miércoles, 7 de julio de 2010

Kramer Versus Piñera

Aunque tanto Sebastián Piñera como sus asesores digan que estos primeros cuatro meses de gobierno han sido satisfactorios para sus propias expectativas, uno siente que esas declaraciones se emiten sin la convicción necesaria y que sus emisores no hacen el más mínimo esfuerzo por disimularlo. Fenómeno que no se puede atribuir a las palabras de buena crianza que caracterizan a los políticos y que son más obvias al momento de efectuar una auto evaluación. Simplemente, en su fuero interno creen de manera objetiva que están obrando mal, o en el mejor de los casos, que la solución está dada para que los resultados sean mejores. Y eso lo transmiten aunque ocupen toda la saliva y las expresiones faciales en demostrar lo contrario. Y aunque tratan de detenerlo usando todos los recursos imaginables, de vez en cuando este descontento con la gestión personal se manifiesta en anécdotas que en cualquier tiempo y lugar no habrían pasado de ser frivolidades absurdas; pero que en medio de tanta confusión, se convierten en noticia de primera plana. Como sucedió con el reciente llamado de atención de parte de las autoridades ejecutivas y ciertos parlamentarios, a Televisión Nacional de Chile, por la enésima parodia que el inefable comediante Stefan Kramer hizo del presidente, más encima, en un programa donde fue entrevistada su antecesora, la no menos ambigua (en referencia al análisis de su legislatura) Michelle Bachelet. Varios calificaron la imitación humorística como una falta de respeto, llegando a solicitarle al canal -de propiedad estatal- una explicación.

Ignoro si será un hecho común a todos los remedadores. Pero al menos, Kramer nunca pierde oportunidad para admitir que su capacidad de imitar la voz de las personas, se debe a un defecto de carácter biológico y fonológico, que le acarrea problemas para la comunicación oral. Puede tratarse de una disculpa oculta de alguien que intuye que para alcanzar la fama se requiere hacer concesiones y quedar bien con la mayor cantidad de gente posible. No obstante, se debe admitir que sus parodias presentan características que las diferencias de las de sus pares comediantes. Por ejemplo, cuando Juan Carlos "El Palta" Meléndez ridiculiza a Pinochet, su voz y sus gestos se mimetizan tanto con los de la persona real, que a uno se les genera la idea de que es el mismo dictador de marras quien en cuerpo y alma está hablando estupideces. Y con el resto de sus víctimas le sucede lo mismo (recuérdese el escándalo que en 1994 le armó la iglesia católica por sus menciones a Juan Pablo II, que lo forzó a pedir disculpas públicas). En cambio, Kramer siempre parece dejar en claro que es él quien está actuando y que sobre el escenario sólo cita al otro, pero no le alcanza para generar esa transfiguración aparentemente tan inherente a este estilo de humor. Por lo cual el público acaba riéndose de él, en el buen sentido de la palabra, es decir en cuanto profesional eficaz y cualitativamente bueno. Pero jamás del imitado. El resultado es que sus parodias terminan siendo más agradables y aceptables, y tienen el camino despejado para obtener el éxito masivo.

De hecho, el mismo Sebastián Piñera ha declarado que le gustan las bromas que Kramer crea a costa de su humanidad. Por lo cual el reciente cambio de actitud es extraño. Salvo que un ejercicio inocente sea capaz de desnudar las falencias de la actual legislatura gubernamental. Lo cual significa, en atención a la coyuntura descrita en el primer párrafo, que en La Moneda no lo están pasando bien y que en realidad hay un abismal descontento por la propia conducción. Y lo peor es que se carece de la valentía necesaria para admitirlo públicamente. O para presentarlo en términos positivos, se cuenta con un exceso de orgullo. De cualquier manera, una actitud que ya está trayendo consecuencias que en el futuro inmediato pueden resultar nefastas. Sobre todo, teniendo en cuenta la advertencia contra TVN, que se materializaría en una reunión de su directorio. Un acto de censura exagerado aunque sutil, a causa de un hecho menor. Cabría entonces, preguntarse qué destino tendrán aquellos que se atrevan a incluir más consistencia en sus parodias. ¿Qué pasará si un humorista se ve enfrentado a un embate similar al que sufrió Meléndez en 1994? ¿Qué castigo recibiría en caso de que algún mencionado se sintiese ofendido? De hallarse desprotegido, tal vez no baste con una petición pública de perdón.

Hace un buen rato que la política chilena se confunde con la farándula. La misma que prefiere a Stefan Kramer porque interpreta muy bien ese ambiente; pero no atacándolo, sino que representándolo como una suerte de presentador de un sistema capaz de reírse de sí mismo. Eso explica que un buen número de sus imitaciones estén centradas en personajes asiduos a la prensa del corazón y que las que no, al final tengan esa impronta. El problema es que el actual gobierno -cuyo estilo a veces parece indisoluble del de la oquedad frívola-, ha cometido errores que tornan inevitable el ponerse serio, incluso entre sus mismos integrantes. Y para acallar las críticas, que pueden devenir en una falta de apoyo y en protestas callejeras, lo más rápido y efectivo es silenciar los focos que impulsen a manifestar tal descontento. Un acometimiento que por desgracia ha encontrado apoyos transversales, pues ciertos personeros de la Concertación (como Francisco Vidal, alguna vez presidente de TVN) han recalcado que el humor es legítimo siempre y cuando no se torne una "burla injustificada", dejando entrever que éste sería un caso. De cualquier manera, cabe recordar que Michelle Bachelet tampoco era muy propensa a sonreír con las bromas que le colgaban acerca de su figura física, algunas de las cuales eran emitidas en correcta señal de amistad, como le pasó a Nicolás Eyzaguirre hace unos años. Después de todo, se ha dicho que la carcajada se debe obtener a costa de personajes que no estén presentes en el auditorio.

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