jueves, 14 de octubre de 2010

El Martirio de los Profesores

En medio de anuncios acerca de nuevas iniciativas para mejorar la endémica baja calidad de la educación chilena, que como siempre empiezan echándole la culpa al sistema, para finalmente, tras acoquinarse ante los poderosos beneficiarios de éste, acabar achacándole toda o buena parte de la responsabilidad a los profesores, se ha dado a conocer la noticia de que las agresiones a los docentes, desde los alumnos, los apoderados e incluso los fiscalizadores públicos, han aumentado, y las proyecciones indican de manera inequívoca que la tendencia en el corto plazo seguirá siendo al alza. Una realidad alarmante y que debe ser tratada de forma especial. Pero que a su vez, no puede ser separada del contexto de los establecimientos de enseñanza primaria y secundaria, inmersos en un círculo vicioso donde las expresiones de violencia son más graves y frecuentes cada día, como ocurre con las actitudes matonescas de algunos muchachos hacia sus compañeros, o con aquellos colegios que prestan servicio a un sector denominado "de alta vulnerabilidad", que en la práctica debe entenderse como plagado de situaciones de narcotráfico, abuso parental y delincuencia común.

Siempre que se ha dicho que, por mucho que se inyecte una cantidad importante de recursos en la educación -tanto económicos como legales o metódicos-, dicha inversión a poco andar se tornará un saco roto si no se corrigen anomalías propias del ambiente. Por ejemplo, los casos de niños que provienen de hogares mal constituidos, donde son constantes víctimas de agresiones, ya sea de modo activo o pasivo -el chico que es testigo de las palizas que el papá le da a la mamá-. O, aún con un par de progenitores de conducta aceptable, cuya familia está inserta en un barrio donde es una mera excepción, a la cual todos intentan tirar para abajo. En ese último sentido, entra al baile el problema de la desigualdad social de Chile, un mal ya tan ramificado como la mediocridad de nuestra educación. El menor ingresa a la escuela con la idea preconcebida -no por él, pero sí por quienes le rodean y ergo moldean su personalidad- de que lo impartido ahí dentro no sirve de nada, y que resulta bastante más práctico emplearse en un supermercado o ir a trabajar a las faenas agrícolas. Y cuando se llega a la adolescencia, la distorsión es muchísimo mayor, ya que ésa es la edad en donde cualquier persona adquiere la capacidad suficiente para razonar por sí mismo, lo cual lo impulsa a dejar de creer en los cuentos que oyó en su infancia y a reaccionar de manera más virulenta ante los desengaños. Si se le agrega a esto la coyuntura vivida por los jóvenes de barriadas populares, donde algunos de ellos han sido violentados en sus derechos más básicos, tenemos un auténtico cóctel molotov dispuesto a lanzarse por sus propios medios en plena aula de clases, como un válvula de escape para desquitarse con alguien y así canalizar las frustraciones.

Sin embargo, las autoridades siguen creyendo, de manera ciega y testaruda, que la educación será la llave para superar las abismales diferencias sociales que existen en este país. O cuando menos, es algo que repiten como si les diera hipo cada vez que leen un discurso. Por lo mismo, insisten en encargar a los establecimientos educacionales, y por lógica a los mismos profesores, la tarea de hacer creer a los niños que al entrar a un salón de clases prácticamente ingresan a una burbuja que con ritmo lento pero seguro los conducirá al paraíso. Los maestros se ven obligados a insistir que con educación el pordiosero terminará siendo alguien en la vida, cuando ellos mismos se dan cuenta que la realidad no es así. Y para su desgracia, los muchachos también notan que esa monserga es una mentira, y se lo hacen saber al docente. Mediante la fórmula característica de quien no ha alcanzado su plena madurez cognitiva, que aparte de eso -y la redundancia es válida porque demuestra otro aspecto del omnipresente círculo vicioso- no ha recibido la instrucción adecuada y que no tiene pito que tocar (pues aunque se insista en eso de que el profesor debe escuchar a los alumnos y permitirles desarrollar actividades, al final los contenidos y la estructura que permite informarlos es planificada por completo y con absoluta rigidez desde arriba: si no, sólo hay que recordar la represión policial con que se acallaron las manifestaciones secundarias de los años 2006-2010): recurriendo al contacto físico, sempiterna salida de quien está inserto en un medio social que le bloquea todas las alternativas y en un paradigma económico al cual le convienen los comportamientos brutos, combinación propicia para que imperen los principios más elementales de la supervivencia y la ley del más fuerte. Quizá la prueba más plausible de tal insensatez sea el agua que recibió en su propio rostro la ministro de educación de turno allá por el 2008. Ella respondió con dureza, porque era una autoridad pública y hay todo un cuerpo legal que la protege. Pero ése es un blindaje con el que los profesores no cuentan, aparte de que siempre son el jamón del emparedado. Entre un educando que es menor de edad y unas autoridades que nunca están dispuestas a reconocer sus errores.

Ahora que se proponen modificaciones en las mallas curriculares de las carreras de pedagogía, y en el mismo rol social que cumplen las escuelas y los profesores, podríamos preguntarnos si no sería factible crear una instancia capaz de formar docentes especializados en esta clase de alumnos difíciles. En ningún caso lo estoy diciendo en tono de broma. Se trata de preparar maestros que tengan las herramientas suficientes para lidiar con tales inconvenientes, comprendiendo a estos estudiantes y dominando el medio en que residen. El resultado sería positivo, pues hasta el propio muchacho se sentiría motivado a concluir su escolaridad y tal vez se cumpla con el propósito de sacarlo del fango, a él y a varios más. Hoy día, con suerte una universidad incluye un mísero curso semestral donde se abordan estas zonas marginadas y marginales (bueno: primero cabe preguntarse si las universidades en verdad enseñan...). En cambio, a los profesores, a todos los que egresan sin distinción, se les exige ser eficientes en campos que apenas les mencionaron y para los cuales simplemente no cuentan con una solución. Pero en fin: la situación actual sólo es el reflejo de los factores externos que perjudican a la educación chilena, como la ya mencionada desigualdad social. Que nadie se atreve a corregir.

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