domingo, 11 de mayo de 2014

Solos Víctima y Victimario

De todo le han dicho al periodista Rodrigo Fluxá, autor del libro "Solos en la Noche", donde describe las circunstancias que acabaron en el asesinato de Daniel Zamudio. Colectivos gay y un buen número de ciudadanos lo han acusado de homofóbico y de intentar distorsionar la realidad con fines no revelados, porque tanto en ese texto como en las entrevistas que ha concedido, insiste en la tesis de que el principal motivo del crimen no fue la condición homosexual de la víctima, sino que se trató más bien de una riña entre ebrios a la salida de un local nocturno, en circunstancias donde el exceso de alcohol con frecuencia se transforma en la antesala que arrastra a personas a cometer otro tipo de abusos que siquiera imaginarían efectuar en un contexto diferente. Para reafirmar sus opiniones, el autor se vale de los resultados que arrojó su investigación, que mostraron a ese chico y a sus homicidas como muchachos marginados y marginales, con todas las carencias sociales y afectivas que esa situación implica. Lo que lejos de apaciguar a sus detractores, los ha enfurecido aún más, porque consideran que un inocente está siendo puesto a la misma altura que unos delincuentes desalmados.

Si bien es cierto que dos de los agresores de Zamudio tenían antecedentes de haber participado en pandillas de neonazis, al momento del crimen ninguno de los cuatro involucrados estaba afiliado a alguno de esos grupos, y en efecto su actuación responde a los cánones generales de una pelea callejera, independiente de si uno de los bandos se hallaba en inferioridad de condiciones. Sin embargo, y esto fue confirmado durante el proceso judicial, existió un ensañamiento extremo de parte de los homicidas, quienes se exaltaron, en efecto, a causa del alcohol consumido, pero también debido a que conocían previamente a la víctima y sabían que era homosexual. En definitiva, se trató de una combinación de diversos factores, entre los que puede contarse el uso de licor, el contexto social en el que se desarrollaron estas personas, que muchas veces acaba ocasionando hechos con alto nivel de violencia en el marco de lo que ciertos expertos denominan "válvula de escape", y finalmente, la formación recibida por parte de ellos en el sentido de fomentar conductas segregacionistas. Esto último los hace responsables de su fechoría, pues de seguro trataron de aplicar lo que consideraban una labor de limpieza y de aporte positivo a la comunidad. Ahí es quizá donde yerra la conclusión de Fluxá, en su intento por presentar a los asesinos como la consecuencia irracional de un entorno desfavorable. Porque procedieron basados en una teoría que trataban de justificar, por muy poco reflexiva que hubiese sido la adhesión a esos planteamientos. Y si aparte ya conocían a quien después ultimaron, entonces se puede alegar que cupo un determinado nivel de premeditación.

 Tal vez esa combinación de factores es la que debería llamar más la atención. Por regla general, los grupos neonazis, más allá de lo repudiable de su actuar, no suelen estar involucrados en asesinatos de homosexuales. Efectúan las llamadas "barridas" donde los golpean -a ellos y a otros colectivos que califican de indeseables-, pero los casos en que integrante de estas pandillas han matado a un gay son contados, y casi siempre responden a una provocación -o lo que el victimario consideró como tal-. Fuera de aquello, es fácil identificar a un agresor cuando pertenece a un círculo determinado, así como acotar la persecución judicial a esa organización. Pero cuando el sujeto ejerce de manera individual se torna muy difícil, por no decir imposible, contrarrestar su comportamiento. Es lo que ocurre cuando una guerrilla o una institución tachada de terrorista es desarticulada mediante la intervención policial. Se consigue neutralizar a su cúpula y a sus miembros más conspicuos, no obstante quienes no despiertan el interés propio de la emergencia quedan abandonados a su suerte y sin una autoridad o ligamiento que les establezca los límites o les entregue instrucción. Tras lo cual cometen actos mucho más sanguinarios que su tropa de origen, o se pasan a la delincuencia común. Acá es más o menos parecido: un tipo que jamás ha formado parte de un grupúsculo racista, o que lo ha integrado de modo tengencial, pero que comparte -incluso de manera involuntaria- sus pensamientos, es menos propenso a detenerse y medir las consecuencias que alguien que siente que le debe lealtad a una entidad y que no desea el perjuicio tanto personal como de sus compañeros.

De hecho, la mayoría de los asesinatos de homosexuales en Chile no los cometen los neonazis, sino que se trata de situaciones generadas en un contexto muy similar al que le tocó enfrentar a Daniel Zamudio. Personas que participan de alguna juerga donde un integrante con ascendencia sobre sus amigos pierde los estribos y empuja a los demás a llevar adelante un crimen. El problema es entonces no son los agresores en si, sino la evidencia de que esto acaece producto de una subcultura homofóbica que subyace y está detrás. Es esa mentalidad la que hay que combatir, más allá de que los responsables de estos hechos repudiables sean condenados con la severidad que exige el caso, en lo que se precisa como una búsqueda de la mejor justicia posible. Lo cual no se ve en el libro de Fluxá, y es una lástima porque más allá del realismo con que trata de impregnar su investigación, al final uno siente que este periodista ha dejado escapar una oportunidad histórica.

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