martes, 18 de marzo de 2014

Don Francisco Corleone

La muerte del comediante Armando Navarrete, más conocido como Mandolino, ha vuelto a sacar al tapete la relación que el animador Mario Kreutzberger, alias Don Francisco, ha sostenido a través de los años con sus más estrechos colaboradores, algunos de quienes, tras alejarse de él, han caído en un injusto ostracismo, situación de la cual se suele culpar al propio conductor televisivo, que habría abandonado a estas personas a su suerte, cuando no habría empleado sus influencias para apartarlas de los medios de comunicación y de las más próximas fuentes de trabajo. Tales elucubraciones, además, son empleadas como pretexto por sus detractores con el afán de objetar la trayectoria del mediático patrocinador, en particular su obra benéfica, cuyo rostro más visible es La Teletón. En este caso se apoyan en otro argumento, cual es su sospechosa falta de opinión respecto a temas importantes de la historia reciente del país, como la dictadura militar, en cuyo periodo pudo erigirse como la figura pública más relevante, al menos entre quienes no ocupan cargos oficiales o eclesiásticos.

Hay una imagen muy emblemática tomada en la víspera de Navidad de 1999, en una conmemoración realizada respecto de esa fiesta por el gobierno de turno en el palacio de La Moneda. Allí, Don Francisco apareció al medio de Ricardo Lagos y Joaquín Lavín, los dos candidatos que habían pasado a la segunda vuelta, abrazándolos a ambos, en medio de la incertidumbre general provocada por un tipo de elecciones hasta entonces inédito en el país. Varios años antes, como bien lo señaló el escritor Pedro Lemebel, fue capaz a riesgo de su propia vida de ayudar a un perseguido político a salir al extranjero, y al día siguiente almorzar con Manuel Contreras y otros jerarcas de la DINA, quizá con el propósito de obtener la venia de la junta militar para llevar a cabo sus obras de beneficencia o sus proyectos puramente particulares. Dos muestras de una impertérrita neutralidad que raya en la falta de compromiso, aunque no de completa ausencia de valentía, al menos de acuerdo a una de las decisiones que tomó en el segundo caso citado. Sin embargo, es precisamente dicha negativa a tomar una postura la que ha transformado su conducta en inaceptable para algunos sectores, ya que se trató de una actitud que exhibió con mayor fuerza -y que definió sus andanzas posteriores- en la época más oscura del quehacer nacional, donde a decir verdad, y en atención a la relevancia de los acontecimientos, es imposible imaginar que se camine sin inclinarse por uno y otro bando.

 Lo más desconcertante -e irritante- de esa mencionada neutralidad fueron los réditos en extremo favorables que acabó cosechando Don Francisco. Ganó fama y fortuna en los años más tristes de la historia reciente, aún mayor que aquellos dirigentes que loaban a Pinochet mientras en las mazmorras del régimen otros compatriotas sufrían lo indecibles. Los mismos políticos que tras la detención del tirano en Londres y aún más luego de los escándalos de sus cuentas secretas prefirieron darle la espalda y mirar hacia el lado insistiendo en que "debemos tener una visión de futuro". Tal vez Kreutzberger percibió ese porvenir antes que los aduladores del dictador siquiera lo vislumbraran. Por ello es que su conducta despierta grados tan altos de suspicacia. Fue el primero en desatarse de los arrumacos al gobierno que, lo quieran sus admiradores o no, le dio la oportunidad de llevar adelante La Teletón. Y a la vuelta del viaje resulta ser el más beneficiado de la camada. Para quienes extraen ese tipo de conclusiones, el proceder del animador se les presenta como doblemente abyecto, ya que tratándose del mayor privilegiado del régimen de facto al mismo tiempo es quien se ha mostrado más desagradecido con los representantes de él. En un grupúsculo donde la traición a fin de cuentas se tornó una fórmula eficaz para salir airoso, empezando por el propio Augusto que cuarenta y ocho horas antes del golpe mantenía su lealtad hacia Allende.

De todos modos la imagen más plausible es que Kreutzberger es ante todo un buen negociante, lo que no sé si sea atribuible a su origen judío. Cruelmente pragmático como los de su tipo, de acuerdo; aunque cabría preguntarle a algún miembro de su etnia si sería aceptable tratar con un nazi con la finalidad de conseguir el aporte necesario para ejecutar un proyecto. Quizá se acerque al estilo de Don Corleone, recordando ese apodo que le endilgó Mike Patton en una jornada de La Teletón, calificativo que parece aceptar con cierto orgullo al extremo que muchos se lo recuerdan en alguna conversación y él no obstante mantiene su impenetrable neutralidad. En fin: en la historia universal abundan los ejemplos de mafiosos hebreos. Por ahora baste con remembrar lo que señaló en una entrevista concedida hace dos décadas atrás, donde aseguró que mientras los televidentes lo ven como Don Francisco, en casa, frente a sus familiares más íntimos, es Mario. El animador es sólo una cáscara llena de simples imágenes que ocultan al hombre real, un tan frío como acertado magnate a quien no le tiembla la mano incluso con los más cercanos cuando constituyen un obstáculo para su progreso individual.

                              

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