sábado, 4 de abril de 2015

La Frivolidad y La Oquedad

Las locas se volvieron locas cuando los frívolos propietarios de Dolce & Gabanna, una diseñadora de ropa italiana, manifestaron en una entrevista su oposición a la adopción de niños por parte de parejas homosexuales y el respaldo a lo que ellos denominaron "familia tradicional", entendida como un matrimonio entre mujer y varón con no muchos, pero sí algunos hijos, y de preferencia biológicos. Para respaldar sus opiniones, recurrieron a los manidos argumentos de los grupos que rechazan cualquier mecanismo tendiente a regular las relaciones entre componentes del mismo género, entre ellos, aquel que asevera que los niños criados en hogares homoparentales, por el sólo hecho de no conocer de primera fuente una de las dos formas más reconocibles de la humanidad -y de la gran mayoría de las especies terrestres, en realidad-, devendrán irremediablemente en adultos con formación incompleta y por ende errada y tergiversada. Las declaraciones cayeron como una bomba atómica sobre los integrantes de los colectivos gay, no sólo porque este par de confeccionadores de vestimentas son dos afamados empresarios y sodomitas -incluso estuvieron juntos durante mucho tiempo-, sino porque también sus prendas son muy apreciadas entre esta clase de colectividades, al extremo de constituir un perenne punto de referencia.

Aunque dicha situación podría cambiar de aquí en adelante, en especial porque no han faltado otros homosexuales, igualmente muy reconocidos, que han llamado a dejar de comprar lo elaborado por estos diseñadores, así como le han exigido tanto a sus pares como a los heterosexuales que los comprenden, que ya no les dirijan la palabra. Una actitud que ha levantado su propia polvareda. Pues muchos se formulan una legítima interrogante acerca de qué pasa con el discurso de la diversidad que con tanto esmero han enarbolado los gay en pro de que los grupos reaccionarios y religiosos al menos los acepten tal como son. Bandera de lucha que por otro lado esgrime que una sociedad democrática y civilizada es una que respeta a las minorías y que trata de hacer todo lo posible para que cada persona pueda vivir dentro de ella de acuerdo a sus propias particularidades y defectos. Precisamente ésa es una de las lógicas que se ha utilizado con mayor ímpetu cuando alguien sale a atacar las legislaciones en favor del llamado matrimonio igualitario arguyendo que se trata de cuerpos judiciales destinados a unos pocos. Hoy, sin embargo, los mismos afeminados se colocan en la vereda de enfrente, donde según varios de ellos se han instalado desde hace siglos quienes gustan de arrojarles piedras, y les lanzan los guijarros a dos de sus similares por expresar un pensamiento disidente, no calificado así por ser más extraño de encontrar, sino porque no suele ser incluido en los debates o las discusiones públicas. Y parece que esto lleva aparejado el miedo a que quienes comparten la visión de Dolce y Gabanna, estimulados por estos empresarios de prestigio, a su vez comiencen a sacar la voz y acaben demostrando que el conglomerado no era tan unido como se imaginaba.

Porque a fin de cuentas se trata de eso: de intentar acallar al distinto. Y además de condenarlo tachando su opinión de incorrecta y atentatoria contra supuestos derechos que han costado siglos conquistar. Una sanción de orden moral, en definitiva. Equivalente a la de aquellos odiosos grupos religiosos que usan calificativos como pecado, inmundicia y abominación. No obstante, ¿puede ser considerada esta conducta, de una mayoría contra una minoría formada por lo demás por semejantes, como un hecho aislado, un momento pasajero o una explosión emocional a causa de una declaración inesperada? La verdad es que ya hemos sido testigos de muchos berrinches de autoritarismo de parte de los colectivos gay en el último tiempo, provenientes del engreimiento que en algunos ocasiona la sensación de triunfo y de que están las posibilidades para voltear la tortilla, tras muchos años -hay que recalcarlo- de sufrimientos injustos. Una muestra de ello es lo que está acaeciendo en Europa, donde los homosexuales, no contentos conque se apruebe el denominado matrimonio igualitario en varios países de ese continente, ahora están negociando con los sectores políticos la promulgación de leyes que los protejan especialmente, cosa que ya ha acontecido en la región española de Cataluña y está a punto de suceder en Italia (curiosamente, dos lugares cuya historia se ha caracterizado por episodios de intolerancia, debido más que nada a la férula de la iglesia católica), las cuales pretenden impedir incluso que quienes consideran sus prácticas como pecaminosas sean encartados y arrestados, pese a contar con una detallada declaración de principios y argumentos interesantes para respaldar tal postura.

En toda esta pataleta existe una interesante contradicción. Los homosexuales, al menos en las últimas dos décadas, han buscado parecerse al resto y en tal sentido han hecho todo lo posible por eliminar esa caricatura del afeminado cómico que sólo sirve para alegrar la fiesta. En ese afán de demostración, es que vienen presionando para que más países aprueben el matrimonio entre congéneres y la adopción infantil -o la inseminación artificial liberada, en el caso de las parejas de lesbianas-, pues a la larga eso los acerca lo más posible a la llamada familia tradicional. En ese contexto, Dolce y Gabanna, ligados a una actividad que siempre se ha considerado propia de amanerados, pertenecen al universo del gay frívolo clásico. Tal vez por ello deseen desterrar las opiniones de estos diseñadores. Pero no toma mucho rato para que empiecen a molestar con su supuesta condición de especiales y se pongan a insistir en la aprobación de leyes de protección como las mencionadas en el párrafo anterior. Una conducta ambivalente, que responde a un momento específico, y que al no contar con argumentos sólidos y acciones coherentes, pasa de la frivolidad a la oquedad.

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