miércoles, 10 de abril de 2013

Bachelet: Tragedia y Farsa

Varios han respirado aliviados tras la decisión de Michelle Bachelet de presentar una candidatura en las elecciones presidenciales del próximo noviembre. Algunos ya entonan cánticos de júbilo presagiando el eventual retorno de "Mami" a la primera magistratura, que presienten no como una probabilidad sino como un hecho consumado, dada la popularidad que la ex mandataria está arrojando en las encuestas. Datos que por cierto, son utilizados para asegurar casi como si se tratara de una lógica comprobable a través del método científico, que con el solo arribo al país de la ex directora de ONU-Mujer (cargo al que renunció justamente para que se le allanara el camino a su proclamación) comenzará a gestarse la solución definitiva a los abismales problemas de educación, salud, desigualdad económica y bienestar social de los cuales adolece Chile, en un razonamiento idéntico a aquel que reza que si hubiesen más féminas instaladas en los cargos de mayor relevancia, se acabarían las guerras.

El triunfo de Bachelet en los comicios presidenciales de 2006 se dio tras la construcción de una imagen épica de su persona, en donde confluyeron factores de orden social (se trataba de la primera mujer mandataria) e histórico (era hija de un general de aviación torturado y asesinado tras el golpe militar por su cercanía con el gobierno derrotado, y ella misma junto a su madre padecieron los horrores de las prisiones de la dictadura), que finalmente la transformaron en un fenómeno de carácter masivo en torno al cual se mezclaba admiración, emotividad y esperanza traducida en expectativas elevadas. No es extraño que ocurran situaciones como ésas en la política, menos en una era donde cabe una enorme influencia de los medios de comunicación, y prueba de aquello es lo que sucedió pocos años después en Estados Unidos con Barack Obama. A poco andar, sin embargo, su capacidad administrativa fue puesta en entredicho, al estallar la llamada Revolución Pingüina, aquella huelga de estudiantes secundarios que la sobrepasó a ella y a sus cercanos y partidarios en cuanto autoridad, persona y representante de una generación. A esto le siguió la ignominiosa intervención en el mal calificado conflicto mapuche, donde la represión policial, con víctimas fatales, ocasionó un nivel de violencia étnica no visto hace décadas. Por otro lado, se mostró impotente al momento de tratar las divisiones que surgieron en el conglomerado que la condujo al poder, cuestión que no había sucedido con sus correligionarios. La subsecuente victoria electoral de la derecha, por primera vez en más de cincuenta años, tuvo como causa directa este último antecedente. El que no obstante, Michelle pudo eludir gracias a la entrega de regalías y subsidios para los más desposeídos en los peores días de la crisis financiera internacional, lo cual ayudó a reafirmar sus dotes maternales, las mismas que se le atribuyen a su género y que le resultaron muy serviles cuando venció en las urnas, y que con el resto de sus facultades ya en la más absoluta objeción, le quedó como lo único a lo cual aferrarse. Son precisamente esas acciones las que le proveen de réditos en la actualidad, aunque hayan sido elaboradas con el afán de salvarse a sí mismo sin importar lo que ocurriese con los demás, conducta alejada de la supuesta naturaleza femenina.

¿Qué sucederá con Bachelet en caso de obtener una segunda legislatura? Para comenzar no contará con la ventaja de la novedad, que le permitía en 2006 presentarse como la primera mujer en alcanzar la presidencia, aunque el asunto del género podría continuar siendo un factor muy importante en especial considerando lo sensible que se ha vuelto la sociedad al maltrato femenino (al extremo de que varias se han sentido con atribuciones para cometer sus propios abusos). Ni siquiera tendrá la opción de advertir que en su eventual gobierno "nadie se repetirá el plato" (eslogan que estaba ligado de modo muy íntimo al antecedente anterior), pues ella misma no cumplirá con dicho predicamento. Además, y más allá de lo que se esperaba de ella entonces -que de cualquier manera era bastante, y que se vio aumentado merced a su propia personalidad-, sus antecedentes biográficos sirvieron para paliar las críticas en los peores momentos. Un atenuante que ahora no estará presente. En cambio, el impulso casi exclusivo que la sostiene en las encuestas es el supuesto de que su sola erección terminaría con todos los aspectos sociales negativos que hoy atraviesan Chile, y que se habrían agravado con la actual regencia conservadora (aunque en realidad, sólo han salido con más fuerza a la luz, producto de la mayor frecuencia de las protestas). En circunstancias que tales anomalías provienen de ha bastante tiempo, siendo las sucesivas administraciones, incluida la de Michelle, quienes han contribuido de manera significativa a su preservación y consolidación. En síntesis, su encumbramiento en la lista de preferencias va en directa relación con las altas expectativas que su sola figura ya ha suscitado. Que además no se ha esforzado en lo más mínimo por aterrizar, en parte porque está disfrutando de la coyuntura (era que no: si las cosas continúan así asegura otra estadía en La Moneda), pero también como evidencia de un estilo de liviandad a la hora de afrontar los desafíos que a poco andar se transforma en una demostración de vacuidad no aconsejable si se intenta un ocupar un cargo público tan relevante como el de primer mandatario.

El problema radica en que esa conducta insípida, oculta tras un rostro afable, puede estar escondiendo una enorme incapacidad al momento de resolver o siquiera abordar los inconvenientes con la altura de miras que se le exige a un gobernante. Y tales problemas, se vislumbra ya, no serán pocos. Además de que Bachelet ya enfrentó situaciones complicadas en su legislatura en las cuales se demostró indecisa e irresoluta, cuando no recurrió, como en el mencionado conflicto mapuche, a la solución fácil y que no demanda reflexión. Emergencias que ahora podrían multiplicarse en varios miles. En tal sentido, no se trataría del primer caso de un mandatario que accede al poder por segunda vez aupado por la leyenda que se tejió en derredor de su anterior administración, el cual no consigue manejar su propio mito. En América Latina los ejemplos sobran, como Getulio Vargas, Gonzalo Sánchez de Losada (ambos depuestos de su cargos a mitad de su segundo mandato) o Alan García. Y no necesariamente con presidentes, como le acaeció a Domigo Cavalho, ministro de hacienda argentino en los años de Menem y después de su opositor Fernando de la Rúa. En todos ellos, se reproduce la sentencia de Karl Marx según la cual la historia se da al comienzo como tragedia -en el sentido épico del término- y al final como farsa. Nunca las secuelas han sido buenas, en especial cuando tratan de repetir el original, que no siempre es impecable.

No hay comentarios: