miércoles, 18 de enero de 2012

Ni Para Charles Manson

La "Canción por el Reencuentro" de Álvaro Corbalán es repugnante por dos motivos: su pésima calidad tanto textual como instrumental y la infame reputación de su autor e intérprete. Lo único que puede venir a la mente de alguien que escucha este bodrio es que detrás de su elaboración se encuentra la figura de uno de los más implacables represores de la CNI, la policía política de la dictadura de Pinochet en la década de 1980, responsable de más de una decena de asesinatos amén de incontables casos de detenciones ilegales, espionaje y tortura. Quien, ya viejo y acorralado, tanto en términos físicos (está cumpliendo varias penas de cárcel por sus fechorías) como ideológicos (la tiranía que él ayudó a sostenerse mediante sus crímenes, los cuales asumió como una misión mística y mesiánica, hoy es ampliamente repudiada en buena parte del mundo), intenta echar mano a un recurso utilizado por quienes se mueven en el terreno de la frivolidad y la farándula televisiva, cuando se encuentran en plena decadencia: dárselas de cantante. Y la verdad es que se trata de un destino que se condice con la personalidad del sirviente de un régimen que, para desviar la atención sobre lo que sucedía en las calles, buscaba atragantar a la población con el espectáculo huero e insípido, del cual el propio Corbalán formó parte con especial entusiasmo (recordar sus encuentros amorosos con la vedet española Maripepa Nieto).

Inútil reiterar que la "Canción por el Reencuentro" no resiste el menor análisis. Para empezar, su acompañamiento musical de orquesta envasada es propio de los insufribles cantantes que circulaban en la primera mitad de los ochenta, y de los cuales aún quedan sobrevivientes como Myriam Hernández o Luis Miguel, si bien pasados por un proceso de reciclaje. La letra se limita a repetir conceptos emitidos desde hace mucho tiempo por quienes estuvieron de lado de la represión y de determinados incautos obnubilados con la idea del consenso, tales como "difícil es vivir en paz", "el tiempo ayuda a perdonar" o "hay que dejar rencores atrás"; para colmo, enlazados con ciertos clichés que resultan insoportables de manidos: "mejor el bien que el mal", "hay tanto por hacer" (lema de La Teletón de 1992), "hay que ceder y saber perdonar". La interpretación, aunque algo afinada, es propia de un tipo que ameniza locales nocturnos donde según el género se habla de la última sesión de maquillaje o del más reciente partido de fútbol, cuando no evoca una vieja quermés en una perdida localidad costera. Quizá lo más relevante en este sentido sea el seseo prolongado que Corbalán hace cuando una ese o zeta concluye algún verso de su engendro, pues es un fenómeno que retrotrae a la caricatura del agente secreto, de la cual el mayor de ejército ha sido un representante ejemplar. No se puede menos que observarlo con un dejo de sorna, incluso dejar escapar una sonrisa nerviosa. Risotada no, dados los antecedentes del tipo en cuestión.

Pero donde queda más que claro la clase de individuo con la cual estamos tratando, es sin duda en el remate de este esperpento. Se trata de una imprecación a "Santa María, madre de Dios", tal como se estipula en el rezo católico, con el propósito de recalcar que acá se está tratando de invocar el principio del perdón cristiano. Sólo que nuestro compositor no menciona la siguiente parte de la mentada oración -"ruega por nosotros pecadores"- quizá por temor a que lo acusen de plagio, agregando unos cuantos años más a su ya incontable cúmulo de condenas. En cambio, se acuerda de que, como buen esbirro de una dictadura derechista, después de los seres celestiales viene la patria, por lo cual afirma que "somos chilenos de ayer y hoy". O sea que todos tenemos ganado el boleto al cielo porque somos un país que profesa la religión romana, y eso es más importante que las circunstancia históricas, donde mientras unos disfrutaban la instauración de una tiranía, otros sufrían en diversos recintos de detención o debían permanecer ocultos ante el riesgo inminente de que los secuestraran y mataran. Por lo mismo es que todos nos merecemos la bendición mariana, fruto de formar parte de una gran nación. ¿Arrepentimiento? No; porque cada uno tiene su destino forjado en esta tierra querida, tanto si fueron vencedores o vencidos. Y cada quien debe aceptar el plan superior: algo muy apetecido en especial si se está del lado de los victimarios.

Hay quienes se han apresurado en comparar esta "obra" de Corbalán con las producciones musicales de Charles Manson, el líder de la secta La Familia, que en 1969 ordenó los horrendos asesinatos de Sharon Tate y un grupo de amigos. Es cierto que ambos son sujetos repudiables. Pero Helter Skelter, si bien cometió sus atrocidades movido por un interés mesiánico, siempre actuó en condición de delincuente común, jamás amparado y mandado por un Estado. Además de que posee una discografía relativamente abundante y cualquiera de sus canciones, sin ser grandes creaciones, empero se encuentran varios peldaños más arriba que el atrevimiento del ex CNI. Cuyo bodrio dudo que lo escuche incluso un buen puñado de sus partidarios más incondicionales. Aunque en una de ésas, si les damos a escuchar esta detestable composición durante cinco minutos, serán capaces de experimentar los mismos tormentos que las víctimas de derechos humanos y terminarán repudiando a quien hoy consideran un salvador de Chile injustamente tratado.

                                   

                                       

                                         

No hay comentarios: