciar. Antes de 1994, las colegiaturas eran bajas; pero a partir de ese año, y ya con una buena cantidad de estudiantes, los precios se elevaron en forma geométrica, fuera de que en esa época debutó una exhorbitante matrícula, a la que se le dio el eufemístico nombre de "inscripción". Siendo una universidad del Consejo de Rectores, y por ende, receptora de la ayuda económica del Estado, lo alumnos nos encontrábamos con enormes dificultades en el ámbito monetario, y algunos tenían aportes crediticios de menos del diez por ciento. En paralelo, y para demostrar su fe católica, el prelado impuso el régimen de letras bancarias, con el posibilidad del embargo si el afectado se atrasaba siquiera un mes en su deuda. Desde luego, esto aumentó ostensiblemente la cantidad de recursos; pero las inversiones en el plantel eran, cuando no escasas, simplemente nulas. Muchos ni siquiera iban a pedir un libro a la biblioteca, porque había carreras completas que carecían de material. Dónde fueron a parar esos fondos es una pregunta que hasta ahora nos formulamos. Tenemos pruebas contundentes para sospechar, sí, que engordaron los bolsillos de González, del rector Roberto Montecinos ( un vago que después de ser descubierto intentó meterse en política), y de la montonera de matones que ambos nos echaban encima cada vez que reclamábamos legítimamente nuestros derechos, y entre quienes se encontraban profesores y becarios deportivos que pasaban borrachos y jamás asistían a clases, no obstante egresar con las máximas calificaciones.

Este hecho es común a todas las universidades católicas que dependen de los obispados locales. De hecho, en Temuco y Concepción esto ha sido y todavía es mucho peor. Pero el agravante de Talca, es que se trata de una ciudad menos cosmopolita, con pocas opciones de expresión, y donde la modorra social que caracteriza a aquellas zonas que se encuentran bajo la influencia de las sotanas, se deja sentir en el aire. Los dirigentes estudiantiles que pasaron por la federación, fueron permanente objeto de hostigamiento, víctimas de un obispo que los llamaba cada cierto tiempo a su despacho, sólo para decirles que los expulsaría de la universidad si continuaban representando a sus compañeros; y no olvidemos, en Chile, ningún lupanar de estudios superiores acepta a un estudiante que ha recibido tal clase de sanción. Pero además, les advertía que, en el futuro, les iba a bloquear todas sus posibilidades laborales, cuestión que no era un simple escupitajo, pues este siniestro individuo empleó sus tres décadas en que estuvo frente a la diócesis para, además de robar, tejer redes en torno a los círculos de poder, que en Talca, por otro lado, son muy reducidos y muy específicos. Todavía hay quienes tienen esta amenaza sobre su cabeza; cosa no menor, si se considera que en esta ciudad siempre ha imperado una mafia católica de la peor calaña, y que ha impulsado al propio González, como una muestra de su desfachatez y de su seguridad, a hablar de la misma forma en que lo hacía el padrino Vito Corleone.

Por ota parte, es hora de derribar el mito. Carlos González sólo empezó con los derechos humanos en 1981, al igual que todos los obispos de provincias. Como en esos años la PUC y otras instituciones eclesiásticas se dedicaron a instalar filiales de sus establecimientos educacionales, los caudillos locales vieron con estupor que se cernía una potencial amenaza a su poder. Sin embargo, como estas entidades eran de opinión favorable a la dictadura militar, no les fue difícil elaborar una estrategia de contrataque. Los Tomás González, Carlos Camus, Jorge Hourton, Fernando Ariztía, Raúl Silva Henríquez... no son más que caritas risueñas que, si no esconden la mayor de las hipocresías, sí tienen un vasto tejado de vidrio. Yo no celebré la muerte de Pinochet con champaña, porque el tirano se fue sin recibir un solo juicio por sus tropelías. Con el canceroso emérito va a ser peor: lo despedirán como el héroe que jamás fue, y ésta se transformará en la muestra más cabal del alma fascista de Chile. El único consuelo que nos queda es ver el alma podrida de González en la condenación eterna, donde ya se encuentra su líder espiritual Karol Wojtyla, además del jerarca a quien en público le lanzaba diatribas, pero que en privado le besaba, cuando no le lavaba, los pies

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