domingo, 10 de mayo de 2015

El Eterno Retorno de los Viejos

Las vicisitudes por las cuales está atravesando el gobierno, las cuales ya han provocado el anuncio de un cambio de gabinete, han impulsado a ciertos analistas a resucitar una propuesta que siempre se saca a colación en estos casos, y que debamos admitirlo, en casi todas las ocasiones anteriores ha terminado por imponerse. Se trata de la exigencia de que el mandatario de turno elija a sus ministros entre figuras conocidas, de la vieja guardia o legendarias, ya que éstas cuentan con la experiencia y la habilidades adquiridas necesarias para sacar la administración de lo que, al fin y al cabo, es una crisis. Una alternativa que toma un tinte bastante peculiar en la actual coyuntura, pues la legislatura en ejercicio ascendió al poder en medio de una gran cantidad de expectativas respecto a una serie de reformas profundas en el sistema económico, social y político que rige al país, acompañadas además por un discurso que hace énfasis en el recambio generacional como muestra e impulso a su vez de una urgente renovación de la estructura nacional, la misma que los más antiguos, a no se atrevieron a corregir o la dejaron como estaba porque descubrieron que les convenía a sus intereses personales.

¿En qué se basa esta enésima solicitud de regreso de los viejos? El subterfugio más visible insiste en que ellos son menos propensos a cometer errores que en definitiva afectan a la totalidad de los ciudadanos, pues se trata de la conducción del país. Sin embargo, enseguida cabría preguntarse: ¿en qué han fallado los en teoría más jóvenes, neófitos o inexpertos? Si lo miramos con objetividad, notaremos que las calificadas de equivocaciones, en realidad constituyen choques entre quienes desean modificar aspectos del sistema -ni siquiera remover sus pilares estructurales ni mucho menos cambiarlo por completo- y aquellos que por distintas causas -temor a lo desconocido, prejuicios ideológicos o simple conveniencia- han hecho lo posible durante estos meses por mantener las cosas como están, o en el mejor de los casos han hecho ofrecimientos muy tibios destinados a contrarrestar los que les provocan rechazo, y que son de carácter visiblemente cosmético y publicitario. Es un desafío, además, contra un paradigma que ha funcionado -bien, dentro de sus propios parámetros- por décadas y que al menos en apariencia sólo ha significado beneficios a la sociedad. Transformar incluso algunos pocos recovecos, al calor de ese análisis -aceptado por buena parte de las élites y un número significativo de la población- resulta un camino descabellado que puede arrastrar a la nación al desastre.

Sería, pues, ésa la principal acusación que se le podría formular al llamado impulso juvenil. El de creer que con sólo la fuerza y el vigor se pueden derribar muros, que por su parte cuentan con un importante contingente humano que los defiende. Si se busca realizar reformas significativas, desde luego que bajo cierta lógica se es propenso a cometer equivocaciones, pues el parámetro medidor surge justamente a partir del paradigma que se desea modificar. La sentencia que dictamina que los viejos jamás yerran, contiene por ende elementos capciosos, truculentos y malintencionados. Por supuesto que nunca dejarán de acertarle al blanco. Están tomando decisiones dentro de un sistema respecto del cual, si no participaron en su diseño, se han aclimatado perfectamente en él, y por lo tanto ya saben a qué atenerse en el momento indicado. Se las saben por libro, aseveraría el refranero popular, y no les cuesta enarbolar una solución porque las han memorizado. Y como todo está instaurado desde hace un buen tiempo, no requiere de demasiado movimiento, es más: siempre se trata de regresar las cosas a su sitio de origen. Diferente a quien llega con una oferta novedosa, quien por obligación debe adentrarse en caminos desconocidos y con un dedo inquisidor insistiendo en por qué abandonó un modelo que era seguro porque había dado excelentes resultados.

El asunto final es preguntarle a los viejos qué pasará con esto cuando ellos desaparezcan físicamente o ya no estén en condiciones de tomar las riendas del país. Quedarán detrás una serie de generaciones pobladas por amedrentados, sin atrevimiento para cambiar situaciones visiblemente anómalas y con escasa capacidad de atrevimiento incluso para sostener el statu quo. Nadie los está tratando de anticuados o calificativos por el estilo. Pero estos a quienes muchos catalogan de mozalbetes inexpertos, ya cuentan con experiencia en el servicio privado -que es un factor a considerar- e incluso en el público, trabajando por años como asesores en las sombras. Y eso último, aunque no se vea, constituye un modo de acumular experiencia.

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