miércoles, 14 de julio de 2010

Otro Mito Que Se Derriba

Hablando con honestidad, fui uno de los tantos que se sorprendió con los resultados que arrojó la más reciente encuesta CASEN, tomada durante el 2009, donde se señala que por primera vez en veinte años, la pobreza mostró un aumento. Leve, de tan sólo dos puntos porcentuales, desde los trece a los quince. Pero incremento al fin y al cabo. Lo cual significa mucho más que un simple quiebre de tendencia. Porque esta inesperada variación en la curva del gráfico, puede ser capaz, a pesar de su aparente insignificancia, de poner en tela de juicio los pilares sobre los que se ha fundado el sistema democrático y político-social imperante en Chile a partir de 1989, del que además, todas los estamentos dirigentes, independiente de su signo partidista o filiación civil, militar o religiosa, se han mostrado más que orgullosos.

De partida, este rebrote en el índice de precariedad, echa por tierra otro de los tantos mitos que han solventado la conducción del país durante las últimas dos décadas. Aquel que señalaba que la orientación económica, fundamentada en el capitalismo nuevo liberal de Milton Friedman, e impuesto por una dictadura militar mediante la fuerza de las armas, a la larga iba a terminar con estas situaciones poco deseables en la sociedad. Bueno: no sólo el modelo financiero en sí, sino también, sus supuestas "correcciones" llevadas a cabo durante los sucesivos gobiernos de la Concertación, que en realidad no pasaron de ser intervenciones esporádicas y timoratas que constituyeron un escaso aporte, por estar basadas casi exclusivamente en los subsidios asistenciales. Siempre se le vendió, no al pueblo, sino a la opinión pública, el discurso de que dicha combinación de factores era una perfecta simbiosis que conduciría a la nación a un desarrollo progresivo, donde los problemas iban cada vez a ser menos. En parte, para desviar la atención sobre las nuevas consecuencias que en su trayecto iba generando la aplicación del paradigma: desigualdad y aumento excesivo del poder de influencia de los grandes consorcios. Anomalías que, si no habían sido previstas tras el retorno a la democracia, aparecían como puntos difusos en el horizonte que bien podían ser causados por una ilusión óptica. Pero que en cualquier caso eran esperables. Por ello, ante su manifestación, la denominada "lucha contra la pobreza", se transformó en un subterfugio que a la postre se tornó por lejos el más eficaz de los salvavidas. Después de todo, era una de las herramientas retóricas más útiles al momento de atacar a la tiranía, pues, no nos olvidemos, en 1990 casi la mitad de la población se encontraba bajo la línea de la pobreza, una realidad que era repetida hasta la majadería por quienes sucedieron a Pinochet. ¿O que ya nadie se acuerda de los "cinco millones", que en verdad rozaban los seis?

Ahora, cuando la curva descendente se ha interrumpido, la única justificación que quedaba para nuestro modelo, ése que hacía de Chile "un ejemplo a nivel mundial", también se ha esfumado. Y de paso, ha convertido a todo lo obrado en estas últimas décadas, en un esfuerzo inútil. O mejor dicho, en una falsa sensación de desarrollo y bienestar progresivo y sostenido. Desde luego, nadie reparó en que cuestiones tales como la mala distribución del ingreso, a la larga no sólo inciden en que un puñado de personas vivan como si estuvieran en otra dimensión espacial, sino que además vuelve mucho más precaria la situación de la gente común. "No queremos menos ricos, sino menos pobres" se suele decir. Pero un mínimo nivel de cultura es suficiente para darse cuenta que si los ricos aumentan en forma desmedida su caudal, tal conducta acaba empobreciendo a los demás, pues tras superar un límite comienza el acaparamiento a costa de los empleados y trabajadores. Un razonamiento lógico que en todo este tiempo estuvo ausente de la cabeza de nuestros dirigentes, aunque por voluntad propia. Desde los más diversos sectores, se llamaba a respetar al empresario, pues él es capaz de crear puestos de ocupación que en el mediano o incluso en el corto plazo, ayudarán a un pordiosero a abandonar su miseria. Suena perfecto de no ser porque tal principio se erigía como una idolatría irracional cuando se trataba de un negocio transnacional o de una compañía con infinitas ramificaciones.

En fin. Así se van desplomando uno tras otro, los incontables mitos que nuestra caterva de líderes interesados menos en el servicio público que en su propio pasar nos han querido inculcar con esa rara mezcla que hacen entre la certeza religiosa y el método científico, fundiéndolos hasta obtener una peculiar seudociencia que luego divulgan fácilmente, gracias a la educación de pésima calidad que nos imparten. Y no es necesario un terremoto como el del veintisiete de febrero para que los resquebrajados muros terminen cediendo. Aunque ese evento botó varios de estos cuentos, una importante cantidad ha caído porque simplemente ya no se puede sostener. Por ejemplo, la iglesia católica como luchadora incansable por los derechos humanos, las universidades como reserva de un conocimiento cada día más arrinconado, o la Concertación como la incorruptible coalición derivada de la soberana sapiencia popular. El que ahora yace en el suelo, resistió durante tanto tiempo, porque obedecía al intocable sistema económico que rige en Chile, que por esas cosas que nadie es capaz de explicarse, domina también las decisiones políticas y a la sociedad. Eso es lo que ha perdido credibilidad y no una ideología o un determinado pacto partidista.





2 comentarios:

Raul dijo...

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Galo Nomez dijo...

Gracias, Editor. Comenzaré a explorar aquellos sitios.