miércoles, 11 de enero de 2012

El Culpable en las Sombras (y Bajo el Fuego)

Debe ser muy difícil para este gobierno -en realidad, para todos los gobiernos- el tener que asumir que se actuó con negligencia en los incendios forestales acaecidos a principios de este año tanto en las regiones del Bío Bío como de la Araucanía, los cuales no sólo arrasaron con varios miles de hectáreas y dejaron a centenares de campesinos damnificados, sino que además cobraron vidas: las de dos habitantes de la zona en el primer caso, y las de siete combatientes del fuego en el segundo.

Es por eso que se trata de desviar la atención de la opinión pública centrándose en el origen de los siniestros; en concreto, en la búsqueda de los supuestos responsables de iniciarlos. Una actitud que de plano obliga a descartar a dos posibles culpables: la naturaleza, porque señalarla con el dedo equivaldría a aceptar argumentos de corte supersticioso; y la intervención de alguna fuerza divina, ya que nuestras actuales autoridades son de cuño conservador lo cual les impide renegar de su sentimiento religioso. Entonces, es cuando el camino queda despejado para aseverar que los mentados fueron puramente intencionales. Una mano oscura y desalmada le prendió fuego a unas hojas secas con quién sabe qué propósito, pero motivada por el deseo final de ver varios millares de hectáreas reducidas a cenizas. El problema es que en los sectores amagados, ese poder en las sombras tiene nombre y apellido: los activistas mapuches, desde hace varios años acusados bajo pruebas amañadas de ocasionar quemas de camiones, galpones y pilas de madera pertenecientes a empresas forestales o grandes terratenientes, quienes justamente en el pasado, les usurparon esas tierras a los indígenas mediante engaños, cuando no recurriendo a maniobras despreciables en concomitancia con los tribunales respectivos.

No hay que dejarse embaucar por declaraciones hipócritas y que apenas disimulan segundas intenciones. Aunque ningún representante del gobierno haya afirmado que colectivos mapuches están detrás de los siniestros, todos ellos saben que una cadena de sucesos acaecida en un pasado reciente -menos de dos años- crean una especial sensibilidad en la población cuando se los vuelve a sacar a flote con tanta insistencia. Y más aún cuando estamos en presencia de damnificados de escasos recursos y de fallecimientos. Si bien se trata de una serie de afirmaciones delirantes que ya no muchas personas apoyan, de cualquier manera son útiles al momento de saturar los medios de comunicación y desviar la atención respecto de factores que alentaron la propagación del fuego, y que constituyen una responsabilidad de las autoridades encargadas, como la tardanza en intentar sofocar los incendios, la escasa información ofrecida, la ausencia de medidas de emergencia y las malas condiciones en las que se desenvuelven los obreros en terreno que son enviados a apagarlos. Es probable que ningún activista indígena acabe siendo culpado por cualquier delito. Pero desde el instante en que se consigue modificar el foco de interés de los ciudadanos, la estrategia gubernamental ya podría ser considerada exitosa.

Es interesante cómo esta administración conservadora basa sus actuaciones en la política de mano dura que prometió como eslogan durante la campaña electoral. Cuando fueron entregadas las cifras que revelaban un aumento de la delincuencia común -hecho que precisamente corroborada el fracaso de la opción represiva recién descrita- diversos ministros y hasta el mismo presidente no trepidaron en acusar a los jueces y magistrados de ser excesivamente blandos y de poco menos que sostener acuerdos con los criminales. Ahora, que los incendios forestales dejan al desnudo tanto los campos arrasados como la eficacia de este gobierno, las autoridades están más preocupadas de presentar querellas por conductas terroristas cuando ni siquiera se conoce la verdadera causa de los siniestros. Es decir, más atentos en señalar a los otros con el dedo. Con el propósito de liberarse de que los indiquen a ellos.

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