miércoles, 15 de septiembre de 2010

Patrias Para Oligarcas

Cuando por estos días los chilenos se preparan para celebrar el segundo centenario de su independencia política, en medio de un contexto -los años 2009-2014- en el que gran parte de las antiguas colonias españolas en América se hallan en efemérides similares; empero no deja de ser constructivo, al menos un instante antes de entregarse a los festejos, reflexionar sobre los proyectos confederativos impulsados recién concluido cada proceso de emancipación, por próceres como Francisco Morazán, Simón Bolívar o José de San Martín, que se plasmaron en la configuración de tres grandes Estados: la República Federal del Centro de América, la Gran Colombia y las Provincias Unidas del Sur, respectivamente. Todos, guiados por la idea de unificar a un grupo de regiones que, pese a sus peculiaridades, compartían una lengua y un origen, y tenían historias y acerbos culturales bastante diferenciados pero a la vez íntimamente relacionados entre sí. No por evocar ese manido cliché del "sueño bolivariano", que en este último tiempo se ha venido transformando en ideología. Sino por las circunstancias que llevaron a aquellas iniciativas al fracaso, las que son comunes a los tres y se enmarcan en lo más profundo de los males y los vicios que aquejan a las sociedades latinoamericanas, los cuales parecen mimetizarse con la idiosincrasia de nuestros pueblos, y cuyas consecuencias se padecen hasta el día de hoy
De esas tres planificaciones, la primera duró un periodo relativamente corto, la segunda tuvo una existencia efímera y la última nunca vio la luz. Los hechos que derivaron en cada disolución fueron siempre los mismos: la oposición de las oligarquías y los caciquismos locales, elementos que en todos los casos estaban relacionados. Desde luego, en la actitud de rechazo apenas se podía parapetar el temor a perder determinados privilegios. Pero también, entre los detractores primaba una fuerte tendencia conservadora y reaccionaria, que se habría pronunciado en favor de la restauración española, si tal atrevimiento no les hubiese significado ser despedidos con una patada en el trasero del continente. Los proyectos que les inquietaban, estaban concebidos según el pensamiento liberal derivado de la Revolución Francesa, como por lo demás era lógico tratándose de concepciones que eran ambiciosas, tanto en sus extensiones territoriales como en sus modelos esperados de sociedad. Y dicho proceso atentaba de forma abierta y manifiesta con las costumbres legadas por los españoles, las cuales nunca saltaron a la palestra durante el proceso de búsqueda de la autonomía, y según su visión de las cosas, jamás debían hacerlo. Como era de esperarse, en el trabajo de contención contaron con el apoyo de la entonces muy poderosa iglesia católica, que por aquellos años estaba bien evaluada incluso entre quienes se alejaban de sus exigencias, porque varios curas se colocaron del lado de los patriotas durante las guerras independentistas. Los prelados temían que las mancomunidades adquiriesen un poder que los sobrepasara, tras lo cual, su influencia caería en un sostenido declive. Finalmente, estas tres iniciativas sucumbieron producto de la misma característica multi cultural que declararon representar y proteger; pero que no supieron entender, esencial primer paso si se desea asimilar algún elemento.

Los acontecimientos se precipitaron. Tras una serie interminable de luchas intestinas -algunas de las cuales se prolongaron hasta la década de 1980-, los viejos virreinatos se fragmentaron en una serie de países poco viables y fiables, y sin la capacidad para sostener una independencia efectiva. Como una ironía respecto de su origen común, al que tanto apelaban los proyectos de unificación antes descritos, las nacientes repúblicas fueron gobernadas, como si de una conspiración coordinada se tratase, por las oligarquías regionales, ahora con la capacidad de abusar de sus respectivos pueblos de la manera más cómoda a su respectiva realidad. Son esos caciquismos, los que han formado la identidad de los casi todos los Estados hispanoamericanos (porque hay excepciones como Cuba y Puerto Rico, colonias hasta 1898, traspasadas a Estados Unidos tras un conflicto naval que España sostuvo con dicha metrópoli, y después protagonistas de procesos históricos originales y distintos al resto de sus pares), incluso se podrían agregar los demás Estados latinoamericanos, pues Brasil experimentó una situación muy parecida, aún cuando la ex dependencia portuguesa sí logró sobrevivir como entidad política unificada. Pero las fronteras que hoy demarcan América al sur del Río Bravo, son la consecuencia de los intereses de las familias acomodadas de cada región. Luego, ellas mismas han impulsado la creación de una madeja chovinista basada en símbolos marciales, como la bandera, el escudo o las tradiciones en el sentido de las tarjetas postales ofrecidas al turista extra continental que desea conocer al prototipo del buen salvaje. Quizá por lo mismo no se avergüenzan en recurrir a los militares cada vez que perciben que ese orden conservador ha sido quebrantado: fuerzas armadas a las que además, siempre han tratado como su guardia privada. Una situación que se ha expresado en casos muy curiosos y puntuales, como Panamá, parte de Colombia hasta que a los norteamericanos se les ocurrió construir un canal y los ricos del istmo se tentaron con la posibilidad de negociar sus productos con las grandes potencias sin intermediarios políticos. O Texas, que peleó su secesión de México y veinte años después de obtenerla, se auto incorporó a los EUA, ocasionando una guerra entre ambos países que le acarreó al primero la pérdida de la mitad de su territorio. Entre paréntesis, México puede ser considerado como un cuarto proyecto integrador, el cual a diferencia de los anterior sí ha conseguido un relativo éxito, aunque sea fundamentándose casi exclusivamente en el hecho de que pervive como entidad legal hasta la actualidad.

Del mismo modo, existieron oligarquías zonales que no prosperaron y en consecuencia, las instituciones que crearon pasaron a formar parte de otros gobiernos, como la serie de intrascendentes repúblicas cuyos territorios están hoy integrados en Argentina o en el ya mencionado México. O la República de Atacama, en Chile. Ya sea porque carecían del poder o los contactos suficientes -principalmente en la iglesia católica-, o debido a que encontraron más conveniente someterse a otros clanes, es que al final claudicaron. Si esas circunstancias también hubiesen sido distintas, el mapa de América no sería el que vemos colgado en la pared de las aulas escolares. Pues son ellos quienes han creado este concepto de nacionalidad bastante trucho, que sin embargo le da una oportunidad de circo al pueblo cada uno, cien o doscientos años. Aunque las celebraciones despierten, por motivos obvios, las simpatías de todos los habitantes.

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