domingo, 27 de abril de 2014

Invirtiendo Con Dineros Ajenos

Uno de los aspectos que más destacan los defensores del sistema de AFP es la facultad que esas instituciones tienen de tomar el dinero de sus contribuyentes para invertirlo en distintos negocios, y de ese modo obtener ganancias que a su vez servirían para aumentar el monto ahorrado por cada trabajador, lo cual a la larga redundaría en que éste asegura una mayor cantidad de fondos para cuando necesite de la jubilación. Ecuación que por cierto jamás ha salido de lo ideal, a entender por los reclamos provenientes precisamente de los supuestos beneficiarios, a quienes siempre les resultan insuficientes las asignaciones que reciben.

 Al margen de las consecuencias reales que ha generado esta forma de distribución desde que se instaló (nefastas para los afiliados, pero muy positivas para los propietarios de las administradoras), es interesante detenerse por un momento en este asunto de la inversión. Uno de los elementos primordiales de la lógica del capitalismo es la salvaguarda de los bienes personales, que no pueden ni deben ser arrebatados bajo excusa alguna, y tampoco acabar siendo usufructuados por terceros, al menos sin el consentimiento del propietario. Pues bien: el dinero que las AFP emplean en la participación de negocios externos no les pertenece a estas organizaciones ni a sus dueños, sino que es un descuento legal que se les hace a los empleados a partir de sus remuneraciones, pensando en la época en que la falta de vigor físico les limite la opción de trabajar. Son cifras que los obreros han obtenido como pago por sus labores, que estas organizaciones están obligadas a proteger porque en todos los países se requiere de una instancia que se encargue al respecto. Pero cuando son colocadas en la bolsa o como parte de una transacción, más allá de contar con la autorización jurídica para proceder de tal manera, aún así se ocasiona un dilema ético. Nadie quiere que le saquen recursos para cancelar una deuda, aunque los dos sujetos convivan bajo un mismo techo, e incluso se han suscitado peleas conyugales y hasta rupturas matrimoniales por esto.

Se puede argüir que las AFP, en cuanto organismos financieros, actúan de idéntico modo que los bancos, donde también se valen de los ahorros depositados por las personas para efectuar inversiones y así agrandar el patrimonio, también en atención a la lógica de que el crecimiento de la empresa redundará en beneficios para el ciudadano de a pie que confió su dinero a la institución. Sin embargo, la banca propiamente dicha opera con un principio distinto, o por lo menos, con variaciones respecto a los custodios de las pensiones chilenos. Ahí uno cuenta con la libertad de retirar su monto cuando le da la gana, sin necesidad de esperar hasta cumplir una determinada edad. No ocurre lo mismo con las administradoras de fondos. Y si bien es cierto que los mencionados bancos pueden quebrar y dejar a sus clientes con las manos vacías (aunque algunas legislaciones les exigen devolver los depósitos), si a estas otras corporaciones les va mal en una transacción simplemente pueden sortear el bochorno declarando rentabilidad negativa, que en la práctica significa que el trabajador perdió parte de sus cifras. Fuera de que el ahorro voluntario es un tipo de capital cuyo destino es muy diferente al porcentaje apartado para la jubilación, por lo cual ambas instancias son incompatibles entre sí y sus aplicaciones particulares por ende son imposibles de comparar.

Lo que siempre queda claro al analizar el sistema de las AFP, es que fue diseñado para favorecer a los grandes propietarios que son los únicos capaces de llevar adelante empresas tan complejas como ésta (por lo delicado de la finalidad del dinero administrado, así como por el cuidado en hacer inversiones que no deben arrojar el más mínimo saldo adverso). Eso sí, con una fachada publicitaria convincente, en lo que a otorgar supuestos beneficios al ciudadano pedestre se refiere. Lo más grave es que para armar todo este esquema no se trepidó en contradecir principios fundamentales del capitalismo, algo que adquiere notoriedad en Chile donde se pretende insistir en la variante más extrema que es el nuevo liberalismo. Pero en fin: muchos han opinado que los principios establecidos en la escuela de Chicago en realidad constituyen un "socialismo para ricos". Y el terreno no ha hecho más que confirmar dicha afirmación.

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