miércoles, 3 de abril de 2013

Premio Por Jugar a la Mamá

Las campañas electorales, en especial el esfuerzo por captar votos con el afán de ganar la contienda, lleva a más de algún participante a cometer acciones que en otro contexto ni siquiera dudaría en condenar. Es hasta cierto punto, una conducta comparable al ansia de obtener dinero, cuya búsqueda se torna mucho más desesperada cuando la tenencia de circulante es un requisito esencial para satisfacer las necesidades más primordiales. Continuando con la comparación, se puede afirmar que cuando los medidores de intención de sufragio desfavorecen a un candidato, éste intenta contrarrestar los bajos números con propuestas cada vez más extravagantes. Precisamente lo que ahora estaría ocurriendo con el ex parlamentario y ex ministro de defensa del gobierno de Sebastián Piñera, Andrés Allamand, el siempre serio y sobrio representante de la derecha liberal chilena. En medio de una situación en la cual ni siquiera tiene asegurada la aparición de su nombre en la papeleta de la presidencial de noviembre, pues antes debe superar la primaria de su sector político, en donde todos los pronósticos lo dan por derrotado, lanzó una iniciativa que por su nivel de ridiculez simplemente ninguno de sus contrincantes se dio el tiempo de rechazar, como fue la entrega de un bono exclusivo para las madres adolescentes, un planteamiento que sólo da motivos para cerrar aquí el artículo o en el mejor de los casos pasar al siguiente párrafo.

Tras el retorno a la democracia, los representantes de iglesia católica, sintiéndose con atribuciones extraordinarias producto de su auto proclamada condición de guía espiritual ancestral además de su supuesta defensa de los derechos humanos durante la dictadura, comenzaron a meter su cola en los más diversos aspectos de la sociedad chilena llegando al extremo de dictar pautas de procedimiento a las distintas autoridades públicas no importando el sector político al cual éstas pertenecían. Y tales regentes, debido a las causas recién señaladas, decidieron actuar, si no en concordancia con estas imposiciones, al menos en el marco de un consenso que apenas escondía su conducta pusilánime y en el cual casi todo consistía en concesiones. Bajo esta relación, uno de los campos más afectados fue el de la educación, donde monjas y curas -muchos de ellos propietarios de establecimientos de enseñanza- se abalanzaban en cada oportunidad que se elaboraba un programa que según ellos significaba una cuota inaceptable de inmoralidad. En dicho contexto, los prelados mostraron una notable sensibilidad -y luego una denodada inflexibilidad- por el asunto sexual, negándose a aceptar cualquier instancia en la cual no se insistiera que los coitos estaban reservados de modo exclusivo a la procreación, además dentro de un matrimonio al estilo clásico en el sentido conservador del término. La consecuencia de ese tira y afloja fue que los encargados de la escolaridad se abstuvieron de informar de elementos que de acuerdo con los sacerdotes constituían la antesala de una "cópula desenfrenada", como el uso de los anticonceptivos. A cambio -y como premio de consuelo para ellos mismos- se concentraron en el otorgamiento de subsidios para los hijos de hogares "vulnerables", lo que por una cuestión de extensión lógica incluía a las madres adolescentes, que por su realidad académica y su edad les es muy difícil conseguir  un piso de estabilidad para sus vástagos. De esta manera daban una imagen en la que se revelaban como preocupados por el bienestar social, que por añadidura les permitía mantener a raya a los sacerdotes, quienes no podían quedar al descubierto como sujetos incapaces de admitir la protección a un niño.

Sin embargo, este orden de cosas, lejos de promover un recato moral, sólo logró incentivar el embarazo adolescente, el que en la última década se ha disparado a niveles más que preocupantes. Presionados por la condena de los representantes del catolicismo, por desgracia una organización todavía muy influyente en el país, a la cual además se añadía la réplica o en el mejor de los casos el silencio cómplice de las autoridades civiles, las muchachas y muchachos se han resistido al empleo de preservativos u otros métodos de control de la natalidad, contra los cuales han descargado sus sentimientos de culpa. El razonamiento, aunque inconsciente, empero queda claro: si ya se cometió un pecado, como es mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, entonces es preciso afrontar las consecuencias de esa mala acción y no evadirlas mediante mecanismo que sólo contribuyen a agravar la falta. Sin embargo, lo más delicado de aquella conclusión, es que ha sido incentivada, quizá sin intención, pero con resultados muy nefastos al fin y al cabo, por estos bonos por hijo a las madres más desposeídas, que mezclados con el otro factor han derivado en un círculo vicioso donde un embarazo en condiciones no adecuadas -pobreza extrema, adolescencia- es visto únicamente en términos positivos, en circunstancias que por ejemplo una menor de edad no cuenta con el desarrollo intelectual ni las capacidades mínimas para afrontar una maternidad. Si a todo esto se le suma el bombardeo externo en donde una mujer -muchas veces joven- con un bebé en sus brazos es señalado como lo más hermoso posible, tenemos el caldo ideal para crear seres irresponsables, interesante paradoja si se recuerda que todo comenzó como una iniciativa tendiente justamente a impedir conductas propias de la liviandad o el relajamiento. Y conste que dicha influencia exterior no se remite a la majadería publicitaria: baste remembrar a propósito ese espacio titulado "Mamá a Los Quince", exhibido como una serie documental de características culturales en un canal de la televisión abierta.

Lo que de una vez por todas se debe llevar a cabo es inculcar a los escolares -y de ambos géneros por igual- que tener hijos, al menos en determinados contextos, puede ser una experiencia infeliz e incluso horrorosa tanto para ellos como para los eventuales niños. Y que es más responsable optar por el llamado "sexo seguro" que elegir un paso intermedio sólo para quedar bien no con la propia conciencia, sino con aquellos que entregaron una formación incompleta y como todas las cosas que se han inventado en este mundo, discutible (en el buen sentido de la palabra por supuesto). Desde luego, que torpezas como la emitida por Andrés Allamand sólo contribuyen a empeorar la situación, y por lo mismo bastó una sola mirada al ambiente, ni siquiera una opinión o un insulto, para rechazarla de plano. Aunque conociendo la idiosincrasia de nuestros políticos, tal vez en un futuro no muy lejano, y tras transitar por una serie de curiosos recovecos, finalmente acabe transformándose en ley de la república, independiente si quien la formuló consiga o no ser presidente.

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