miércoles, 17 de febrero de 2010

Mentiras y la Guerra de Arauco

Aunque el refrán dice que "la historia la hacen los pueblos", en al menos la mitad más uno de los sitios no ocurre así. Aunque se trata de lugares donde justamente los pueblos no han sido protagonistas en la formación del Estado. Son los denominados países artificiales, frustrados o bananeros, cuyas estructuras han sido diseñadas por potencias colonialistas u oligarquías rastreras, de acuerdo a sus propios intereses y sin preguntarse si el resto de la población son seres humanos. Ahí, la historia ni siquiera la hacen los historiadores. Sí, la redactan; pero de acuerdo a las pautas o incluso los dictados elaborados por las clases pudientes, proceso en el cual ejercen como simples copistas.

Chile, y no podía ser de otro modo, se encuentra en la categoría mayoritaria. Y un buen ejemplo para demostrarlo, son las fechas de inicio y término con que se limita la llamada Guerra de Arauco, ese mítico conflicto que todas las fuerzas regulares establecidas en este territorio debieron lidiar contra los aborígenes mapuches. En especial, su año de cierre: 1880, cuando tiene éxito definitivo esa campaña invasora que, tal vez para oponer un antónimo lingüístico a la definición gramatical del enfrentamiento bélico, se le conoce con el eufemismo de "pacificación de la Araucanía". En realidad, dicha conflagración ya había concluido hace un siglo atrás, cuando a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, se celebraron decisivos parlamentos de indios, en los cuales los españoles renunciaban a conquistar las zonas al sur del Bío-Bío, con la condición de que su contraparte, los nativos indígenas, igualmente se desistieran de realizar incursiones al norte de la frontera establecida, o intimidaran a las plazas enclavadas al sur de ese límite. Fueron acuerdos donde ambos pueblos reconcían, al menos de modo tácito, la existencia del otro, y que tienen el tenor de un tratado internacional de paz definitivo, no de mera tregua o cese temporal de las hostilidades, como algunos pretenden hacer creer. Además, la guerra pasaba por un prolongado periodo donde los combates se volvían cada vez menos frecuentes, por lo que no es descabellado hablar de un tránsito hacia su extinción, el que los mencionados diálogos sólo se habrían encargado de confirmar.

Lo que luego montó la administración chilena, ya conseguida la independencia, no fue más que una vil ocupación que, en el marco actual del derecho internacional, sería considerada ilegal y como una amenaza para la paz del mundo. Una injustificable agresión de un Estado a otra organización territorial considerada autónoma y viable, que si bien no se circunscribía a los preceptos del sistema estadual nacional europeo, poseía una estructura y rasgos identitarios que la volvían fácilmente distinguible. Para peor, el gobierno criollo se presentó ante la opinión pública, local y extranjera, como un ente que pretendía ejercer soberanía en parte de sus dominios, entonces, supuestamente usufructuados de manera informal por "hordas de bárbaros y salvajes, enemigos de la civilización cristiana y capaces de los más atroces crímenes". Fue una jugada estratégica, muy bien urdida, que le permitió llevar un genocidio impune, si no apoyado, cuando menos tolerado por los connacionales que vivían en otras partes del país, cuya única informacción accesible eran los diarios que circulaban entonces. En el plano militar, tal principio también rindió sus frutos, ya que se desconocía a la contraparte como un ejército regular, representante de otro Estado, reduciéndolo a una pandilla de rebeldes, cuando no de delincuentes y sediciosos, muy similar a lo que hoy ocurre con la manida "guerra al terrorismo" impulsada por los EUA o las incursiones que efectúa Israel en contra de la Autonomía Palestina. Recordemos que es muy distinto el trato que se prodiga al soldado proveniente de un país soberano, al que recibe un guerrillero o un representante de un grupo paramilitar. Y para ganar la partida en los aspectos comunicacionales, la oligarquía chilena del siglo XIX consideró de esta última manera a los mapuches.

Se busca, para darle una justificación histórica y política a la seudo pacificación, que los indígenas fueron favorables a los españoles durante el proceso de independencia. Era lo más lógico, si ambas estructuras se habían prometido solidaridad mutua y de enemigos se habían convertido en aliados. Además, los mapuches aquí actuaron, aunque no estuvieran conscientes, conforme al derecho internacional, pues una estructura no regular trataba de apropiarse de territorios que pertencían a un Estado legalmente constituido, como era la Corona peninsular. ¿Que después rompieron o intentaron romper en varias ocasiones los acuerdos estampados en los parlamentos? Ninguna de esas incursiones puso en peligro las vidas de quienes habitaban al norte de la frontera. Y lo del "Rey de la Araucanía", no constituyó más que una anécdota, que el gobierno chileno solucionó declarando en interdicción al "monarca" francés (de nuevo, el Estado rebajaba a una organización autónoma, pues muchos caciques habían aceptado la propuesta del europeo). Lo único que se puede afirmar es el punto que ha dominado la redacción de este artículo: que una nación invadió a otra de manera ilegítima. Y que aún no abandona una jurisdicción que no le pertenece.

No hay comentarios: