miércoles, 19 de diciembre de 2012

Nos Vemos el Veintidós

¿Por qué un escrito cualquiera que según ciertos intérpretes antojadizos vaticina el fin del mundo en una fecha determinada, llama tanto la atención al extremo que un porcentaje considerable de la humanidad se sienta a esperar el supuesto apocalipsis que vendrá? Quizá debido a la conjunción de varios factores, que se han topado de manera fortuita pero que han provocado un ruido al hacer impacto capaz de lograr que un buen número de ciudadanos pedestres se paralice por un instante para voltear la mirada. Está la coyuntura económica, con una crisis financiera global que se extiende ya por cinco años y pareciera no tener fin. A eso hay que el carácter exótico de la teoría de marras, de origen maya, una civilización amerindia que alcanzó un enorme desarrollo pero respecto de la cual no manejamos información contundente. Y por supuesto, al extremo final de la fila se pueden ubicar a los mismos crédulos de semejantes especulaciones, personas faltas de un mínimo nivel de educación, al menos en estos temas, y que por ende se tornan susceptibles de ser influenciadas por cualquier líder carismático que posea buena labia y habilidad para unificar términos que guardan escasa o nula conexión entre sí, al punto de dotarlos de una aparente coherencia.

Sería interesante detenerse en el asunto de los indígenas mayas. Un pueblo originario americano que alcanzó un importante esplendor político, social y económico en el centro y el sur de México. Pero que mucho antes de la llegada de los españoles había perdido su hegemonía, aunque no desaparecido por completo (de hecho sobreviven muchos de sus representantes hoy), siendo su población sometida por unos parientes, los aztecas. Buena parte de sus descubrimientos fueron impulsados por su casta sacerdotal, que gobernaba con mano de hierro al resto de los ciudadanos, y en que en algún momento de la historia fueron diezmados por una epidemia, justamente la principal causa del colapso de su estructura, puesto que al quedarse sin sus dirigentes, los integrantes de la turba multa, que ni siquiera pensaban en tomar decisiones por sí solos y desde luego jamás habían sido instruidos en el arte de mandar (incluso en términos del auto gobierno), simplemente abandonaron un estilo de vida al cual se habían sometido por un asunto de inercia, pero que probablemente no comprendían ni se interesaban en entender, porque no contaban con la preparación suficiente o arriesgaban la integridad física en aquello.

Es esa cuota de enigma la que los vuelve atractivos. Aparte del exotismo.  Se trata de una civilización que se diluyó antes del arribo de los españoles y que por ende no conoció el contacto directo con los europeos, al contrario de lo acontecido con los aztecas e incas. Agreguemos que no desarrollaron un sistema de escritura complejo (en realidad ninguna tribu amerindia lo hizo) más allá de los pictogramas, donde entre otras cosas se encuentran las supuestas anotaciones apocalípticas que tanto furor y tanta histeria colectiva han ocasionado, y hemos elaborado un misterio que clama a gritos ser descifrado. Y ya que en estos asuntos no sólo participan científicos y paleontólgos, sino que también ciertos aficionados que se presentan como iluminados y cuyo exclusivo campo de acción es la seudociencia, la fórmula que permite crear temores infundados está lista para ser aplicada. La elucubración respecto del fin del mundo maya no es más que una consecuencia de la fascinación por lo desconocido. Fenómeno aumentado por las mismas características del supuesto oráculo, redactado -si así se puede llamar- en condiciones muy rudimentarias, circunstancia que dificulta aún más el descifrado y la correcta interpretación. Porque la otra, que es abundante, claramente no se puede tomar en serio al ser imposible constatar su veracidad.

Más allá del respeto que se merecen las culturas amerindias -en el marco del desprecio al que han sido sometidas por varios siglos-, todas las cosas se deben evaluar en su justa medida. Lo que incluye a los mayas y su desarrollo social e intelectual. Mal que mal estamos hablando de un pueblo que, a despecho de sus importantes descubrimientos astronómicos -en una época en que Europa no dejaba aún la astrología- creía que el cielo era sostenido por los árboles y que la noche se producía porque el Sol era tragado por un espíritu maligno. Asunto este último que era aprovechado por los sacerdotes para a través de la vía del temor religioso -como en la gran mayoría de nuestros vilipendiados cultos abrahámicos- mantener su autoridad y el sistema de castas que los favorecía. El hecho de ser un pueblo que por motivos aún no explicados del todo haya perdido su supremacía, unido al sistemático exterminio de las civilizaciones amerindias desaparecidas o vigentes- de parte de colonizadores y criollos, ha provocado en los colectivos de gente un sentimiento de conmiseración, que se adjunta con la re valorización de lo precolombino. Pero atención: hombres buenos y malos ha habido en todas partes.

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