lunes, 11 de noviembre de 2013

Qué Pena Tu Comentario

Varias semanas han pasado ya del "¿cuánto cobraría Roxana Miranda por hacer el aseo en mi casa?", ese desafortunado comentario publicado por el cineasta Nicolás López en la red, haciendo mención a la candidata presidencial del partido Igualdad, y no obstante el exabrupto continúa generando coletazos. Tantos, que inspiran la redacción de este artículo. A estas alturas, uno no deja de plantearse la pregunta que se suele recordar en este tipo de casos: qué se le estaba pasando por la mente al sujeto para publicar una sentencia tan desatinada.

Y es que tratándose de una persona que proviene del mundo de la cultura y el arte -y el cine lo es, aunque se insista en que también constituye una fuerte industria-, nadie se espera que busque hacerse notar con un escupitajo tan elemental y matonesco, cuyos índices de creatividad además son nulos. Lo peor, que encierra una actitud de desprecio con caracteres clasistas. Estamos de acuerdo en que Roxana Miranda es un ingrediente pintoresco y extravagante en estos comicios electorales (no el único de cualquier forma), al tratarse de una pobladora y simple ama de casa que llega de la mano de un movimiento que parte de un hecho muy puntual como es solicitar una solución a las deudas domiciliarias de las casas entregadas por el Estado (que en ciertas ocasiones es una realidad muy dramática donde es posible, por el sistema de dividendos empleado en Chile, encontrarse con situaciones de usura), tema que a pocos les importa porque los demás suponen que se trata de un asunto relacionado con los barrios marginales repletos de gente que no quiere trabajar conformándose con las regalías otorgadas por ese mismo aparato público contra el que protestan, aparte de ser el sitio desde donde emergerían los odiosos delincuentes. Sin embargo, el injustificado ataque de López se produce después de que el comando de esta mujer difunde una fotografía que muestra a la susodicha sentada frente a una máquina de coser terminando el traje que iba a utilizar en el debate que se aproximaba. Podría haberle solicitado un presupuesto para diseñar el vestuario de su próxima película, y todos, incluyendo la aludida, habrían quedado felices.

Desconozco si López ya tiene decidido por quien votará este diecisiete de noviembre, así como ignoro las causas que lo condujeron a transformarse, siquiera por un momento, en Fele, el bravucón de su filme "Promedio Rojo". Sin embargo, es interesante notar que, más allá de las mayoritarias voces de condena a este exabrupto, existió un no despreciable puñado de personas que aplaudieron al cineasta a través de las redes de internet incluso añadiendo más alusiones burlescas cada cual más vulgar. Tales entusiastas tienen un punto en común entre ellos: son partidarios de Michelle Bachelet, la representante de la reciclada -y jamás renovada- Concertación, quienes se hallan en una situación de éxtasis a causa de las encuestas que le asignan a la oblonga ex mandataria un triunfo aplastante que de paso erradicaría la posibilidad de una segunda vuelta. Tan seguros se encuentran de que será así, que no trepidan en exhibir un engreimiento insoportable frente a una rival que en su mejor exposición no superará el uno por ciento de los sufragios. Quizá porque temen que esa ínfima cantidad de escrutinios les amague la victoria a último momento, y los obligue a aterrizar su orgullo; o debido a que en la privacidad notan que un ama de casa oriunda de un arrabal es capaz de exponer de mejor manera asuntos que ellos han atribuido como sus propias banderas de lucha, por lo que en teoría debieran ser finalmente seguidos por ese mismo sector social del que se levanta esta contrincante que fuera de todo cuenta con una opinión independiente. Más aún: algunos olvidan que están agrediendo a una mujer, excusa de la que se valieron cuando a comienzos de año su privilegiada recibió un salivazo en pleno rostro, durante un mitin.

¿No estaremos presenciando una condena contra una "rota sublevada"? De hecho los ataques de los partidarios de Bachelet hacia Miranda se reducen a una serie de prejuicios que los patrones de antaño exponían acerca de las masas más modestas. Desde que no le ha trabajado un día a nadie hasta que huele mal. En ambos casos, se trataba del temor frente a quien, debido a su género y condición social, debía mantenerse callada y sumisa ante los brazos paternales que le aseguran que si actúa así será mejor para ella, ya se trate de inculcar temor o vanas esperanzas.

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