miércoles, 11 de septiembre de 2013

La Integridad y la Descomposición

Más allá de que producto de las consecuencias del golpe militar de 1973 hoy se pueda distinguir a un grupo de chilenos que fueron víctimas y a otro compuesto por agresores, lo interesante en la actualidad es observar la manera en la cual han evolucionado los integrantes de cada uno de los respectivos bandos. En especial, cuando se constata que el presente es más auspicioso para quienes sufrieron las vejaciones propias de la represión política que para aquellos que en los años oscuros se erigían como los triunfadores y en muchos casos tenían la facultad de aplicar los tormentos en contra de los primeros.

Pues las personas que permanecieron por extensos periodos de tiempo en los calabozos de la dictadura, incluso quienes fueron objeto de los secuestros perpetrados por la infame DINA, donde permanecían incomunicados a la más absoluta merced de sus captores, al menos han sido capaces de mostrar una integridad y una dignidad que se percibe como honesta. No sucede lo mismo con los carceleros, quienes parecen sentir efectos muy similares a la llamada sicosis de posguerra. Varios conviven con sus mentes destrozadas porque no soportan recordar la época en donde suministraban torturas en muchas ocasiones a su propio arbitrio. Otros están presos de un remordimiento igualmente incontrolable, y muchos se hallan con un constante temor a la venganza, pese a lo demoledoras que resultaban ser las acciones de disuasión que aplicaban, y al hecho de que aún cuentan con una determinada cuota de poder, cuyo ejemplo más plausible es el que habiten de manera holgada en buenos barrios. Trataron de desintegrar a sus rivales indefensos de un modo que asegurase la total aniquilación, y sin embargo la solidez de los atacados, que sobrevivió por sobre la desaparición física de éstos, los acabó por descolocar y finalmente descomponer. Y es una realidad que trasciende la coyuntura judicial actual, en donde algunos violadores de derechos humanos han terminado en la cárcel (qué va: están recluidos en recintos que no son prisiones convencionales, sino auténticos centros turísticos), ya que su reacción frente a tal escenario puede ser analizada como un simple afloramiento de sus miedos más ancestrales.

¿Por qué acaece esta situación, donde los que administraban tormentos con el propósito de derribar de modo físico, moral e intelectual a sus adversarios, al cabo de unas décadas se transforman en las casi exclusivas, al menos en términos de conciencia, víctimas de dichas aberraciones? Quizá la explicación guarde una estrecha relación con aspectos propios de la mentalidad y la personalidad. Quienes padecieron los horrores de la dictadura eran personas que ya contaban con una integridad bastante sólida producto de sus convicciones ideológicas, que independiente de los comentarios que consigan motivar -los cuales son tema para un debate, pero jamás deben ser parte de un proceso de exterminio- poseían una incuestionable reciedumbre tanto práctica como teórica. En cambio, sus carceleros sólo estaban con el afán de destruir, sin haberse dado el trabajo -que no necesitaban por tratarse de agentes legitimados por el Estado- de edificar un proyecto ideológico siquiera básico. Y es claro que cuando no se tienen cimientos el ser humano corre el riesgo de precipitarse a un vacío desconocido. A eso se debe añadir que la elaboración de un paradigma constituye un ejercicio mental que abarca años, mientras la mera destrucción es más bien una conducta que obedece a factores puramente emotivos e irracionales, sitios desde los cuales también afloran los miedos, a veces muy infundados como los temores infantiles que son comparables a la conducta contemporánea de algunos antiguos torturadores. Los que además no obraron definiéndose a sí mismos como un engranaje dentro de un proyecto histórico común, sino por órdenes o encargo de otros -los que por su propia conveniencia no querían que avanzasen las propuestas del gobierno de la Unidad Popular- sin vislumbrar un beneficio concreto a causa de sus malabares.

Antecedentes que han terminado por relegar a los otrora poderosos agentes a una oscuridad muy semejante a la de las mazmorras donde aplicaban tormentos. Al final de la vida, uno cae en la cuenta de que construyendo queda algo por lo cual el resto de la humanidad lo recordará. Pero si todo es destruido, entonces sólo hay vacío. O en el peor de los casos, edificios artificiales que no le pertenecen o que siente que no le pertenecen. Lo que para el caso es lo mismo.

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