jueves, 4 de julio de 2013

Préstamos Bancarios o El Ecumenismo de la Infamia

Mientras escribo este artículo, aún está fresca la noticia del golpe de Estado dado por el ejército de Egipto en contra del presidente Mohamed Mursi, el mismo que había subido al poder hace un año como consecuencia medianamente directa de las protestas callejeras que tuvieron lugar en ese país y que fueron presentadas a nivel internacional como el emblema de la mal llamada "primavera árabe", y que en el plano local inmediato, acabaron con tres décadas de mandato de Hosni Mubarak, un político de orígenes socialdemócratas y laicos, perteneciente al mismo partido de Abdel Nasser, colectividad que tuvo un rol preponderante primero en la independencia de Egipto y luego en la recuperación del canal de Suez. Ahora, la historia se está repitiendo en un sentido opuesto, pues los militares, igual que en aquella ocasión, acaban interviniendo en medio de una rebelión popular y expulsan del gobierno a un dirigente de la Hermandad Musulmana, grupo religioso de cuño conservador -al estilo islámico- que se había constituido por una cuestión de lógica en la oposición más visible al antiguo régimen.

Desde el inicio se captó que el camino a seguir por Mursi iba a ser el mismo de todos los engendros surgidos a partir de las manifestaciones que se suscitaron en ese sector del planeta durante el 2011: del entusiasmo de una catalogada como primavera árabe a la realidad de un invierno islámico. Fue aprobada una constitución que privilegiaba las visiones más extremistas de la religión mayoritaria, a manera de contraste con medio siglo de administraciones regidas por "infieles" que habían tratado de mantener la moderación en temas confesionales a base de policías políticas y detenciones extrajudiciales, las cuales desembocaron en la ruina económica. A manera de asegurar la redención divina, se impusieron leyes morales acerca del atavío tanto de mujeres como de varones, y se persiguió con especial denuedo a quienes profesaban otros credos, sobre todo a los cristianos, quienes a través de la iglesia copta sostienen una presencia en el territorio que se remonta al siglo II. Dichas intervenciones punitivas y correctivas no tuvieron una expresión tan expuesta como sucedió con los talibanes de Afganistán o con la revolución de Irán -esta última, situada en términos políticos, al frente de la Hermandad Musulmana. Sino que se comenzaron a implementar de modo semejante al de los gobiernos conservadores de Europa o Estados Unidos o como la ha llevado adelante la actual legislación de Turquía - que en las recientes semanas también ha sido objeto de protestas-. Esto les permitió a las nuevas autoridades egipcias contar con el beneplácito de sus pares europeos y norteamericanos, quienes hicieron la vista gorda de diversas atrocidades -quema de templos cristianos y agresiones a disidentes-, entre otras cosas, porque la erección de este régimen constituía una muestra del arribo y la perenne permanencia de la democracia.

Sin embargo, es penoso constatar que la causa primordial que empujó a las potencias occidentales a elogiar al gobierno de la Hermandad Musulmana fue el dinero. Resulta que Egipto arrastra una crisis económica que se extiende por varios años y que se ha agravado de modo decisivo tras la recesión de 2009. Es, de hecho, este antecedente el que ha motivado el descontento callejero que en poco tiempo ha tumbado dos legislaturas. Una de las proposiciones que se le formularon al país fue la aprobación de parte de bancos y naciones del primer mundo de un contundente préstamo, a cambio de efectuar los correspondientes ajustes que incluyen aumento de los impuestos y disminución de la inversión pública. La misma fórmula que en el pasado hundió a territorios como Argentina, y que en la actualidad está afectando de forma invaluable a la propia Europa. Mursi había llegado a un entendimiento muy cabal con los expositores de la oferta, pese a ser un observante muy devoto de una religión que entre otras proscripciones rechaza la entrega de créditos a interés por considerarlo un abuso hacia los más débiles (hecho que se suscitaba con claridad en la coyuntura egipcia). Los eventuales prestamistas, a su vez, trataron la eventual concreción de la alianza monetaria como un acercamiento entre dos credos que a la luz de los acontecimientos más recientes aparecen como antagónicos en el panorama internacional. Desde luego que se trata de un subterfugio para justificar lo injustificable. Pero no deja de ser interesante mencionarlo, a modo de percibir un tipo de actuación que es bastante común entre grupos reaccionarios que se promueven odio mutuamente, pero que son capaces de darse la mano cuando el asunto trata de billetes.

Por cierto, uno como cristiano espera que se termine con la persecución violenta que durante el último año ha afectado con especial delicadeza a los hermanos egipcios. Pero como persona (y también en base a principios que comparten tanto los seguidores de Jesús como los de Mahoma), también desea que no se concrete aquel empréstito que lo más probable es que arrastre a Egipto a un abismo mucho más profundo del que hoy se encuentra. En definitiva, que quienes no aceptan alguna forma de ecumenismo, terminen finalmente tolerando, a modo de imprescindible excepción, el peor de ellos: el de la infamia.

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