sábado, 6 de marzo de 2010

Debatir Para No Olvidar

Es innnegable que ante un desastre natural de proporciones, como el terremoto del pasado veintisiete de febrero, lo primero es auxiliar a las víctimas. Así lo han entendido los medios de comunicación y las autoridades, tanto salientes como entrantes. Las últimas, amparadas además, por el hecho de que este tipo de fenómenos es prácticamente imposible de predecir, al menos de manera precisa. Distinto a lo que sucede en eventos como el huracán Katrina, donde las chambonadas humanas que rematan en la pérdida de más vidas que las que es capaz de ocasionar la catástrofe en sí, queda en total evidencia ya al empezar la búsqueda de cadáveres.

Sin embargo, basta insistir un poco para descubrir que existieron ciertas cadenas de errores cuya consecuencia fue el aumento, por decirlo de algún modo, artificial de las muertes y los afectados. De acuerdo: mucho menor que en el caso de un desastre climático. Pero que no se pueden pasar por alto -de hecho han estado presentes en la información periodística de los últimos días-, debido a lo absurdas que llegan a ser. Por ejemplo, que la repartición de la Armada encargada de avisar el advenimiento de un tsunami, en su primera prueba importante, falle estrepitosa y escandalosamente, a pesar de que organismos internacionales desde el principio habían dado la alerta; sólo porque los marinos no se atreven a convertirse en el mensajero de las malas noticias, en especial, si tienen que afrontar el bochorno de que al final la situación no se dé. O que la Oficina Nacional de Emergencia, ante la indecisión y la ambigüedad, no opte por actuar de manera obvia y recomiende a los habitantes del litoral huir hacia los cerros. O que el mismo ejecutivo, desde la mandataria hacia abajo, recién diga que se produjo una "marejada" en las costas, cuando ya las radioemisoras locales han recogido suficientes testimonios para hablar de un maremoto hecho y derecho. Cuando menos, los lugareños y turistas que en esa aciaga noche pernoctaban en las costas chilenas, actuaron con sentido común y corrieron a zonas altas. Ellos demostraron que tenían cultura sísmica. Nuestros gobernantes también la tienen. Pero en esta evaluación fueron reprobados. Pues entre todas las alternativas, eligieron la pasividad.

Entre las edulcoradas e intelectualmente hablando hueras, aunque necesarias campañas solidarias, debe quedar un espacio siquiera minúsculo para el análisis y la discusión. Ya que, primero con la ayuda inmediata, y luego debido a la reconstrucción, estos detalles se olvidan y las personas quedan propensas a cometer de nuevo los mismos errores. No puede ser, por ejemplo, que edificios de reciente construcción se vayan al suelo o queden inhabitables, en circunstancias que la normativa chilena asegura lo contrario. Los responsables deben comparecer ante los tribunales por los daños que les ocasionaron a sus inquilinos. En Valparaíso, un bromista que dio una falsa alarma de tsunami corre el riesgo de pasar los próximos cinco años en la cárcel, si es acusado de cuasi delito de homicidio, por la muerte de una anciana producto de un infarto, al recibir dicha noticia. Si con esta persona la ley es implacable, así como con aquellos que se dedicaron al pillaje en las ciudades destruidas, ¿por qué no exigirle el mismo celo contra quienes, por ahorrarse unos centavos, ocasionaron tantas víctimas fatales y heridos?

Incluso, podríamos agregar las conductas de la humanidad en relación con su planeta, que tanto desvelan a los ecologistas. Porque, aunque un terremoto no sea incentivado por la emisión de gases, hay aspectos de la modernidad que los tornan más letales. La sobrepoblación y el hacinamiento en las grandes ciudades, son un buen ejemplo. Lo último, unido a la mala distribución de las tierras, donde enormes grupos humanos viven en espacios reducidos en las urbes mayores, mientras la población pudiente cerca los campos libres para demarcar sus tan extensas como inútiles "parcelas de agrado", modificando además el entorno a su regalado arbitrio, sin permitirse asesorar por un experto, sólo porque creen que al ser ricos lo saben todo y han adquirido una suerte de derecho divino para intervenir la naturaleza. Parece que muy pocos han tomado en cuenta un simple ejercicio matemático: es más probable que, frente a un desastre natural, haya más decesos en una zona poblada por un millón de habitante que otra que tiene las mismas extensiones, pero que sólo está habitada por doscientos mil. Y no se requiere consultar esa teoría de los mayas que, supuestamente, asevera que el mundo se acaba en 2012.

1 comentario:

Lester Aliaga Castillo dijo...

Hola, Galo.
Como siempre, un agrado leerte.
Espero que estés bien.
Yo aguanté el sacudón.
Un abrazo.