miércoles, 21 de diciembre de 2011

Por Un Consumidor Satisfecho

Los recientes casos en los cuales se ha decidido -tanto por parte de las autoridades del ejecutivo como por los tribunales- perseguir de manera judicial a dueños de empresas y tiendas que se han puesto de acuerdo para vender un mismo tipo de producto a idéntico precio, aún tratándose de firmas diferentes: ha impulsado ciertas declaraciones optimistas en las cuales se asevera que por fin las denuncias de la población son escuchadas y se toman medidas al respecto, en contra, además, de poderosos magnates y hombres de negocios acostumbrados a valerse de sus recursos económicos para abusar de las personas comunes y corrientes con la más absoluta impunidad. Incluso, hoy se los califica de simples delincuentes comunes, que además corren el riesgo de ir a una prisión preventiva; y respecto de los cuales, si son hallados culpables, se solicitan penas de cárcel.

Este optimismo (que ha sido reforzado por el caso de los ejecutivos de La Polar, acusados formalmente de estafa, debido a que volvieron a pactar de manera unilateral las deudas a crédito de sus clientes, como medida para solucionar el enorme hoyo financiero de esa casa comercial) está acompañado de notas positivas en los medios masivos de comunicación y por declaraciones bastante conciliadoras de los empresarios de los rubros afectados que no han caído víctimas de una investigación. Un consenso que, al igual como sucede con las distorsiones de precios que finalmente desataron los escándalos, sólo puede ocasionar sospechas. Se ha hablado de un mayor poder adquirido por los ciudadanos, a quienes además se les ha alabado su alta capacidad de organización, aspectos que les han permitido levantar la voz y ser escuchados. Luego, diversas autoridades han salido a decir frente a las cámaras de televisión que protegerán a brazo partido los derechos de los consumidores, aunque quien los quebrante sea el oligarca más acaudalado del planeta.  Sin embargo, he aquí el principal elemento sobre el que es preciso colocar atención. Lo que se está buscando es salvaguardar el consumo, principal mecanismo de funcionamiento de sistemas económicos nuevo liberales como el chileno. Por lo que las exigencias de los manifestantes deben comenzar y terminar ahí, para enseguida, seguir comprando bienes gracias a la magia de la tarjeta de débito, sin importar el interés devengado, que es imperceptible en cada cuenta, pero que a veces termina encareciendo un artículo el doble que su coste original.

En este debate, no han ingresado otros temas que aunque no lo parezca, son esenciales para explicar el funcionamiento de esta economía. Por ejemplo, la desigualdad social, provocada principalmente por las bajas remuneraciones y un mercado del trabajo cada vez más precario. Una relación que aplasta a una gran masa de personas bajo la bota del abuso, y que además obliga a esos mismos ciudadanos a recurrir a las compras a crédito, producto de su escaso poder adquisitivo. Y todos sabemos que quien permanece impune al final se deja llevar por la codicia. ¿Qué importa aplicar una distorsión de precios contra una amalgama de pordioseros, si ya están acostumbrados a recibir emolumentos miserables? ¿Qué problema hay en cambiarles las reglas del juego, en el asunto de las compras a plazo, si se encuentran tan urgidos en recibir tal o cual bien material, que no reparan en el enorme dedo que les están poniendo en la boca? De acuerdo: la situación llega a un punto tal que hace peligrar la estructura fiduciaria (la codicia no tiene límites) y por eso se hace necesario una regulación. Pero ésta sólo considera al último eslabón de la cadena: a alguien que sólo constituye un receptor pasivo; el destino ulterior de un elemento que ha sido fabricado, transportado y ofrecido por asalariados que reciben una paga injusta en comparación con su esfuerzo. Es en definitiva, el componente más fácil de manipular. Que se puede unir en más de alguna ocasión pero sólo para una cuestión puntual y no con el propósito de seguir una causa permanente, como acaece con las luchas laborales.

¿Cuál es el propósito de jugar todas las fichas, incluso las que no se tienen, en el asunto de los derechos de los consumidores? Eso habría que preguntárselo a los empresarios que aseguran valorar el estallido de estos escándalos y condenan públicamente a colegas con quienes compartieron una cerveza o un asado. Ellos se alegran porque se han corregido situaciones anómalas que podían llegar a perjudicar sus ventas. Explicación que también se podría aplicar al celo mostrado por ciertas autoridades. ¿Cuánto vale un comprador como persona? Prácticamente nada, ya que sólo pasa una vez al mes por la tienda, a comprar o a pagar. En cambio un trabajador necesita alimentarse y vestirse, y puede que en algunos casos deba también hacer lo mismo con su familia. Por eso es tan fácil arreglar los desperfectos surgidos en la máquina del consumo. Porque es sólo el apéndice de un engranaje mayor cuyos pernos están ajustados de la manera más conveniente.

No hay comentarios: