jueves, 15 de diciembre de 2011

Científicos Ateos y Espirituales

Sorprendentes resultados arrojó una encuesta hecha en Estados Unidos por una empresa especializada, por medio de la cual se descubrió que al menos un veinte por ciento de los científicos y profesores universitarios que se declaran ateos, mantiene vínculos con alguna iglesia cristiana u otra clase de templo religioso. Incluso, que muchas de estas personas estimulan a sus hijos a asistir con regularidad a tales instituciones, llegando a preocuparse de que se inserten efectivamente dentro de la congregación. Los argumentos expuestos por los interrogados son variados, pero constantemente se repiten dos: mientras unos aseveran que aún les queda un grado residual de espiritualidad, otros declaran que ponen en contacto a sus vástagos con los distintos credos con el propósito de que se formen una opinión acabada de las diferentes alternativas que ofrece la sociedad, con el fin de que ya de adultos, no tomen una elección basados en criterios excesivamente dogmáticos o parciales.

Que los no creyentes muestren un interés positivo por las organizaciones eclesiásticas, no es ninguna novedad. Y no se trata de una visión hecha desde fuera, ya que sea que las intenciones del interesado sean sinceramente neutrales o ideológicas. Muy por el contrario, muchas de estas personas ven a la religión como un factor que pone orden al interior de una sociedad, no sólo en el sentido de la disciplina (bueno: en realidad parte desde ahí, pero su campo de influencia pretende ser bastante más amplio), sino como un elemento capaz de orientar y guiar a las personas en tanto individuos como miembros de una comunidad, en cuanto a principios y valores de carácter humanitario y civilizador, que van más allá del mero aprendizaje de una doctrina. Bajo esta premisa, los templos son considerados una instancia de integración, de modo similar a lo que ocurre con la escuela, en el sentido de que el sujeto tiene la posibilidad de establecer relaciones de convivencia con sus semejantes y adquirir nociones acerca de lo que es correcto y de lo que es inaceptable. En definitiva, que cumplirían con una función social y cultural, que va desde formar parte de manera indisoluble de la idiosincrasia nacional de un país hasta constituirse en una suerte de educación complementaria.

Esta clase de consideraciones, es preciso señalarlo, parten de la idea de la religión como una estructura eclesiástica -o sus afines, si hablamos de los sistemas orientales- antes que como un hecho de fe (que no olvidemos, es un acto que conlleva una buena cantidad de conductas de carácter dogmático y doctrinal, factores que justamente estos científicos no desean que se impregnen en las mentes de sus hijos). Por lo cual, finalmente, sólo dejan espacio para las congregaciones oficiales o más tradicionales de algún país, con una leve presencia de ciertos credos importados que han alcanzado prestigio ya sea por su historia, su altísimo número de seguidores en sus lugares de origen, su acervo cultural o las referencias que sobre ellos han escrito intelectuales de prestigio (por ello es que los encuestados también buscaban introducir a sus dependiente en el budismo o el islam, que además cuentan con una cantidad respetable de miembros dentro de Estados Unidos). Pero algún movimiento de renovación espiritual, por ejemplo los avivamientos pentecostales o los católicos neo catecúmenos, que descartado de manera casi automática. Más aún: estas nuevas propuestas quedan reducidas al calificativo de sectas, con toda la connotación negativa que ese término contiene. Y es una lástima, porque esos fenómenos sí que conforman un auténtico resurgimiento del pensamiento religioso, cuyo propósito inicial es la creencia fervorosa en un elemento, por lo cual luego se rigen todos los aspectos de la vida.

Y no se trata esto de una defensa del fanatismo ni mucho menos. Todavía más: estos científicos podrían estar contribuyendo a la formación de personas que en el futuro serán capaces de defender una fe honesta sin caer en el prejuicio intransigente -que a fin de cuentas, precisamente surge a partir de una distorsión del acto de fe-. Pero estas actitudes a la larga son una evidencia de que al menos en las sociedades occidentales las religiones han perdido casi por completo su fuerza, quedando reducidas a edificios monumentales cuya mayor finalidad es conservar el orden establecido, que por cierto ya no se basa en el fervor espiritual. Toda vez que determinadas conclusiones empíricas tienden a ser aceptadas en las naciones justamente por eso: porque se trata de sucesos científicos, y quien los contradice es un burro tarado o un simio anacrónico. Cuestiones que se utilizan, de la misma manera que la institución eclesiástica consolidada, como un mecanismo de freno contra actos de protesta, por ejemplo lo que acaece con quienes tratan de ofrecer un sistema económico distinto al capitalismo nuevo liberal, que es presentado como intrínseco a la naturaleza humana. Y cuando los reclamos empiezan a arreciar, entonces quienes han sido privilegiados con el estado de cosas tienden a unirse contra el enemigo común, olvidando sus rencillas que ahora quedan como juegos de niños.

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