miércoles, 9 de febrero de 2011

Calígula en el Tercer Milenio

Cada vez que la imagen de Silvio Berlusconi aparece en la televisión (un medio en el que este magnate posee buena parte de sus inversiones), uno no deja de preguntarse hasta cuándo los italianos van a seguir aguantando sus patéticas reacciones propias de un emperador que no se explica la debacle a la que ha llegado su territorio pues en caso contrario estaría obligado a reconocer su incapacidad. Más aún, si se considera que nos encontramos en la región que ha albergado al papado católico desde los orígenes de éste, y que por ende, debiera ser un faro de moralidad cristiana. Aunque, si uno revisa la historia de los personajes más poderosos y adinerados de la península de la bota, partiendo por los augustos romanos, siguiendo con los mercaderes renacentistas y llegando hasta más acá de la vida palaciega del siglo XIX, incluso se podría afirmar que estos excesos forman parte de su cultura. Ni siquiera los mencionados pontífices se han sustraído a estas demostraciones de sibarita, y basta recordar la licenciosa existencia de Alejandro VII para confirmarlo.

Lo curioso de estos escándalos es la manera como son expuestos en los medios masivos de comunicación, incluso el día de hoy, cuando parece que el premier italiano se encuentra acorralado a consecuencia de su conducta y al punto de sentir la amenaza de ser destituido de tal cargo. Ya que, pese a la gravedad que ha adquirido, la noticia se sigue tratando como un espectáculo, obedeciendo a las reglas del juego de frivolidades que el mismo Berlusconi ha impuesto. Se trata en el fondo, como el propio gobernante lo declaró en medio de una de sus rabietas, de un prostíbulo televisivo, aunque en el sentido opuesto al que el autor de esas declaraciones le quiere dar. Debe ser por ese mito de que Italia es la nación por antonomasia de los burdeles fastuosos; o porque el aludido es, como se mencionó en el primer párrafo, dueño de estaciones de radio y canales catódicos, negocio que siempre le ha reportado satisfacciones, así que no vaya a ser que en el futuro compre nuestro transmisor y nos eche de una patada en señal de venganza. Y sin embargo, aquí se han citado delitos graves, como incitar a menores de edad a la prostitución, además de estupro y, si se hila fino, abusos deshonestos. Por hechos semejantes, a un ciudadano común y corriente pueden enviarlo a la cárcel por varios años y ponerle toda clase de obstáculos al momento de defenderse en un juicio.

Lo que impulsa a reclamar por el doble criterio que se emplea ante la misma situación. No sólo tratándose de la dicotomía del tipo poderoso versus el modesto asalariado. Sino también al medir el comportamiento de dos gobernantes con orientaciones políticas distintas. Berlusconi es un derechista, con elementos cercanos al fascismo, además de empresario tan próspero como avasallador. Sus excesos sexuales o de cualquier otra índole son analizados en los programas de televisión, cuando no con abierta simpatía -y empatía-, con un afán de neutralidad que más bien huele a condescencia. Benevolencia que se da con otros jerarcas de idéntico signo, aunque sean dictadores oscuros, incluso en el asunto de la lujuria. Por ejemplo, el "chivo" Rafael Leónidas Trujillo, que nunca ha dejado de recibir elogios y muestras de administración por su desmedida actividad erotómana, en circunstancias que muchas mujeres con las cuales se acostaba, las conseguía recurriendo simplemente a la violación, o se dedicaba a extorsionar sistemáticamente a sus padres. En cambio, si los deslices corren por cuenta de un líder de izquierda o progresista, el dedo acusador de inmediato se deja caer. Ahí está el carrusel de hijos falsos que se le intentó colgar a Fernando Lugo tras admitir que había engendrado fuera del matrimonio. O el mote de depravado que se le pretende colocar a Daniel Ortega, porque de joven yació con una menor de edad. O el asqueroso proceso contra Bill Clinton en los EUA. O la forma maliciosa en que se ha buscado confeccionar el listado de supuestas amantes de Salvador Allende.

Uno no quiere meterse en la cama de nadie ni menos elaborar un manual de moralina para dirigentes. Que cada cual haga con su vida lo que le plazca. Pero cabe recordar que Silvio Berlusconi no ha sido acusado de inmoralidades, sino de ilegalidades, entre las cuales, aparte de las de corte sexual, hay otras igualmente delicadas, como usar dinero del erario público para gastarlo en orgías. Quizá en este doble estándar periodístico exista la pretensión de encontrar un modelo ideal tanto para políticos derechistas como izquierdistas. Mientras a éstos se les exigía una imagen de seriedad que borrara ese prejuicio de que eran unos libertinos morales a quienes además, si no les gustaba algo de inmediato arrojaban piedras, levantaban barricadas o empuñaban los fusiles; a aquéllos se les pedía un poco de desorden en medio de una existencia aburrida y plagada de formalidades. El asunto es que, si los de un sector tienden a pasarse de la raya, sus rivales también pueden hacerlo. Que al fin y al cabo todos somos humanos.

No hay comentarios: