jueves, 18 de abril de 2013

RPD Corea: No Hay Defensa Sin Un (Buen) Ataque

Partamos sosteniendo una realidad empírica. Las amenazas bélicas de Kim Jong-Un, el actual gobernante de la RPD Corea, son de un nivel tan patético y caricaturesco que resulta inevitable dejar de retrotraerse a aquella secuencia de "Doctor Insólito" en la cual un miembro de la fuerza aérea norteamericana termina cabalgando como vaquero sobre el proyectil nuclear expulsado del avión que tripulaba. Lo peor de todo, es que el chiste resulta mucho más efectivo, con sólo echar un vistazo a la situación actual, si se lo dibuja al estilo de esos murales que mezclan el arte tradicional oriental con el realismo socialista que pululan por las calles de Pyongyang. Las personas que cuentan con un mínimo grado de información acerca de las coyuntura social, económica y militar de los diversos países del Sudeste Asiático, independiente de la tendencia ideológica que profesen, no pueden sino sentir vergüenza ajena, y además de mirar con un profundo grado de decepción a la comunidad internacional, absorta por una situación ridícula, olvidando atender temas que son más importantes y más urgentes de sortear.

La mayoría de quienes han opinado sobre los griteríos de Kim Jong-Un, han aseverado que este gobernante busca entregar una imagen de firmeza, con el propósito de que se levanten las sanciones económicas impuestas a su régimen por las potencias occidentales, que como en todos los casos anteriores, usan el pretexto de la falta de democracia para ocultar otro tipo de finalidades. Con esos supuestos análisis, intentan aportar un grano de arena a hundir aún más la ya alicaída imagen de la RPD Corea, valiéndose de la sensación de ridiculez que en un ciudadano pedestre provoca el hecho de que un determinado país busque que lo dejen en paz recurriendo a amenazas bélicas. Sin embargo, para comprender lo que está ocurriendo es necesario regresar en el tiempo a 1953, cuando esa península del Sudeste Asiático fue dividida en dos administraciones, una comunista por soviética y otra cercana a Estados Unidos, de más está decir que en el contexto de la Guerra Fría. Dicha participación se suscitó como consecuencia de una cruel guerra que duró tres años y que en términos técnicos aún perdura, ya que fue interrumpida mediante una tregua, que es un acuerdo de orden temporal, y no con un tratado, que sí es un documento escrito de carácter permanente (a propósito, recordar el caso de la Guerra de los Cien Años, en Europa, que estuvo paralizada treinta y cinco años debido a una tregua, pero que luego se reanudó). La idea subyacente en ese compromiso fue que se estaba en presencia de una nación que a causa de las vicisitudes históricas requería tener dos gobiernos, misma interpretación que se ha formulado en la polémica entre Taiwan y China. Pero que tarde o temprano debía unificarse, de acuerdo al sistema que se eligiera o que se mostrara como el más apto.

No obstante, en sesenta años ha corrido tanta agua bajo el puente que simplemente se puede hablar de dos pueblos distintos y en consecuencia de dos naciones diferentes. A cambio, ambas se encuentran atrapadas por un arreglo que en la actualidad resulta anacrónico e incapaz de responder a las necesidades contemporáneas. La paradoja es que la tregua de 1953, pensada como un primer paso hacia una eventual paz duradera, es justamente el mecanismo que impide llegar a tal puerto. La lógica de ese acuerdo consistía en que los coreanos, segregados por motivos políticos, al final consiguiesen estrecharse la mano y abandonar rencillas creadas por potencias extranjeras, en el marco de un enfrentamiento por la hegemonía que ya no existe. Pero precisamente es la extinción del contexto que la sustentaba, lo que a la postre lo ha transformado en una joroba. Hoy, cuando el sentido común recomienda hablar de dos pueblos, la comunidad internacional insiste en que se debe tender hacia uno solo. Y bajo esa presión las autoridades de ambos Estados actúan del modo más simple, que precisamente retrocede a la zona a la época de la reyerta entre soviéticos comunistas y norteamericanos capitalistas. Pues cada uno busca menoscabar cuando no aniquilar al otro. La RPD Corea por supuesto, pero también la R Corea que fue quien en realidad comenzó este tira y afloja llevando a cabo ejercicios militares conjuntos con los estadounidenses. Es un modo de expresar reciedumbre frente a algo que se ve inevitable, como es la unificación. Donde, como ya ocurrió en Alemania, un sistema prevalecerá sobre otro y por ende se tratará de una simple anexión. No es un asunto de premonición, sino que se trata de un razonamiento que se puede elaborar a partir de las conversaciones de 1953, que se valen de la idea de consolidar todo merced al triunfo bélico, aunque se insista que ese tiempo ya pasó.

Por ese motivo es que Kim se encuentra en esta parada. Si elaborara una propuesta de verdadera paz, no sólo estaría dando una sensación de debilidad, sino que su gesto podría ser interpretado como un desconocimiento del pacto de tregua. Lo mismo vale para la R. Corea. De hecho, ambos países a la fecha reclaman el territorio de su vecino y adversario como propio. Se ven obligados a hacerlo, en respuesta a un absurdo fomentado por la comunidad internacional, que llama a superar situaciones que se presentan como extemporáneas acudiendo a resoluciones que justamente entraban el entendimiento por originarse en esas rencillas del pasado que tanto se intenta erradicar. La verdad es que sería más efectivo si finalmente se acepta que hay dos países con una idiosincrasia absolutamente consolidada en la península coreana. Además casos similares abundan en el mundo: hay dos Sudán, dos Congo, dos Irlanda, tres Guinea, incluso los mismos alemanes están repartidos entre la nación homónima y Austria. ¿Por qué no repetir lo mismo aquí? Sería la mejor solución para solucionar el que es considerado el último resabio de la Guerra Fría.

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