martes, 9 de septiembre de 2008

Los Curados No Son Los Hilos

Chile es un caso clínico. Aquí, cualquier iniciativa que conlleve una prohibición, es aceptada y asimilada como si fuera parte de nuestro paradigma fundacional. Más aún: si existe la tendencia internacional a restringir el uso de algún elemento, nuestros legisladores se las ingenian para que dicha aprehensión acá se haga más extrema. Así pasó, por ejemplo, con la ley antitabaco: aunque el resto de los países arrinconó el uso del cigarrillo lo más que pudo, fuimos capaces de dar el paso adelante, y tenemos hoy la cuarta disposición mundial más dura respecto del tema ( ni en esto alcanzamos el podio). Pero estas curiosidades esconden aspectos que están bastante más soterrados y que, por lo mismo, resultan mucho más graves. A saber, que la ausencia de un sistema económico justo y equitativo, que por lo demás ningún político se ha atrevido a proponer, de pie para que estas prohibiciones ocupen el lugar de los programas sociales, y sean vistas, y a la larga realmente se transformen, en beneficios conseguidos para la población, después de una ardua, cruel y sacrificada lucha.

Traigo a colación esto último, en el mes que además celebramos las fiestas patrias, por toda la parafernalia que se ha generado en torno al llamado " hilo curado", que nuestros jóvenes y profesionales del rubro emplean en sus competencias de volantines, muy comunes en estas fechas, pues, no entiendo por qué, se les considera parte del folclor chileno. Es curioso constatar cómo una actividad que arrastra varios siglos, que ha sido elogiada por artistas de la más diversa índole - escritores, pintores, cineastas-; se vuelve de pronto un vicio inaceptable, dañino para la seguridad del que lo practica y de quienes lo rodean. De repente, algo que aprendimos a valorar en la escuela, está a nivel de otros hechos negativos que adornan el paisaje nacional, como los niños neoprénicos o las pipas de los fumadores de pasta base. De la noche a la mañana, el hilo curado dejó de ser una entretención tradicional y se transformó en un monstruo que degüella yugulares, arranca ojos y electrocuta inocentes. Y los mismos que en un momento nos enseñaron a valorar esta forma de esparcimiento, repentinamente han abandonado la ceguera y nos incitan a que nosotros también la abandonemos, pero ya no con palabras pedagógicas, sino con normativas, incautaciones y discursos moralinos.

Es indignante ver cómo los carretes de hilo, y el material para tratarlo, es requisado por la policía a modestos fabricantes que, seguramente, se han dedicado a este trabajo durante décadas. Más ira causa la actitud de los noticiarios, que presentan estas acciones como si se tratara de un golpe al narcotráfico o de la captura de peligrosos ladrones. Pero lo más inaceptable es la actitud de nuestras autoridades, pertenecientes a un gobierno progresista, lanzando discursos con un tono de voz propio de quien advierte el acometimiento de un delito. Perdón: pero no existe ninguna normativa que prescriba el uso de esta clase de hilo, por lo que todas las acciones antes mencionadas son ilegales, con el agravante de que son efectuadas por agentes y funcionados del Estado, impulsados además por éste. Luego: si se quiere justificar éticamente este proceder, es importante señalar que el supuesto daño provocado por el uso del hilo curado es ocasional y fortuito; muy diferente, en conclusión, al que ocasiona una sustancia como la cocaína o la heroína, con las cuales se le ha pretendido maliciosamente comparar. Y en último caso, está el aval de ser un divertimento ancestral de nuestro pueblo, y aunque al progresismo deteste las tradiciones porque atentan contra la inserción de un país en el contexto internacional, es menester recordarle que, cuando no le hacen mal a nadie, reprimirlas sólo conduce a la tiranía.

Puede que en esta absurda cruzada haya un intento de desviar la serie de problemas que hoy aquejan al gobierno, los cuales parecen no tener salida y, para colmo, afectan a casi la totalidad del país. Dada la incompetencia manifiesta de nuestras autoridades, no estamos ante una hipótesis descabellada. Porque la evasión no se referiría sólo a las cuestiones inmediatas, como la inflación y el alza de los precios, que algunos chilenos les impedirá celebrar las fiestas patrias como corresponde. Sino que va más allá, y busca esconder los problemas de injusticia social que acoté en el primer párrafo, estos sí, ya parte de una idiosincrasia que no se puede modificar. En tal sentido: quién reclamará contra la prohibición hacia una actividad ejercida por humildes artesanos, que carecen de todo poder político, más todavía económico, y de la que, a fin de cuentas, se puede decir que no practica el grueso de los chilenos. Porque en estos tiempos, cuando una maternal mano femenina nos rige, debemos acordarnos de algo: las mujeres no suelen encumbrar volantines

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