jueves, 18 de julio de 2013

La Entrada Triunfal de la Depresión

Sin lugar a dudas, los sicólogos y siquiatras deben ser quienes más se frotan las manos con el anuncio del ahora ex candidato presidencial derechista, Pablo Longueira, quien mandó a sus hijos a anunciar su decisión de no perseverar en esa carrera alegando una depresión. Que la palabra se instale en los noticiarios de los principales medios de comunicación del país ya representa un significativo triunfo, y no sólo porque tras la comidilla de toda la política local vengan endosados los inevitables reportajes de rigor que detallan las características de esta supuesta enfermedad.

Pues porque, antes que nada, se trata de un paciente que cuenta con un grado de intervención muy importante en el quehacer nacional. Un candidato presidencial, es necesario repetir, que representaba al segundo bloque político del país, el cual además hoy ejerce el gobierno. Que se ganó ese derecho tras una reñida elección primaria en donde todas las proyecciones lo daban por derrotado. Una batalla épica, en definitiva, que por lo mismo fue capaz de generar en torno suyo una gran cobertura mediática. Factores que consiguen acaparar la atención de los menos interesados, incluso varias semanas después de ser conocido el nombre del vencedor. Todo, en el contexto de la actual situación de los conservadores criollos que parecen estar condenados al desastre en los comicios de noviembre, lo que ha generado a su vez curiosas expectativas en la opinión pública, en el sentido de la habilidad que es capaz de mostrar este conglomerado en el afán de intentar revertir lo que se vislumbra como un destino fatal al estilo de una tragedia griega. Destreza que por cierto, en todo este tiempo ha permanecido ausente, lo que ha aumentado el morbo entre los espectadores y los mismos encargados de la prensa. Un panorama, en definitiva, propicio para insertar un nuevo elemento, en este caso de origen siquiátrico, ajeno al devenir de los acontecimientos, que obliga a realizar un desvío extremo en la trama pero que no resuelve los problemas de fondo -derivados justamente de la asombrosa incapacidad expuesta por los políticos derechistas durante los meses recientes-, con lo cual se alarga la telenovela con el actor recién insertado como protagonista primordial.

Fuera de esto, se halla el hecho de que Longueira es un integrante de la derecha conservadora chilena, que tiene una especial ligamiento con la iglesia católica, el cual les permite a sus miembros reforzar sus convicciones ultramontanas y enseguida sentir que el resto de la población debe acatarlas a pesar de que no las compartan. Imposiciones que abarcan diversos campos: el moral (impedimento de discutir sobre el aborto, siquiera terapéutico; tratamiento suspicaz de los métodos anticonceptivos; oposición a cualquier instancia legal que regule la relación de las parejas homosexuales), el político (férrea defensa de supuestos logros de la dictadura de Pinochet) y el social (mantenimiento del sistema económico a pesar de sus evidentes brechas entre clases). Son personas que se ven a sí mismas como la reserva ética de la nación, condición que se refuerza por su pertenencia a los estratos más pudientes y la estrecha relación que mantienen con el alto clero, cuyos componentes, aunque no les expresen un apoyo abierto, no obstante suelen formular opiniones coincidentes. Para los sicólogos y siquiatras, penetrar en estos grupos que por su sola orientación resultan herméticos y demasiado inmutables en sus ideas, es un paso decisivo. No sólo porque de algún modo dejan entrever que hasta los enviados de lo alto y que por ende parecen contar con investiduras de hierro al final también se tornan vulnerables, sino porque otrosí, obtener la venia de estos sectores les acarrea la opción muy clara de ser legitimados y hasta recomendados por una suerte de guías espirituales (y no importa si éstos sólo son auto proclamados, que a fin de cuentas poseen el poder económico y la influencia general para sostener el engaño). Y más si se trata de curar a un líder tan vistoso, que además en su vida y trayectoria ha dado muestras de una reciedumbre tanto física como intelectual a toda prueba, que le ha permitido salir airoso de todo obstáculo que se le haya puesto por delante.

Longueira, el forzudo de contextura gruesa, que vive en una mansión rodeado de su esposa y sus siete hijos, que ha dirigido durante décadas el partido político con más votantes en el país, que supo ser duro en ciertos momentos mientras en otros fue capaz de llegar a acuerdos con los mismos a quienes antes les había expresado odio a muerte, que no trepidó en inmolarse para defender a un par de correligionarios que fueron acusados de pedofilia, que se ha paseado por las barriadas más pobres pese a integrar un sector mirado con recelo en esos mismos arrabales debido a las circunstancias históricas... Ese Longueira empero no consigue hacerle el quite a una depresión. O sea que al final todos estamos expuestos. ¿Qué nos queda, pues? Confiar en los sicólogos y siquiatras que nos llenarán de pastillas que ellos aseguran nos sanarán, lo que les agradeceremos aprobando reformas legales que en el largo plazo rematarán en el Estado terapéutico, versión futura de lo que hoy conocemos como Estado policial y de lo que antes fue el Estado absolutista.

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