jueves, 22 de septiembre de 2011

Palestinos: El Derecho -Y la Obligación- De Existir.

Lo que se está discutiendo en la Asamblea General de la ONU que por estos días se lleva a cabo en New York, respecto a la petición de la Autoridad Nacional Palestina de contar con un Estado independiente en los territorios ocupados por Israel, va mucho más allá de la admisión de un nuevo país en el organismo internacional. Que además sería la segunda nación fundada durante el año, después de Sudán del Sur. Y no se trata de la epopeya de sufrimiento que sobre ese pueblo árabe se ha cantado durante las últimas cuatro décadas, y en cuya construcción han confluido tanto anarquistas de izquierda como musulmanes radicales y uno que otro antisemita trasnochado. Tampoco de la contradicción que en ese mismo lapso de tiempo ha envuelto a los judíos, a quienes los gobernantes occidentales les concedieron el permiso de fundar una entidad como forma de compensar su vergonzosa actuación durante la Segunda Guerra Mundial, en especial la pasividad, y muchas veces complicidad, con que respondieron frente a los campos de concentración nazis. Ni siquiera el hecho de que los hebreos, para asentarse en una versión moderna de la tierra prometida, debieron verse obligados a desalojar a habitantes ancestrales, pasando en un breve periodo de ser víctimas a transformarse en victimarios. La cuestión, en realidad, se relaciona con que ésta podría ser la primera ocasión en que una jurisprudencia oficial le da carta de existencia a una etnia, la cual además ha surgido, aunque parezca paradójicos, gracias a la innumerable cantidad de intentos que se han efectuado para exterminarla.

Lo que hoy se conoce como la región de Palestina surge de una de las tantas demarcaciones que los británicos hicieron durante el siglo XIX, cuando la Revolución Industrial los empujó, así como a otras potencias europeas, a someter a poblaciones lejanas en un vasto imperio colonial. En concreto, en la zona conocida como el Medio Oriente, los mandatos fueron bautizados a partir de nombres extraídos en la Biblia, que más o menos identificaban a los territorios en cuestión. Así fueron creadas versiones modernas del Líbano, Egipto, Siria, Jordania o Irak -que correspondía a la antigua Mesopotamia-. Sin embargo, en todos estos lugares vivían componentes del mismo pueblo, los árabes, que se regían mediante un sistema de polis asociadas, pero igualmente independientes entre sí. Y entre ellos, podíamos ubicar a los árabes de Palestina. Quienes, además, no contaban con un dialecto propio de la lengua del Corán -principal punto de referencia a la hora de distinguir a las distintas naciones que pertenecen a esta etnia-, sino que hablaban el sirio. Con la fundación del Estado israelí en 1948 -y la consiguiente expulsión de sus hogares ancestrales- estas personas empezaron a cohesionarse y a adquirir una conciencia común, lo cual era esperable si querían recuperar aquello que se les había despojado, pues debían enfrentarse a un enemigo poderoso que además ostentaba apoyos importantes. Para colmo, la autoridad hebrea, alegando razones de seguridad, montó la Guerra de los Seis Días en 1967, en donde se anexó lo que actualmente se conoce como los territorios ocupados y que se encuentran casi todos bajo una regencia limitada de la Autoridad Nacional. Encerrados en unas estrechas franjas con soberanía incierta, los palestinos hallaron, pese a su precariedad, o justamente impulsados por ella, la manera de consolidar una idiosincrasia respetable.

La torpeza de algunos gobernantes israelíes, sintetizada en esa desafortunada afirmación de Golda Meir, quien llegó a declarar que "no existe eso que llaman palestinos" (lo cual podía ser cierto desde un punto de vista pragmático, pero absolutamente inaceptable en el campo de la política y la diplomacia), sólo contribuyó a solidificar la cohesión de estas personas y lentamente, y para desesperación de sus enemigos, los fue transformando en un pueblo. Que además, ante la ausencia de otros rasgos característicos, empezó a tomar distintas banderas de lucha y a partir de ellas construir una curiosa nacionalidad. Por ejemplo, fueron la primera administración de confesión islámica en adoptar los valores de la democracia, y en materia de respeto a la diversidad religiosa, están por encima de cualquier otro Estado musulmán legalmente reconocido e incluso de sus opresores (en la Autoridad se tolera más a los cristianos que en Israel). De acuerdo: hay movimientos extremistas como Hamas, que utilizan el asunto de la fe para justificar sus acciones -entre las que se cuentan los ataques suicidas-; pero éstos han sabido mantenerse dentro del marco de la entidad política, no eclesiástica. Por otra parte hablamos de un grupo de oprimidos que pelea por su libertad, que les ha sido sistemáticamente denegada, y cuya tendencia lógica será hacia el enfrentamiento armado. Más aún: ni la más repudiada de las organizaciones pro palestinas ha sufrido la infiltración de la yihad o de Al Qaeda, apreciable mérito si se considera la estructura de los árabes en general y del credo islámico. No obstante, cabría preguntarse si todos estos avances habrían sido posibles si ciertos gobernantes que siempre dispusieron de un alto arsenal, y proclives a preferir la visión de Israel, no les hubieran exigido adoptar costumbres más occidentales, con la promesa de considerarlos una alternativa seria y no peligrosa.

Sin embargo, es preciso también aclarar que la identidad nacional de los palestinos se ha conformado en base a factores negativos, caso único a nivel mundial. Por eso, el último paso, el definitivo, que les permitiría convencerse a las claras de que son un pueblo, y que de paso los consideraría como tales entre los miembros de todas las demás razas, es a la vez el más difícil: contar con un Estado propio. Aquí, el problema de Israel es que para presentar como aceptable una conducta consensuada como abyecta, cual es el exterminio de personas, tuvo, incluso contra su voluntad, que reconocerlas como pueblo. En resumen, la administración judía, a fin de contar con enemigo plausible -para ellos y la comunidad internacional- digno de eliminación, decidió primero crearlo. Y como suele suceder, sólo han contribuido a que dicho rival se ensanche y se consolide, como una evidente y bochornosa de su propio fracaso. Ahora sólo resta obrar de manera racional y aceptar lo inevitable. Lo que significa, por supuesto, la admisión de Palestina como un país soberano con plenos derechos, ya que la auto determinación de los pueblos debe ser respetada.

                                             

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