Es claro que las acciones ejecutadas durante estos últimos días por Sebastián Piñera no sólo constituyen una suerte de ceremonia del adiós, a dos semanas de entregar el mando a unas autoridades de diferente signo político. También las ha canalizado con el propósito de aumentar su popularidad en las encuestas, y de este modo, conseguir una especie de imagen positiva en la memoria de la opinión pública, que permita que su gobierno acabe siendo bien evaluado a mediano y largo plazo, con la intención no expresada pero manifiesta de obtener un nuevo triunfo electoral en cuatro años más. Como muestra de aquello, sólo señalar que casi todas sus intervenciones, al menos las que han contado con puestas en escena más llamativas, se remiten a inauguraciones, un tipo de evento que da la sensación de un buen resultado producto de un arduo trabajo.
Esta estrategia no es original. Incluso, su antecedente más palpable se encuentra en sus dos antecesores, que además son sus adversarios políticos, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, quienes a punta de regalías para las clases más desposeídas, disfrazadas de planes sociales, y discursos elaborados por asesores que supieron mezclar con eficacia la firmeza con la conciliación; lograron subir de forma casi geométrica sus porcentajes de aprobación en las encuestas, al extremo que a la última de los nombrados le sirvió justamente para regresar al poder. De seguro que Piñera ha estado consciente de estos hechos al momento de buscar repetir la fórmula, como un instrumento que le permita obtener una aspiración que en realidad es sólo un premio de consuelo frente a su ambición inicial, que consistía en conseguir que un correligionario y allegado a su persona lo sucediera en el cargo (por lejos la mejor calificación que un mandatario puede recibir de la masa popular), y de ese modo asegurar elogios por parte del grueso de los expertos. Es evidente la inclinación por la segunda opción tras no prosperar la primera.
Sin embargo es necesario preguntarse si Piñera, ese empresario avasallador que gracias a su perseverancia ha logrado cuanto se ha propuesto, entre otras cosas ser presidente de la república, será capaz de evitar un nuevo fracaso. Y la verdad es que a la luz de los antecedentes las posibilidades de salir airoso de esta aventura no parecen muy altas. Para empezar, baste sólo recordar que Bachelet salió de palacio con un ochenta y cinco por ciento de aprobación, plataforma que no le alcanzó para ganar la presidencial en su primera vuelta, aunque obtuvo una holgada ventaja en la segunda. De Lagos ni hablar: su casi setenta por cien ni siquiera le sirvió para presentarse a los comicios de 2009, pese a contar con varias voces que lo reclamaban (y que terminaron por aceptar al papanatas de Eduardo Frei, que culminó su mandato con menos de la mitad de los encuestados apoyándolo). La popularidad de Sebastián aún no se empina al sesenta por ciento, por cierto -y es un detalle a considerar aunque parezca banal- la votación que sacó Michelle en el balotaje. Y conste que todos los demás ex gobernantes nombrados en este artículo, ni en sus peores momentos, llegaron a caer por debajo del treinta por ciento, como sí le acaeció al todavía mandatario en ejercicio.
En realidad, este asunto de acabar como un buen recuerdo ha sido una obsesión de nuestros últimos presidentes, y es probable que persista por un largo tiempo. No sólo se ve en su círculo cercano y en los medios masivos de comunicación como señal de un buen gobierno, sino que además este parámetro se ha erigido como una forma de demostrar la distinción de Chile del resto de los países de América Latina, considerados a coro como bananeros, entre otras cosas porque sus líderes vuelven a la vida cotidiana en ciertos casos con menos de una décima parte en las encuestas. Deberían saber que eso también ocurre en los países más desarrollados, y no por ello cargan con una crisis institucional de proporciones ni sus sistemas electorales son colocados en entredicho. Incluso, algunos mandatarios que terminaron con rechiflas desde la galería con el paso de los años han sido revalorizados, mientras otros que gozaron en su momento de la reverencia popular han sufrido una profunda re interpretación de sus acciones. La historia siempre continúa su marcha.
sábado, 22 de febrero de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario