martes, 17 de febrero de 2009

Un Monstruo Con Pasamontañas

Se acerca una nueva edición del festival de Viña del Mar y, como en años anteriores, los lugares comunes a los que nos tienen acostumbrados nuestros perezosos medios de comunicación, y que no se agotan en este evento, se aparecen en nuestras vacaciones como señales de tránsito. Entre el cúmulo de majaderías, que ya conocemos de sobra y por lo tanto, no viene al caso listar, hay una que se recita incesantemente, como si se tratara de un orgullo patrio: la capacidad del público asistente, apodado ostentosamente " El Monstruo" de decidir qué artistas continúan en el escenario y quiénes deben abandonarlo antes de lo previsto, esto último, visiblemente con la cola entre las piernas. Se dice que este populacho es el más difícil de tratar, y que incluso, puede consagrar o sepultar la carrera de algún participante.

No faltan aquellos que ven en este ogro colectivo una destrucción del mito del chileno apocado y reprimido, otro fastidioso lugar común por lo demás. En realidad, la reducción de nuestros alegatos a esta masa amorfa, hijo bastardo de un coito no disfrutado entre el Nirvana budista y el dios griego Mamón, que además sólo se atreve a expresarse en la oscuridad de un cerro de graderías, asumiendo la pasividad propia del espectador, no es sino la comprobación de que vivimos en un país pusilánime lleno de tipejos desagradables que tiran la piedra y esconden la mano. Es inaceptable que supuestos " entendidos" vean algo rescatable en el hecho de desquitarse con personas ajenas a las decisiones políticas, que sólo desean entregar entretención y cuyo único pecado es demostrar un mal gusto estético. Y muchas veces ni siquiera eso. Porque es bastante ingenuo creer que la rechifla escupida contra determinado humorista o cantante, es sinónimo de dominio de temas artísticos, en este caso específico, los que se relacionan con la música o la comedia. Y conste que no digo esto porque crea que el festival es un simple divertimento veraniego. Muy por el contrario: es incontable la cantidad de personas artísticamente valiosas que han enfrentado a esta bestia. Sin embargo, varios han sufrido un castigo inmerecido y han quedado en la memoria colectiva como malos e incompetentes.

El nivel intelectual del llamado Monstruo, incluso en términos básicos o de sentido común, es prácticamente nulo, considerado en términos generales como individualmente a cada uno de los asistentes que paga su entrada. La aprobación o desaprobación de una oferta depende de modas, siempre impuestas desde pedestales. La contingencia, dirigida y manipulada conscientemente, es lo que siempre se impone. ¿ O acaso nadie se acuerda ya de los elogios que en los setenta recibía Pinochet, sentado noche tras noche en el palco? Todos concluían con una aplauso cerrado, incluso desde el más recóndito sector de la galería. Si se pifeó en 1989 a Ginette Acevedo por haber aparecido en la campaña del Sí, fue porque era políticamente correcto hacerlo, porque el plebiscito recién nomás había pasado. ¿ Recuerda alguien cuando en 1988, la baladista Shirley Bassley, desconocida en Chile antes y después de sus presentaciones, fue rechazada violentamente por el público, lo que la arrastró, en la conferencia de prensa, a formular opiniones muchísimo más duras que las que estoy emitiendo yo ahora? Pues bien: volvió a subir la siguiente noche y esta vez la concurrencia, que no varió mucho de la anterior, la cubrió de premios. Como los perros, dispuestos a morder a alguien que le provoca miedo, pero huidizos cuando se les muestra una mínima cuota de superioridad, el Monstruo perdió toda su gallardía ante el más pequeño contrapeso.

Y es que cobarde es el mejor calificativo que se le puede dar a ese charco de barro humano que se forma con la seca arena marina de febrero. Y al que por cierto, una manada de comunicadores condescendientes y artistas igual de temerosos le entrega vida y le permite aumentar de volumen como un rumor. Pues a fin de cuentas, ¿ qué ingredientes componen a este caldo bravucón e infame? La mayoría son mujeres jóvenes que chillan indiscriminadamente cuando ven un rostro atractivo y sonriente, soportadas por un puñado de hombres dispuestos a sacrificarse por tener qué besar durante el verano. Ése es rasgo principal del sobrevalorado Monstruo, el mismo de todos los matones, el mismo que impregna a Chile: esconderse detrás de las faldas para, desde ahí, insultar hasta la afonía, sabiendo que el otro no puede dar respuesta. Como un país que deja que lo pisoteen y se restringe a gritar desde las profundidades, teniendo vergüenza de mostrar la cara.

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