viernes, 22 de noviembre de 2013

Mi Mamá Me Mató

No la debe estar pasando muy bien Pilar Castillo Cardemil, la universitaria de veinte años que mató a su hija a pocas horas de haber nacido. La condena social a un hecho como éste -que de todas maneras es deleznable- no sólo se manifiesta en los comentarios de la gente común, en el modo en que lo han tratado los medios de comunicación, o en la alta pena carcelaria que de seguro su autora recibirá. Sino además en un aspecto puntual que ha servido para aumentar las dosis de morbo y frivolidad que muchos miembros de la opinión pública requieren para resistir la noticia de un delito considerado de extrema gravedad: la más que probable seguidilla de agresiones físicas a las cuales la madre asesina se verá enfrentada en prisión, ya que en los códigos consuetudinarios imperantes en esos recintos, las filicidas son vistas como lo peor, en una situación muy similar a lo que ocurre con los violadores en los cautiverios masculinos.

Ignoro qué opinión habrá tenido esta mujer respecto del aborto. Aunque, antes que nada, es imprescindible recordar que esa práctica en Chile es ilegal a todo evento, y dadas las condiciones sociales en las que se encontraba inmersa esta muchacha, es probable que jamás se hubiese podido contactar con un médico que de manera clandestina aceptara interrumpir su embarazo, fuera de que no contaba con los recursos económicos para llevar adelante tan por lo demás peligrosa acción. Pero esa misma pertenencia a un sector medio bajo, carente de las instancias adecuadas en el acceso a la información, en especial en el plano sexual (en caso contrario tal vez habría logrado evitar la preñez), e impregnado de una serie de prejuicios morales inconexos, a causa de la influencia directa o indirecta de la iglesia católica (cuya muestra más cabal es justamente la prohibición más que absoluta de los malpartos provocados): lo más probable es que hubiesen impulsado a Pilar a admitir la idea de que la práctica abortiva era el más irredimible de los crímenes, y que el empleo de anticonceptivos sólo contribuía a agrandar el grave pecado de sostener un coito fuera del matrimonio o sin una pareja realmente estable. A esto se suma el hecho de que la joven era la primera de su familia en estudiar en una universidad, y que por ende no debía decepcionar a su entorno ni mucho menos a sus padres con una sorpresa que además de dificultar su egreso de la educación superior, iba a transformarse en la comidilla del barrio, alimentando a las vecinas envidiosas quienes eran incapaces de asumir que una del mismo sector era capaz de llegar tan arriba, y que estaban esperando una caída de esta clase para demostrar que ellas imaginaban lo correcto.

Frente a un cuadro tan adverso, entonces Pilar tomó una decisión pragmática. Ocultó un embarazo que por trabas legales y culturales no podía interrumpir, se encerró en su dormitorio cuando sospechó el trabajo de parto, y aguardó a que su bebé naciera para en el mismo instante degollarla y así acabar con los problemas que le significaba. Así de paso evitaba deshonrar a sus padres. ¿No es esto sino una consecuencia lógica? Para muchos probablemente no. En especial a aquellos histéricos y alarmistas que sostienen que si se continúa dejando al libre albedrío el aborto, el siguiente crimen a aprobar será el infanticidio. Este caso los contradice. Fuera de que les demuestra que en nombre del bien, o de lo que algunos grupos sociales y religiosos -de los que suelen formar parte- consideran lo correcto, se pueden cometer atrocidades extremas. ¿No quieres avergonzar a tus progenitores con una preñez no deseada, aparte consecuencia de una relación furtiva con un desconocido? ¿Deseas superarte a ti mismo, siguiendo una carrera universitaria asumiendo con responsabilidad todas las obligaciones de un alumno? ¿Buscas un principio de acuerdo con la moralina más ultramontana? Entonces enmienda tu error en el momento preciso. Que en esta situación, fue cuando se dio la oportunidad de ultimar a una guagua recién parida. Más que un crimen se trató de un modo muy particular de ofrecer penitencia.

El caso de Pilar recuerda al de otro sujeto que llevaba el apellido Castillo, Ramón, mejor conocido como Antares de la Luz, quien inventó toda una parafernalia religiosa con la finalidad de justificar su rechazo a la paternidad. En esa coyuntura se recurrió a los delirios místicos, mientras que acá su colocaron en práctica los valores de una sociedad liberal donde la competencia y el triunfo en cualquiera de sus acepciones es lo único importante. Vaya combinación: religiosidad y nuevo liberalismo, que en Chile ya nos han obligado a conmovernos con dos casos de infanticidio en un mismo año. Sin contar aquellos que no alcanzan a llegar a los medios masivos de prensa.

























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