miércoles, 14 de octubre de 2009

El Esplendor Colonialista

Todos sabemos que la llamada lengua de Cervantes está regulada por un organismo denominado la Real Academia Española, coloquialmente RAE, que fija la gramática, la ortografía y el diccionario del idioma. Esta institución, por motivos lógicos, tiene su sede central en ese país de la Península Ibérica; pero cuenta con filiales en todos aquellos lugares donde el español es oficial, e incluso, en dos donde no lo es: Estados Unidos y Filipinas. Su labor está, de algún modo, contenida en su lema: "limpia, fija y da esplendor".

Pero, ¿ cómo lleva a la práctica los propósitos para los cuales fue creada? Ante todo, dejemos en claro que las principales lenguas europeas, cada una de ellas, cuenta con una academia en su país de origen, que igualmente determina los ítemes ya nombrados en el primer párrafo. Así las hay, por ejemplo, francesa e inglesa - esta última, también con el mote de "real"-. Sin embargo, la hispánica guarda una interesante diferencia con respecto a sus símiles, y que está dada precisamente por aquella particularidad de contar con sucursales en las diversas naciones que comparten dicho habla: sus decisiones son vinculantes. Es decir, si los mandamases asentados en la Iberia establecen que una palabra debe escribirse con c, s, j, g, x: todos debemos acatar sus conclusiones y reproducir el citado término de tal o cual manera. Por otra parte, si aparece y se masifica un vocablo desconocido en tal o cual territorio, la filial local puede recogerlo, pero no tiene la facultad de oficializarlo, porque ése es un derecho exclusivo de la mencionada RAE, que recibe cada cierto tiempo las propuestas de sus dependientes. Y de manera arbitraria, la matriz puede rechazar o aceptar la moción: si se opta por lo primero, el citado vocablo simplemente no existe y no puede ser empleado ni en el mensaje oral ni en el escrito. Si en cambio, la decisión es positiva, la palabra pasa a formar parte del diccionario, donde, pese a adquirir rango universal, se recomienda su uso sólo en la zona desde donde su formalización fue pedida.

Pues bien. Ocurre que la RAE es la única institución de su tipo que tiene un carácter vinculante. Su par francés toma decisiones que sólo son seguidas por sus hablantes europeos -Bélgica, Suiza, la propia Francia-, pues los francocanadienses poseen sus propios organismos. Idéntica situación se da en el caso del inglés, cuyos regidores fijan estatutos sólo para Inglaterra, pero por ejemplo, Estados Unidos cuenta con su propia norma, mismo camino que han tomado Canadá, Australia, Sudáfrica e incluso Irlanda: una situación que conocen especialmente los estudiantes que se adentran en los distintos dialectos y geolectos que exhibe dicha lengua. Tal realidad, por una parte tiene su aspecto positivo: ha mantenido al español como una entidad cohesionada en los múltiples lugares donde se habla, impidiendo de paso el resquebrajamiento de su ser en una incontable cantidad de criollos mutuamente ininteligibles. Hasta cierto punto, ese factor ha sido clave en el hecho de que estemos frente a la segunda lengua más populosa del planeta. Pero por otro lado, ocasiona situaciones que pueden ser tachadas de colonialismo. Al someterse a la matriz ibérica, los asociados también han concordado en considerar aquellas palabras surgidas en otras latitudes como regionalismos -americanismos o africanismos, si provienen de Guinea Ecuatorial-, con las condiciones descritas en el párrafo precedente. Muy por el contrario, las palabras de creación reciente que nacen en España, tienen rango internacional, aunque claramente sean meros modismos y a veces idiotismos sostenidos por un grupo social o generacional de aquel país. Así, el diccionario detalla minuciosamente la procedencia de términos que hoy poseen una aceptación univeral, como cancha o huracán, mientras que el verbo esnifar, poco conocido fuera de Europa, cuenta con el privilegio de no verse acompañado por una cita que recuerde su sector de fundación. Incluso se dan sutilezas muy curiosas y por lo mismo aberrantes: si uno busca la palabra "pico" -desafío a que lo hagan en www.rae.es- encontrará que, entre sus variadas acepciones, está una que indica "vulgar: en Chile, pene". Si luego se hace el mismo ejercicio con "polla", notará que aparece "vulgar: pene"... ¡ pero no se menciona el nombre del país! Y todos sabemos que se trata de un modismo español. Y lo mismo vale para "pija", "pinga" o cualquier otro sinónimo. ¿ Por qué, hasta para ser malhablados o desahogarnos por algún mal momento, tenemos que ser gallos castizos? Bueno: en realidad no castizos, sino sometidos al imperialismo filológico.

Esta sujeción se dio por un hecho muy simple de explicar. Ningún país de habla hispana, ni siquiera la propia España, ha sido potencia mundial o ha pertenecido al Primer Mundo después de la Revolución Francesa, que es cuando se consolidan los Estados de la forma en que los concebimos actualmente, así como se definen los conceptos de democracia y soberanía de manera moderna. Ninguna nación ha llegado al nivel de Estados Unidos, Canadá, Australia, Austria o Suiza, o incluso de Brasil, que sigue una norma propia para el portugués, que por cierto tiene bastantes particularidades. Los norteamericanos, cuando empezaron a erigirse en lo que son hoy día, decidieron ir adelante con su propia versión del inglés, incluso tragándose las burlas de los británicos, que los consideraban niños que recién estaban aprendiendo a balbucear. También el resto de los territorios recién nombradas, donde es oficial una lengua anfitriona, no una nativa. Una muestra más de la sumisión colonialista de los latinoamericanos, en conclusión. Algunos proponen que el llamado " español americano", que se usa en las traducciones y doblajes de películas, puede constituirse en una ruta de emancipación. Pero cabe recordar que esa variante arraigó en el subcontinente desde Estados Unidos, donde la utilizaron los inmigrantes, de preferencia mexicanos, por una imposición de Hollywood. Y salvo en el campo lingüístico, ya sabemos quién manda en esta parte del mundo.

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