Jorge Arrate, a estas alturas el mejor de los candidatos a la presidencia, le viene planteando de un buen tiempo a esta parte, a dos de sus tres contendores, una especie de acuerdo común para evitar que la derecha, con Sebastián Piñera, gobierne el país los próximos cuatro años. Su argumentación se basa en el hecho de que todos -él mismo y Eduardo Frei y Marco Enríquez-Ominami- alguna vez estuvieron juntos en la misma alianza política: la Concertación. Y además, que ninguno ve con buenos ojos la asunción al poder de un grupo tan oscuro y reaccionario, como son nuestros tradicionalistas: ni siquiera, en el marco de la actitud cortés y resignada del derrotado. Con esto, el representante de la izquierda más pura, abandona por un momento los menesteres de su propia campaña, replicando la decisión tomada por su pacto, el Podemos, que a mitad de año optó por integrar una lista única con la ajada Concertación, buscando con ello dos cosas: ahorrar recursos económicos y tener una posibilidad real de acceder al Congreso, justo cuando esa coalición se partía en dos producto de ambiciones personales y equivocaciones evitables, y de paso perdía toda su capacidad de convocatoria.
Más allá de que todo huele a la enésima ocasión en que la izquierda sale en auxilio de la alianza oficialista recibiendo nada a cambio, esta propuesta recuerda mucho a aquellos derechistas temerosos de 1999, que llamaban a conformar un frente unido para "parar a Lagos". Temían que este político, que una década atrás había apuntado con el dedo a Pinochet, hecho tras el cual se arropó con una imagen de hombre radical y de mano fuerte - al estilo socialista, por cierto-, se sentara sobre sus privilegios llevando a cabo una administración popular al estilo de Salvador Allende, más encima, cuando su propio mentor ideológico, solicitaba socorro desde Londres, apelando a que la justicia internacional mostrara una humanidad que él jamás expresó. En definitiva, veían que los acontecimientos se precipitaban rumbo al apocalipsis. Y sin embargo, el mandato de Ricardo Lagos fue bastante correcto desde las expectativas del neoliberalismo económico. Buscó superar la recesión de comienzos de siglo otorgándole un mayor campo de acción a las grandes compañías, mientras que, por el contrario, apenas mencionó a las pequeñas y medianas empresas, que ya estaban depreciadas tras las determinaciones erráticas de los últimos años de Frei. Tal situación permitió que los consorcios más acuadalados contratasen altas masas de trabajadores cesantes pudiéndoles ofrecer salarios bajos, cuando no simplemente subempleo: de hecho, fue en ese sexenio donde el problema de la subcontratación terminó adquiriendo ribetes de escándalo nacional, cuando hasta la misma administración pública aprovechó la coyuntura. En contraste, al final de su legislatura, fue ovacionado en cuanto foro de magnates intervino. Durante su periodo, el único gremio más o menos adinerado que debió soportar sus arranques airados fue la prensa, la cual en todo caso lo tuvo por las cuerdas durante un breve lapso entre 2002-2003: con todo, nuestros ambiguos periodistas le regalaron encuestas de opinión que siempre lo colocaban en la cima. Cabe agregar que, atendiendo a los reclamos exagerados y artificiales de los ricos terratenientes de la Araucanía, dio inicio al terrorismo de Estado contra las legítimas demandas de las minorías étnicas. Incluso se dio tiempo para sancionar algunas leyes relacionadas con la moralina, que tanto le gustan a la derecha chilena y todo lo que representa: por ejemplo, la prohibición del uso de fuegos artificiales, la restricción de horario para los locales nocturnos o la fascistoide normativa contra el consumo y tráfico de drogas: de esta oleada retrógrada ni siquiera se salvó la ley de divorcio, hecha a gusto de los curas y cuyo único hito fue eliminar la prácticamente exclusiva fórmula que los chilenos han tenido para sortear sus diferencias matrimoniales: la nulidad judicial.
Pero cabe señalar un hecho histórico que acaeció en esos comicios y el cual ha modificado casi por completo el modo de abordar tales eventos en este país. Lagos obtuvo un estrecho triunfo y en la segunda vuelta, hito que era inédito hasta entonces. Tal incidente no fue forzado por esta actitud reaccionaria de detener al enemigo con artimañas sucias. Sino, muy por el contrario, por las cualidades innatas del entonces candidato de la derecha, Joaquín Lavín, que, aunque discutibles, le permitieron a ese sujeto conseguir una empatía con un importante sector de la población, el cual percibió en este experimento de monaguillo político, una sensación de cambio. Sin embargo, esta actitud dio resultado, porque todo el conservadurismo se dedicó a trabajar para su oferta, en vez de malgastar el tiempo mirando hacia el lado. De hecho, Lavín abogaba por un determinado pacifismo -del cual podían disfrutar todos, salvo los que él calificaba como delincuentes- el cual se resumía en la sentecia "a mí no me importa la pelea chica sino los reales problemas de la gente", con lo cual pateaba los derechos humanos y las urgentes modificaciones al sistema electoral, sempiternos caballitos de batalla de una Concertación que ya entonces se empezaba a "aburguesar". Es decir, fuera los ataques mientras haya armas propias con las cuales luchar. Y todo esto, armado con una conducta muy propia de conservadores oligárquicos y neoliberalistas: optar por el marqueteo antes que el debate de ideas, la cara bonita sin cerebro, alentar las emociones en lugar de las opiniones.
Arrate, como se señaló al comienzo de este artículo, es lejos el mejor candidato. Pero está cometiendo un error que podría llegar a lamentar a vuelta de las elecciones. No porque pudiere caer en el desprestigio o el olvido ( dadas sus cualidades, tendría que cometer michas burradas para terminar así), sino debido a que se está desconcentrando de su propio trabajo, el que incluso ahora, a escasos días de los comicios, en atención a su condición de novedad y al hecho de que, como nunca antes, nada está siquiera parcialmente definido, le podría significar más votos. Además, que está propiciando proceder en clave negativa, algo que nunca ha traído como resultado ganar comicios. En síntesis, está recordando -aunque las diferencias entre ambos casos son abismales- las campañas del terror que las dictaduras sudamericanas, la chilena inclusive, montaban contra la democracia, a la cual presentaban como sinónimo del caos. Si en el caso de un balotaje se requerirán los sufragios de los dos postulantes que no compitan en esa instancia con Piñera, entonces que los apretones de mano y las muestras de unidad, que se deben efectuar guardando las distancias, se expresen con toda cabalidad desde el 14 de diciembre. Pero por ahora, Arrate es una opción que posee muchos méritos, lo mismo que E-O y Frei.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
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