miércoles, 18 de noviembre de 2009

Excremento de Género Sobre Un Palo

Dicen que cuando los países no tienen una gran historia que ofrecer, o sus estructuras sociales y políticas son insufribles, o pese a sus esfuerzos no pueden salir del subdesarrollo, casi siempre porque existe una oligarquía todopoderosa que lo impide; entonces alzan los ojos hacia sus mástiles y se quedan horas mirando, con una emoción sacada de la peor de las telenovelas, esos paños de género repletos de colores y dibujitos denominados banderas o símbolos patrios. Según los comentaristas más chuscos - que en Chile abundan, aunque no precisamente con un humor de calidad- esto es lo que estaría sucediendo hoy en el Perú, y su lacrimógeno escándalo, de parte, en todo caso, únicamente de sus dirigentes públicos, creado en torno al caso de contraespionaje, donde un militar de su propio ejército le habría pasado, por un buen tiempo, información a sus pares chilenos, a cargo de una no despreciable compensación pecuniaria. Este acontecimiento, que por sus características, de por sí deja muy malparadas a las fuerzas armadas del Rímac, ha sido empleado al sur de la línea de la Concordia para agregar un chiste de grueso calibre más a la interminable lista de burlas xenófobas contra los llamados "cholos", solventadas por el supuesto triunfo en una guerra que terminó hace más de cien años.

Vamos por partes. Efectivamente, Perú ha andado a los tumbos en términos políticos y económicos desde la década de 1980, y como sucede en el resto de América Latina, las causas pueden buscarse en decisiones erradas, descabelladas o interesadas, que se han venido tomando desde la independencia. No obstante, es preciso insistir que tales devaneos son responsabilidad exclusiva de sus gobernantes, y no atañen de manera alguna al pueblo peruano, que ha sufrido estas demostraciones dignas de alguien que desea ser erigido como el hazmerreír universal. Primero Alan García, que con una orientación pretendidamente socialista, condujo al país a una histórica catástrofe monetaria; luego, el japonés Alberto Fujimori, que sostenido en una supuesta lucha antiterrorista, ordenó incontables masacres y transformó el territorio en una hacienda personal; enseguida, Alejandro Toledo, que con una estatura y unos rasgos faciales muy parecidos a los del peruano medio, le vendió ilusiones a la población para, una vez instalado, se decantara por el nuevo liberalismo más salvaje, hundiendo a sus dirigidos en la pobreza y la inseguridad social, y empujándolos a otros países para buscar mejores salarios. Y al final, como una rémora imposible de eliminar, nuevamente Alan García, con más quilos, más hijos ( algunos lo ha debido reconocer durante su segunda legislatura) y menos ideas, conforme él y su partido, el legendario APRA, se van alejando de la izquierda y se ciñen sin objetar a las propuestas macroeconómicas del FMI y el Banco Mundial, las cuales le han impuesto a la nación, a veces, mediante las armas de fuego. Lo que causa más tirria, es que fue elegido como una alternativa de moderación frente a su contendor más fuerte, el ex militar con facha de homofóbico de Ollanta Humala. De hecho, su victoria electoral fue recibida con alivio en ciertos círculos en Chile, pues parecía que la diplomacia le ganaba a la confrontación belicista. Incluso, Mario Vargas Llosa, otro traidor ideológico, que hace rato dejó la profesión de escritor para convertirse en un curioso sacerdote secular e intelectual, le entregó su venia, pues logró derrotar al temible socialismo para el siglo XXI ( lamentablemente, Humala en su momento fue apoyado por Chávez), y además, se comprometió a seguir, en materia de hacienda, las directrices más conservadoras de la escuela de Chicago.

Pero veamos qué ocurre de este lado del ring. Cuando todos recomiendan no hacerle daño al puerco para que así todos caigan en la cuenta de que grita sin agresión de por medio, nuestra presidente ( que por esas vicisitudes de la vida, también es gorda) y el canciller formulan declaraciones que en modo alguno contribuyen a apagar la hoguera. De partida, se insiste, o al menos ése es el mensaje que se pretende comunicar entre líneas, en que los alaridos emitidos en el Perú son una simple ridiculez, con lo cual, al final se refuerzan todos los prejuicios racistas que los chilenos tienen para con sus vecinos del norte. Una y otra vez, se recalca que aquí no hay nada que investigar, sentencia que se expele con la intención manifiesta de que se transforme en la última palabra. Pero a vuelta de página, se remata afirmando que los peruanos, en realidad se valen de esta noticia para dos cosas: desviar la atención acerca de las crecientes reivindicaciones sociales que se suscitando allá, y obtener bonos en el tribunal internacional que dentro de unos meses fallará sobre el límite marítimo. Puede ser, porque tratándose de García, ya nada produce sorpresas. Sin embargo, esta respuesta apenas oculta se raíz chauvinista y tendenciosa. En especial, porque de paso se quiere descalificar un aspecto que el Perú principalmente ha señalado, pero del cual otros países de la región se han hecho eco: el Estado chileno es el que más gastos militares efectúa en relación con su presupuesto, y el que más compras por este ítem ha llevado a cabo en el último lustro. Las demás naciones latinoamericanas hacen rato que miran esto con preocupación, y tampoco lo han dejado de señalar. Y al momento de despejar la inquietud, poco aporta la intención de compra de misiles a Estados Unidos, un tipo de arma inédita en esta zona del mundo.

En resumen, dos gobiernos que desean trenzarse a golpes para el solaz de los habitantes de países más desarrollados, que de seguro verán esta situación como lo hace un espectador de boxeo, aunque reforzarán más su pensamiento acerca de los Estados tercermundistas: que son regidos por simios elegidos a su vez por gente tonta. De hecho, en América Latina es, mirando las cosas de cierto punto de vista, absurdo mantener fronteras internacionales tan marcadas, cuando el subcontinente ha tendido, desde su historia más ancestral, a llevar una movilidad común. Desde la época precolombina, con dos imperios amerindios que abarcaban casi toda la región, pasando por la colonia ( cuatro virreinatos), siguiendo por la independencia, con la colaboración mutua entre los próceres, hasta llegar a los movimientos revolucionarios e incluso las operaciones conjuntas de las dictaduras militares en el siglo XX; no ha sido difícil practicar eso que algunos llaman panamericanismo. El problema es que las anomalías sociales también cuentan con un denominador común: un puñado de oligarcas que somete violentamente al pueblo y que, para desviar su atención, inventa guerras con otro pueblo, al que le lanza las bombas, que jamás dañan a sus coetáneos de clase, con los cuales, muchas veces, están emparentados.

No hay comentarios: