martes, 2 de septiembre de 2008

Esa Querencia Llamada Chile

Hoy concluye "El Señor de la Querencia". Como en toda telenovela, el villano recibirá su castigo, mientras que los sufridos y angelicales héroes obtendrán, al final de la jornada, el premio de siempre: vivir felices por toda la eternidad. Así es la vida en el mundo de los culebrones, y por mucho que se intente recrear, incluso con prestensiones honestamente realistas, el Chile rural de 1920, el guion nunca cambia.

Probablemente, lo más interesante de esta historia no sea su contenido, sino el debate, mejor dicho la superflua alharaca, que generó. Hasta la ministra del SERNAM, Laura Albornoz, efectuó una suerte de reclamo oficial a través de la prensa, molesta por las interminables violaciones teatrales con las que el patrón de fundo encarnado por Julio Milostich, se imponía sobre sus inquilinas. Personalmente, antes de sus alegatos, yo desconocía el nombre de esta señora, así como muchos de mis lectores, creo, aún no saben que la sigla SERNAM significa Servicio Nacional de la Mujer. Parece que nuestras féminas aún no tienen o no se crean los espacios suficientes; de otro modo, la labor de su ministro no se reduciría a un ridículo e intrascendente intento de censura. A una relización dirigida, sobre encima, por otra mujer: María Eugenia Rencoret.

Pero no es ése el motivo de mi artículo. Muy por el contrario, lo que yo intento es una suerte de reflexión y una interrogante. Si una telenovela ambientada hace cien años ocasiona tal nivel de reacciones, ¿ qué quedará para una producción que contenga similares elementos críticos, pero que recree el Chile rural actual? No consideremos a "Hijos del Monte" de la misma Rencoret, porque ésa es una historia bucólica que, si bien se desarrolla en la época contemporánea, está contada con una intención de idealizar el campo, lo cual, en términos simples, significa recortar el pasado - un pasado tan mítico como inexistente, - para sentarlo sobre el presente, sin importar dónde se le haya instalado. Me refiero a una creación que se inserte en los problemas reales de nuestros campesinos, por ejemplo enfatizando la situación de abuso que viven los temporeros, sometidos a jornadas extenuantes, sueldos miserables y mínimas medidas de higiene y seguridad, tanto en el mismo lugar de trabajo como en su traslado a éste. O que muestre su realidad durante el invierno, cuando no hay faenas agrícolas y muchos de ellos pasan de cuatro a seis meses sin recibir ingresos. Creo que algo más que una desconocida e histérica ministro montaría en cólera: tendríamos a los empresarios del rubro yendo en bloque y diariamente al palacio presidencial exigiendo el retiro de esa producción de las pantallas, porque injuria al pequeño propietario, porque insta a los trabajadores a organizar huelgas, porque daña la imagen del país en el exterior... Y nuestra Presidente, que tendrá vulva pero no voz para responderle a los poderosos, de seguro les hará caso y puede que hasta mande a encarcelar al director o a algún creativo, como ya ocurrió, por cierto, con la documentalista Eliana Varela.

Y sin embargo, la situación de nuestros compatriotas rurales, al menos en términos de beneficios, no ha variado mucho. La única diferencia es que en vez de vivir en las haciendas ahora sólo van a trabajar a ellas, lo que puede ser mejor, igual o peor de acuerdo a las circunstancias. Si no los amarran de los pies en los árboles, les niegan las mascarillas para protegerse de los pesticidas, y si no los dejan encerrados por días en las pajizas, los despiden y los colocan en una lista negra. No menciono aquí el derecho de pernada porque aún se da en ciertas partes, rebautizado como seducción o como pago por servicios adicionales. No seamos ingenuos: un culebrón es un culebrón aquí y en el resto de América Latina, y por muy violento que sea, siempre narrará hechos de un tiempo remoto que, en el mejor de los casos, afortunadamente ya pasó. Aunque en un contexto distinto, igual se puede aplicar la sentencia: la realidad supera a la ficción

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