miércoles, 20 de octubre de 2010

Los Valores de Angela

¿Qué estará pasando por la cabeza de Angela Merkel, que se le han ocurrido frases tan sorprendentes como "Alemania ha sobrevivido gracias a los valores cristianos", "el paradigma multi cultural ha fracasado" o "quien no se identifica con estos valores, nada tiene que hacer aquí"? De partida, uno puede argüir que eso es lo que siempre ha tenido en el cerebro, ya que es una líder derechista europea de nueva generación, a quienes, se autodenominen liberales, conservadores o democristianos, los une de manera inequívoca un sentimiento de xenofobia, que en la práctica se traduce en culpar al extranjero de los males que padece el país. También se puede conjeturar que nos encontramos ante una nueva versión de la política del "espacio vital" impulsada por los nazis, no ya con la intención de anexarse territorios o de invadir naciones vecinas (la estructura de la Unión Europea, de la cual los germanos son uno de sus principales garantes, se lo impide), sino, aprovechando la coyuntura de la crisis financiera, poniendo de rodillas a economías más débiles que están sufriendo la codicia de los bancos teutones, por ejemplo Grecia. Mientras que una tercera tesis de carácter más inmediato puede esbozarse: aquí hay un mensaje directo a los musulmanes, representados por los inmigrantes turcos dispersos en el suelo alemán, y las pocos afortunadas declaraciones del presidente iraní Mahmoud Ahmanidejab, quien ha salido a defender la causa palestina en el marco del conflicto en el Medio Oriente, nada menos que negando el Holocausto. De cualquier forma, una cosa sí ha quedado clara: hace un buen rato que la Merkel gobierna con el culo, esa misma masa arrugada, agria y asquerosa que un día le mostró a la prensa internacional.

Dejemos de lado las dos primeras teorías y metámonos de lleno en la última especulación aquí expuesta. Respecto de los turcos, es preciso señalar que fueron traídos por el propio gobierno germano desde ese país en la década de 1960, con el propósito de que trabajasen en la entonces pujante industria electrónica y automotriz alemanas, ya que la demanda era muy alta y entre los connacionales escaseaba la mano de obra. Tiempo después, al igual que sus símiles en el Viejo Continente, las fábricas cerraron cuando los dueños de las empresas descubrieron que en China y la India podían pagarle menos a los empleados y así aumentar sus ganancias. La fuente laboral que motivó el flujo migratorio -planificada y dirigida desde organismos oficiales, no lo olvidemos- se perdió y sus beneficiarios quedaron en el aire. Pero entretanto, y precisamente para asegurar la permanencia de los recién llegados, imaginando que esas ocupaciones jamás fenecerían, el Estado alemán les concedió la nacionalidad y sus respectivos derechos de ciudadanía, además de construirles viviendas e incluirlos en su sistema de bienestar. Ya instalados, estas personas tuvieron hijos, que por ius solis además eran alemanes de nacimiento. ¿Cuál fue el problema posterior que esta situación generó? Obviando el aumento del desempleo: la generación primigenia mantuvo sus costumbres, incluida la religión musulmana, con su amalgama de dogmas que a veces chocan con los principios de la civilización cristiana occidental. Muchas de estas personas ni siquiera se han esmerado en aprender la lengua alemana, y acuden a sus descendientes para que les traduzcan. Y desde luego, tal falta de presteza irrita a los habitantes étnicos que sienten que desconocidos están instalando tiendas en el patio de su casa.

Sin embargo, si analizamos en detalle la exposición anterior, nos encontramos con que la gran atadura que liga a los turcos islámicos al territorio alemán son los privilegios sociales que de manera oficial les fueron traspasados. En ese sentido, el gobierno germano pudo haber procedido de idéntica manera como lo hizo con los inmigrantes españoles que por ese mismo tiempo arribaron para trabajar en las áreas rurales, a quienes nunca les concedió dichas regalías, siendo relegados a habitar en miserables barracas donde además estaban hacinados. La mayoría de ellos retornó cuando el milagro económico se fue volviendo una triste realidad. Pero como las autoridades suelen darle más importancia a la industria que a la agricultura, y más tratándose de un país desarrollado, éstas no quisieron ser la excepción y le dieron un trato preferente al segmento que sostenía la actividad mejor considerada. Y luego, el aspecto que constituye la piedra de tope, la reticencia a la integración, o visto de un modo positivo, la férrea conservación de las costumbres ancestrales, incluida una religión señalada como retrógrada y nociva, es un factor que ha permitido hacer las distinciones que facilitan declaraciones populistas y irreflexivas como la de Merkel. Pues si los turcos se hubiesen mimetizado con los alemanes étnicos, no habría enemigos visibles a quienes echar mano. Ergo, uno puede formularse de modo legítimo la siguiente interrogante: la segregación de los inmigrantes, ¿fue una situación espontánea o, de cierta manera, se suscitó gracias a la conducta de los mismos jefes de Estado, que jamás han deseado la mescolanza, y reparten los beneficios sociales finalmente pensando en sus propios intereses? No hablo de ocultar una actitud. Me refiero a ese vicio en el que suelen derivar los subsidios, donde el mendigo recibe cada día el plato de comida que le sobra a los ricos, y queda satisfecho, lo cual implica no hacer esfuerzo alguno por cambiar de situación ni por cuestionar las causas que lo arrastraron hasta ahí. El prototipo del pordiosero conformado que a la larga se torna odioso. Que por lo tanto, cuando al resto empieza a irle mal -como hoy le ocurre a Alemania con la crisis financiera- se transforma en el recipiente donde descargar toda clase de acusaciones.

No obstante, no debemos cerrar este artículo sin echar una mirada a las otras tesis planteadas en la obertura. En el caso de Irán, cabe recordar que Estados Unidos ha amenazado con bombardear ese país si Mahmoud Ahmanidejab, su gobernante -tan fanático religioso musulmán como imbécil- continúa dando palos de ciego en su apoyo a la causa palestina sobre la base de atacar a Israel y al pueblo judío, negando el Holocausto. Un asunto muy sensible para Alemania. Aunque cabría preguntarse de qué manera y hasta qué punto. Porque los campos de concentración y el posterior destierro hebreo al Medio Oriente significó un alivio para los teutones, en el sentido de que ese asunto lo tenían resuelto y de ahí en adelante a ningún líder se le ocurriría valerse del antisemitismo para alcanzar el poder; no por los horrores de la guerra sino simplemente porque sería un absurdo, pues hace rato que los judíos no habitan su territorio. La coyuntura internacional les estaría dando el pretexto para revalidar sus impulsos racistas sin ser objetados por ello. Como el presidente iraní ataca constantemente a los israelíes, eso les da la opción de decirle al mundo que ya no obran como Hitler sino todo lo contrario. De paso, se liberan de una joroba interna empleando tácticas que parecían desterradas. Aún cuando, al igual que sucedió hace ochenta años, el responsable no sea el pueblo alemán en su conjunto, sino la ideología espuria de sus legisladores.

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