jueves, 13 de noviembre de 2008

La Inmunodeficiencia de Chile

Aunque todos, en diferentes grados, nos hemos sorprendido con el cúmulo de negligencias que nuestro sistema de salud tuvo para con los enfermos de sida, lo cierto es que ya deberíamos aceptar que todos estos bochornos son parte de algo mucho mayor, inmerso en la idiosincrasia nacional, o al menos, en la mentalidad de la clase gobernante. No estoy hablando de la tan sensacionalista como inexistente "ideología de la corrupción", porque, si no somos honestos, al menos somos pésimos ladrones. Me refiero a la pacatería moral, que todavía hace pensar a muchos que el VIH es un castigo divino, reservado a los homosexuales y promiscuos. La misma que ha desviado a estos enfermos al punto de no asegurarles completamente su terapia, dejándolos aún más solos de lo que socialmente están. Una actitud que incluso, permitió por un buen tiempo, la existencia de un hecho deleznable, destapado hace unos meses atrás, pero que ha caído en el olvido y aún sin culpables: la desaparición de dineros de fundaciones internacionales destinados justamente a tratar a los pacientes de sida, los cuales le fueron confiados al Estado chileno.

Completo: para muchos miembros de nuestra clase gobernante - en sentido amplio, es decir, incluyendo a la oposición-, el sida es un mal de libertinos sexuales. Y eso, pese a que en Chile lo han contraído personas que siempre y desde siempre han practicado la opción de la pareja única, y cuyo único error - ya que no se puede hablar de pecado- es haber creído ciegamente en su media naranja, condición esencial para que pueda hablarse de un acto de amor, al menos en términos religiosos. Sin embargo, como esto es poco menos que el caballo amarillo del Apocalipsis, es preciso aceptar sin rechistar los designios providenciales, señales, además, de lo que les ocurre a quienes se apartan del recto camino, donde, se supone al menos, no estamos nosotros, por lo cual no debemos preocuparnos - aún más, deberíamos alegrarnos- por la suerte de estas ovejas descarriadas. Si nuestros mandamases actuaran de otra manera, entonces el preservativo sería el centro de las campañas contra el sida. Y conste que aquí no estoy citando a nuestra oportunista e integrista derecha, pues los gobiernos democráticos jamás han tomado el tema en serio, restringiendo su interés a comerciales que se emiten sólo durante dos meses en el año, donde, con respetables excepciones, se cuidan de, primero, mencionar la abstinencia sexual, luego la pareja única, y finalmente, el "uso correcto" del condón. Y esa expresión no pasa sin un dejo de ambigüedad: o se refiere a la manipulación del adminículo, o es un mensaje subliminal llamando a no caer en la fornicación. Lo cierto es que escasas veces se ha incluido un manual acerca de cómo emplear el profiláctico, y menos, se ha contribuido a eliminar los prejuicios que un sector de la población tiene respecto a él.

Lamentablemente, aquí hay una diferencia abismante con lo que se destina a otros ítemes, como, por ejemplo, la prevención del consumo de drogas. Claro: ahí se puede prohibir, y las acciones punitivas y coercitivas son vastas y variadas. Pero el sexo no se puede proscribir, no por cochino o inmoral, sino porque sería políticamente incorrecto. Entonces, el consuelo es arrinconarlo lo más posible, por último para no inquietar a un puñado de sujetos que, por desgracia para la mayoría, acumulan dinero y poder, y a los cuales, además, la clase gobernante les debe la vida - en buena parte de los casos, en términos estrictamente irónicos-, y por lo tanto tiene el deber de seguir o al menos escuchar atentamente sus planteamientos. Los enfermos de sida están en medio de grupos de presión y de grupúsculos autodenominados progresistas, pero cuya única ideología es la de ser pusilánimes, rastreros y convenientemente convencidos. Y todos los apuntan con el dedo, con la cobardía de alguien que sabe que su oponente está derrotado, o peor aún, morirá antes que la batalla termine.

El descuido hacia los enfermos de sida es otra muestra del espíritu chileno, al menos en lo que a dirigentes políticos se refiere. Un total desprecio por el prójimo, aunque cientos de hipócritas afirmen lo contrario. El problema aquí es que el otro es sospechoso de conductas impías, reñidas con nuestros preceptos. Estos individuos, no obstante, deberían considerar una cuestión de vital importancia: el prójimo necesita ayuda porque precisa que lo limpien de toda inmundicia, ya sea la física como la espiritual. A propósito de que muchos de estos personajes van a derramar lágrimas de cocodrilo en unos pocos días, cuando el teletón, que al menos, mis lectores tengan estos preceptos en cuenta.

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