jueves, 21 de mayo de 2009

El Eslabón Germano

La prensa internacional, durante el transcurso de la semana, ha informado del hallazgo, en Alemania, de un fósil de aproximadamente cuarentisiete millones de años que se asegura, podría ser el eslabón perdido, según la teoría evolucionista de Darwin. En Chile, algunos medios se han hecho eco, más producto del sensacionalismo que provoca una noticia secundaria pero novedosa, que por un ral interés informativo. Según los cables externos, el esqueleto de marras habría sido desenterrado en 1988; pero estaba escondido en un laboratorio, a la espera de que algún genio develara su edad y su importancia. Personalmente, yo no creo en osamentas prehistóricas, y quienes han leído mi otro blog, el "Opus Deimos" estarán mejor enterados al respecto. Además, y dada la forma en que se ha divulgado el acontecimiento, como tímida nota secundaria, nadie puede asegurar que no se trate de un timo, similar al hombre del piano o al filipino que anunciaba su maternidad.

Pero aún si se superara esa primera barrera -y aquí es donde empieza mi escepticismo-, luego hay que anotar un hecho que no puede pasarse por alto: los registros fósiles, hasta ahora, no han entregado ninguna prueba favorable a la evolución biológica; incluso, algunos parecen desmentirla. Más aún: conclusiones que se presentaban inamovibles se han caído con los nuevos descubrimientos. Por ejemplo, durante décadas se pensó que el hombre de Neanderthal -también, curiosamente, hallado en Alemania- era la forma más antigua de humano en la Tierra. Hoy, sin embargo, todo apunta a que fue una especie humana que coexistió en forma paralela al homo sapiens, y que se extinguió por causas aún desconocidas. Cosa sorprendente hasta para los crédulos de Darwin, por cierto. Y ni hablar de algunos plateamientos como el homus pampeannus o el hombre de Piltdown: el primero, una tesis descabellada de un nacionalista argentino; el segundo, un vergonzoso fraude. Visto así, nadie puede afirmar que nuestra nueva osamenta no sea una escultura hecha con huesos de animales descompuestos tirados por ahí, que luego fue enterrada con el objetivo de jugar una broma o de desviar la atención sobre temas más importantes.

Por otro lado, en los últimos años, muchos evolucionistas, incluidos los científicos, están dispuestos a pensar que el proceso se dio en base a varios acontecimientos fortuitos, al menos en aquellos puntos donde es imposible establecer una selección natural, como la transformación de materia inorgánica en orgánica, o la conjunción de condiciones para que exista vida en la Tierra. Algunos lo dicen hasta con un dejo de resignación. Y con ello, reducen el origen "empírico" de la existencia a factores cercanos a la magia, de lo cual el azar es uno de sus componentes. Una salida fácil, equivalente a quienes lo justifican todo con la intervención de un ser superior, que estos prohombres de la ciencia tanto critican. De acuerdo: puede en cierto modo ser compatible con los procedimientos de ensayo y error. Pero en términos filosóficos -que son los que dieron origen al pensamiento de Darwin- y no científicos, todo queda a la altura de las conclusiones religiosas, incluso por debajo de las confesiones cristianas, pues éstas rechazaron la superchería, aunque a determinada población le parezca que no.

Aún si se confirmara fehacientemente que el esqueleto hallado en los bosques germánicos sí es un resto fósil, queda todavía por plantearse un sinnúmero de hipótesis, por emplear un vocabulario propio de la ciencia. Quizá, en el futuro se descubra que no es lo que en el primer momento se imaginó, como ocurrió con los ya citados neandertales. El mundo empirista nos ha enseñado que ante cualquier novedad hay que ser de partida escéptico, pues en caso contrario, nos tornamos vulnerables a cosas que el día de mañana pueden quedar descubiertas como gigantescas mentiras. Quienes afirman con entusiasmo que la osamenta recientemente presentada es una consolidación del evolucionismo, y que de paso deja a la Biblia como una recopilación de mitos, tiene la misma actitud del predicador que manda al infierno a quien piensa diferente a él.

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