miércoles, 22 de septiembre de 2010

Que Responda el Asesino

Doscientos ochenta millones. Eso es lo que tendrá que pagar el fisco según un dictamen legal a la familia de Daniel Menco por el crimen de ese joven universitario, perpetrado en Arica en 1999. Desde luego, una burla considerando la gran cantidad de recursos que mueve el Estado y los once años que se han perdido clamando por justicia. Pero en especial, por tratarse de un asesinato alevoso, cometido bajo el amparo de un gobernante, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, a quien le faltaban pocos meses para terminar su legislatura, en medio de una impopularidad cada vez más creciente, provocada por la incapacidad de la administración para manejar la crisis económica, la acumulación de innumerables casos de violaciones a los derechos humanos y el empeño inexplicable del presidente por evitar que Augusto Pinochet fuese sometido a proceso en los tribunales ingleses y españoles, llegando en este último caso, a insultar y denigrar a los magistrados europeos, actitud que dejó a Chile al borde del conflicto diplomático. El mismo sujeto que una década después, haciendo gala de su descaro, su hipocresía y su oportunismo, pretendió regresar a la moneda, vestido ahora con los ropajes de esos movimientos populares e izquierdistas que siempre persiguió.

Porque no vamos a exculparlo aseverando que este delito fue un simple exceso de un mayor de Carabineros. O, como intentaron justificarlo las autoridades de la época, un error del armero que cargaba y entregaba las escopetas. Durante un mes, y prácticamente en paralelo con el inicio de las protestas estudiantiles, donde se reclamaba por lo mismo de siempre, falta de compromiso a nivel de Estado, que se traducía en escasez de financiamiento y no cumplimiento de promesas emitidas en actos solemnes, a través de la subsecretaría del interior -regentada por el oscuro Guillermo Pickering, un genocida que tras exterminar a todo el que consideraba sospechoso, y ya en el ámbito privado, se especializó en protagonizar desfalcos y hechos de corrupción que siempre involucraron malversación de fondos públicos-, y por supuesto obedeciendo a una orden superior, a cada rato se declaraba que detrás de estas manifestaciones se ocultaba una conspiración orquestada por el Partido Comunista, al que entonces se le podía echar mano porque la Concertación no lo necesitaba para mantener su supervivencia. Acto seguido, se daba un "mensaje de tranquilidad" a la población, aseverando que la policía uniformada se encargaría de preservar el orden público con absoluta libertad de procedimiento. Dicho y hecho: los pacos -que siempre han odiado a los universitarios porque su sola existencia les deja en claro que son inferiores- se solazaron en enviar a jóvenes al hospital, mientras en las altas esferas se negociaba con dirigentes moderados o simplemente vendidos para, teniendo como excusa un incidente grave, acusaran a sus colegas de preferir la violencia en lugar del diálogo. Hasta que se llegó a la "muerte que nadie quiso", según el mentiroso de Pickering, aunque todos sabían que ese funcionario iba a ser tratado por la justicia militar, lo que ya le aseguraba el guante blanco, y que por ser un oficial y no un suboficial, recibiría una sanción tan irrisoria que a la postre le catapultaría como un héroe. De hecho hasta hoy se encuentra en servicio activo, mientras los civiles que lo protegieron ganan dinero a manos llenas en diversas empresas, y el principal responsable goza de una suculenta dieta parlamentaria vegetando en el Senado.

Eso sí. Frei Ruiz-Tagle es un tipo ladino y ese es un atributo que hay que reconocerle. Durante el 2009, cuando pretendía, pese a sus antecedentes, retornar a La Moneda, dio una serie de giros vergonzosos e infumables. Y no me refiero a su cínica reconciliación con los comunistas, construida sobre la amenaza del advenimiento de un mandato de derecha, y sobre la base -producto de lo anterior- de no recordar las atrocidades del pasado. Sino a un aspecto de su personalidad que es mucho más execrable y abyecto, como fue el uso de la muerte de su padre -envenenado por los esbirros de Pinochet en una clínica, donde se hospitalizó para someterse a una cirugía- para lavar su imagen y conseguir sus propósitos. Porque quien siempre estuvo molestando a los ministros de la corte para que de una vez esclareciesen el caso, fue su hermana Carmen, quien lleva treinta años en una cruzada silenciosa. En todo este periodo, el miembro más identificable del clan ni siquiera se asomó a preguntar por el avance de la investigación, que de seguro veía como una joroba que le impedía congraciarse con el dictador y el círculo político al cual éste representaba. Incluso, en alguna ocasión se manifestó contrario a la tesis de la intoxicación inducida. Sin embargo, casi como por encanto, junto a su postura y discursos sorpresivamente más izquierdistas, en la época más reciente, coincidiendo con su segunda tentativa presidencial, se puso delante de los denunciantes y adquirió un tono de sufrida víctima. Así consiguió bloquear la serie de acusaciones en su contra, resultado de una desastrosa gestión donde lo que más sobresalió fueron los apremios ilegítimos, de los que el crimen de Menco, como ocurre en estos casos, sólo constituye la punta del iceberg.

De igual manera que exige, tardíamente y cuando el autor intelectual está en el ánfora, justicia para su padre, Frei debe responder por este asesinato alevoso que no tuvo nada de accidental ni de espontáneo. Y por todos los crímenes cometidos en legislatura, que no son pocos y varios de ellos todavía permanecen impunes. Y con él, debe sentarse en el banquillo toda la pandilla de innombrables que ayudó a que acaeciera esta muerte, incluyendo al finado Raúl Troncoso (que como Merino, dejó este mundo sin ser siquiera cuestionado por sus fechorías). Como dice la canción -y el poema de Neruda- no deben permanecer en sus casas tranquilos. Hay que pedir castigo.

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