miércoles, 10 de febrero de 2010

Carita de Beata

No sé si será por mi filiación evangélica. O porque, si hilamos fino, podemos llegar a concluir que todo este cuento que ha armado la iglesia católica respecto de la veneración a los santos, mejor dicho, de sus imágenes, se acerca más al politeísmo pagano que al mensaje de Jesús. Pero cualquier ciudadano medio, incluso el romanista medianamente observante -que a la larga, constituyen el ochenta por ciento de los seguidores de ese credo- tiene derecho y por qué no decirlo, también el deber de formularse la siguiente pregunta: ¿cómo es que Juanita Fernández, una monja que murió a los veinte años, que en ese momento contaba con sólo seis meses vistiendo los hábitos, puede, más aún en forma póstuma, escalar la cantidad suficiente de peldaños, y llegar a ser canonizada?; ¿cómo Laura Vicuña, una púber fallecida a los doce años, cuyo único acercamiento a la vida religiosa consistió en pararse durante algunos minutos frente al altar de su parroquia de arrabal, para admirar los íconos de yeso y madera, finalmente es declarada beata? Está bien: a veces los más insignificantes se pueden transformar en líderes mundiales, positivos o negativos; lo enfatizó el mismo Cristo y la Biblia ofrece abundante material sobre casos así, fuera de todos los ejemplos similares que presenta la historia secular de la humanidad. Pero además de esa explicación, los papas y obispos no convencen con sus argumentos acerca de intervenciones sobrenaturales o la supuesta actuación del Espíritu Santo. En realidad, la respuesta se encuentra en causas bastante terrenales, como para citar, la influencia que tienen cercanos al fenecido en determinadas áreas eclesiásticas, ya sea órdenes o sacerdotes preponderantes. Y en seguida, el carisma que demuestran los ya convencidos a la hora de defender a las personas que, dicen, se merecen el reconocimiento de las autoridades competentes no por sus obras realizadas en vida, sino por aquellas que han efectuado desde la ultratumba.

En este contexto, y como parodiando a la llamada "adoración de imágenes", necesita un sitio importante, precisamente ese elemento, la manida imagen, entendida en su sentido publicitario, pero que guarda una interesante afinidad con su acepción religiosa católica: imponer un punto de vista ideal, edulcorado y perfecto, de quien lo más probable es que en su paso por el planeta fue un ser humano común y corriente, con la única diferencia que era incondicional a un determinado credo, tanto en sus declaraciones como en sus actos. Esto ha pasado, por ejemplo, con la ya citada Laura Vicuña. Muchos de quienes la veneran -me quiero ceñir con ese término al significado específico que cada vocablo tiene dentro del dogma católico, donde dicha palabra se emplea en un contexto distinto e inconfundible a "adorar"-, se han sentido atraídos por el retrato pintado por un artista italiano, reproducido hasta el hartazgo por las monjas salesianas, que prácticamente se han apropiado de esta muchacha. En él, se nos muestra como una adolescente blanca, de pelo negro liso (por fortuna, el tipo provenía de la península de la bota, que si no, habríamos tenido que soportar a una inverosímil ricitos de oro), muy europea mediterránea, de estatura mediana a alta, y arreglada para posar en un comercial de televisión, da lo mismo si secular o eclesiástico. Pero una investigación en que participaron, entre otros, peritos policiales, dio con el verdadero rostro de la chiquilla: uno de facciones patagónicas (su zona de origen y donde vivió casi toda su corta existencia), arisco aunque inocente, con rasgos claramente mestizos como los pómulos altos y los ojos pequeños, contextura física propia de las niñas pobres de comienzos del siglo XX, y quien por cierto desconoce la forma adecuada de posar para una foto. Para salvar el desconcierto generalizado, las religiosas que custodian sus recintos de oración, han afirmado que cualquiera de las dos figuras es legítimas, y que sería "fascista", entronizar una por encima de la otra. Discurso para la galería: el cuadro pictórico le lleva décadas de ventaja a la toma fotográfica en blanco y negro, por ende ya es la cara oficial de la Vicuña, y eso dentro del marco del catolicismo es un factor de peso, aunque en este caso hablemos de consensos consuetudinarios. Y además, la joven está en proceso de ser declarada santa, por lo que una perturbación de esta envergadura, de seguro permanecerá un buen tiempo bajo la alfombra, al menos hasta que el circo termine.

Uno conoce el reglamento que la iglesia católica ha redactado para regir estos asuntos. El cual es demasiado estricto, aunque sus propios defensores lo han roto en varias ocasiones (recordar los escándalos que produjeron las canonizaciones de Escrivá de Balaguer o de Teresa de Calcuta). La cuestión de los milagros imprescindibles y su superlativo nivel de magnitud está clara y precisamente detallada. Pero los elementos anexos siempre juegan un rol importante. No olvidemos que al mismo Cristo se le pinta con los cabellos largos y de un reluciente rubio ondulado, además de agregarle ojos azules. Dibujos que tenían una finalidad específica: convertir de manera rápida y masiva a los bárbaros, que se había apoderado del imperio romano y por lo mismo, constituían una amenaza para el poderío eclesiástico, en una época en que el cristianismo unificado ya empezada a autodenominarse como catolicismo. Es por ello que ciertos tipos se han lanzado a reconstruir el que creen debió ser el auténtico rostro de Jesús, ocasionando diseños polémicos como el que hace algunos años exhibió una televisora por cable, donde el Mesías no se destacaba por su atractivo físico. Quizá por tal motivo, los propios romanistas son flexibles al respecto, y permiten que en América Latina, Asia o África, florezcan los retratos del Salvador que lo presentan con rasgos indianos, mestizos, afros u orientales. El problema es que no han liberado de la misma manera los cuadros de sus "venerables", que en ciertas ocasiones les importan más que el propio Señor. Ese mismo que proscribió las imágenes, porque en el imaginario colectivo, desde tiempos ancestrales, siempre ha existido la tentación de erigirlas como dioses.

La respuesta a la interrogante del primer párrafo es simple: familiares y amigos del devoto penetraron en las altas esferas del papismo y ahí lograron conmover a un personaje influyente que luego fue con la novedad donde sus superiores. Juanita Fernández, alias Teresa de Los Andes, provenía de una familia acomodada que de seguro no quería que su hija y hermana, muerta prematuramente y sin haber dejado descendencia, se perdiera con la irreversible descomposición de su cadáver, tal como lo hacen los ricos de hoy, que montan monumentos o fundaciones en honor de algún vástago fallecido. En el caso de Laura Vicuña, sus cercanos fueron auxiliados socialmente por las monjas salesianas, a las cuales les narraron la vida de la pequeña (los pobres, y si no me creen vean los reportajes sensibeleros de la televisión, son capaces de emocionar hasta a las piedras). Luego vinieron las imágenes-resumen, edulcoradas y de aspecto publicitario. Y siempre tras cartón, los milagros atribuidos, que a fin de cuentas, sólo ponen la guinda de la torta, en los aspectos judiciales, para decir que todo está en orden y que el orden es un aspecto de la divinidad. Pero insisto: de sobrenatural, poco y nada.

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