jueves, 14 de mayo de 2009

Un Marco Para la Disolución

La candidatura presidencial de Marco Enríquez-Ominami -más bien, la réplica mediática que ha provocado su deseo de aparecer en la papeleta, algo que aún no está seguro-, ha provocado un revuelo hasta cierto punto esperable y hasta cierto punto artificial. Esperable, porque la opción de la Concertación, de reenviar a La Moneda a Eduardo Frei, es un símbolo de su decadencia como movimiento político y social y de su acomodamiento a los cánones impuestos por la dictadura de Pinochet, los cuales aún permanecen inamovibles y claramente definidos tanto en la constitución de 1980 como en el ordenamiento jurídico que nos rige hoy. Pero a la vez artificial, porque el atrevimiento de este cineasta devenido en diputado, ha sido inflado hasta el amarillismo por los medios de comunicación más masivos, curiosamente, los que están en propiedad de los enemigos del pacto gobernante, mismos ellos que ven una posibilidad inmejorable de arrebatarle el ejecutivo.

A excepción de los últimos balotajes, jamás he votado por la Concertación, lo que no significa que, en atención a ciertos aires que corren, deje de odiar a la detestable derecha chilena y todo lo que representa. Tampoco pienso dejarme seducir por Enríquez-Ominami, pues todas las señales, al menos hasta ahora, apuntan a que será una moda pasajera, como esas canciones pegajosas que se escuchan durante el verano. Lo único que puede ocasionarme este parlamentario con cara de bebé, es desilusión: por la política en general, por un pacto que prometió superar la tiranía militar y hoy se ha convertido en el mayordomo de su legado, por las causas que dieron origen a un fenómeno de esta calaña. Porque tanto los concertados como la derecha han hecho de la evasión de los reales problemas del país una práctica, y se han encerrado en un círculo que bien han bautizado como "clase política". Ahí dentro, han sobrevivido a base de frivolidad y autosuficiencia, lo que finalmente se traduce en mantener un estatus y no acordarse de los electores. Muy diferente, además, a esa camaradería que se dio entre los hombres públicos anteriores a 1973, y que posibilitó la creación de revistas como "Topaze", ya que ahora, quizá obnubilados por el crecimiento macroeconómico del país - que sólo los ha beneficiado a ellos y a sus amistades más cercanas-, no aceptan el humor ni la crítica de alguien externo a su mundo, demostrando, aunque muchas veces aparenten lo contrario, una pobreza intelectual y una cerrazón al debate que creen solucionada con el manido consenso.

Entonces, los que están detrás de la periferia quedan a merced de quien salga de la mansión para ofrecerles aunque sea un mísero pedazo de cóctel. Porque, recordemos, Marco podrá desnudar las torpezas que de un tiempo a esta parte viene cometiendo la Concertación; pero se ha desprendido de su propio seno, el que parece no quiere abandonar de manera definitiva. Es hijo de un guerrillero que murió por sus ideales -por fortuna, porque de haber sobrevivido, seguro sería un alto gerente de alguna empresa abusadora-, y su padrastro es un senador ambiguo de izquierdas que ha sido sospechoso de corrupción y que ha un tiempo planteó reformas legales en contra de los trabajadores, como eliminar la indemnización por años de servicio en caso de despidos. Su distanciamiento con la alianza que lo vio nacer, tiene esa misma carga sensacionalista y publicitaria que en su momento expusieron Joaquín Lavín o la propia Michelle Bachelet, lo cual prueba que, si se dan las circunstancias, este tipo de propuestas puede resultar. El mismo Sebastián Piñera es parte de ese espectáculo penoso, al enfatizar su ascendencia democristiana y su rechazo a Pinochet en el plebiscito, aunque no a su sistema. El simpatizante que se reúne alrededor de tales personajes, es algo así como un partidario de la no-política, resignado, al igual que en la antigua Grecia, a practicar la disolución dionisiaca, frente a una caterva de dioses que sólo se preocupan de ellos mismos y emplean a los mortales como marionetas a su propio y exclusivo beneficio.

Marco Enríquez-Ominami está varios peldaños abajo incluso de los caudillos populistas latinoamericanos, porque al menos, ellos concientizaron a su pueblo en torno a un objetivo e hicieron participar efectivamente a sus connacionales de él. Pero nuestro diputado sólo se dedica a extender la mano de hijo de familia acomodada, y los bobalicones no lo piensan dos veces y cual enamorada babosa, le besan el anillo. De acuerdo: es un vástago díscolo. Pero ni siquiera está al nivel de aquél que se hacía cura y se iba a predicarle a los obreros. Más bien es un desordenado de estos tiempos, comparable a los hijitos de papá que salen a conducir borrachos durante un fin de semana el más reciente regalo de cumpleaños. Por eso es que su eventual candidatura parece, insisto en el concepto con majadería consciente, una fiesta dionisiaca. Porque la disolución que ocasiona la borrachera da origen a propuestas y pensamientos que existen únicamente en el vino veritas, pero que son inconcebibles fuera de él

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