domingo, 3 de julio de 2016

Karadima Olivera

No sólo conmoción causan las acusaciones de la atleta Érika Olivera en contra de su padrastro, el pastor evangélico Ricardo Olivera. Sino que también sorpresa. Pues la fondista siempre había denunciado el maltrato que a ella, sus hermanos y su madre les infringía el jefe de hogar, donde como es moneda de uso corriente en estos casos se incluían los castigos físicos (entre ellos, la obligación a realizar extenuantes ejercicios, que irónicamente fueron el antecedente de su transformación en deportista). Sin embargo, por primera vez añade la ocurrencia de abusos sexuales, en una confesión a la cual la denunciante le dio tal cariz, que a diferencia de entrevistas anteriores, no utiliza la palabra padre, por lo que recién ahora muchos nos enteramos de que su supuesto agresor no era su progenitor biológico.

Si los hechos que señala Érika son ciertos, entonces Olivera quedaría al mismo nivel que Fernando Karadima. Pues en varias iglesias evangélicas, sobre todo las más tradicionales, se profesa el principio de la preeminencia absoluta de los padres sobre los hijos, y la debida honra que éstos deben entregarles a aquellos -que va mucho más allá del simple respeto- lo que implica evitar cuestionar sus decisiones aunque se trate de las más absurdas imaginables o vayan en directo perjuicio de los demás componentes del hogar: pues el matrimonio y la familia serían instituciones divinas. Una postura que deja al jefe de la casa en una situación equivalente a la del sacerdote respecto de sus fieles y especialmente de sus discípulos escogidos cuando los hay. Tomando en cuenta que entre los reformados no cabe el celibato consagrado -a veces ni siquiera el celibato-, que la formación teológica de los pastores suele ser bastante inferior que la de los curas -cuando no estamos frente a autodidactas o derechamente legos- y que un ministro de un templo de barrio por causas obvias no tiene acceso al bagaje cultural que puede proveer una organización internacional como el catolicismo: tenemos que una de las mayores aspiraciones de un líder espiritual no romanista consiste en manejar una vivienda -al estilo de como lo propone Pablo en I Timoteo 3:4-5- y por ende donde más se manifiesta, o se debe manifestar su condición de maestro es sobre quienes moran allí dentro.

Muchos cuestionan a Érika por la cantidad de años que tardó en denunciar esto, y por el hecho de que se trate de una revelación por partes, donde queda la impresión de que la atleta agregó el asunto del abuso sexual con la finalidad de que la opinión pública se vuelque de manera decisiva contra su padre, a causa de la facilidad conque algunos asocian otras formas de maltrato infantil con disciplina familiar. Les anuncio a quienes opinan así, que los demás hijos de Ricardo Olivera, al menos, no suelen referirse a él de manera elogiosa, y más de uno está de parte de su hermana. Pero nuevamente podemos analizar el asunto en el marco de la preeminencia. Volviendo al asunto Karadima, sus acólitos callaron durante décadas -y varios todavía le son leales- producto de la estricta sumisión que le dedicaron a un emisario de la divinidad, ni más ni menos. Fuera de que siquiera en teoría se trataba de una entrega voluntaria; no una sujeción impuesta como ocurre al interior de un hogar. Además de que esos muchachos podían crear una red de defensa a través de sus parientes, amigos y cónyuges, que de preferencia pertenecían a los sectores acomodados. Cierto que el sacerdote también ostentaba un importante muro de protección (la iglesia católica por supuesto, y luego otros miembros de los estratos altos) que un pastor no sería capaz ni de soñar. Sin embargo, la afectada simplemente no encontraba a qué atenerse, por acaecer las agresiones dentro de su casa, por lo que al final se trataba de una reproducción a escala de lo obrado por cualquier cura malicioso. Aparte de que el sujeto era líder de una congregación, lo que volvía la coyuntura de la fondista todavía más miserable.

No faltarán quienes digan que se trató de un único caso, a diferencia del mencionado Karadima o de Marcial Maciel. A quien justifique las cosas con ese argumento, deberían encarcelarlo por cómplice de violación. Simplemente, Ricardo Olivera sólo abusó de una persona porque no contaba con el suficiente poder para dar rienda suelta a sus perversiones con más seres humanos. Por otro lado, algunos le recordarán a este servidor que él mismo ha defendido la tesis de que siempre será menos fácil para un pastor que para un cura cometer estas atrocidades, porque no tiene una organización tan importante que le cuide las espaldas. Debo reconocer que aquí, al menos parcialmente, se da una excepción a aquella explicación. Al tratarse de una situación individual, acometida por el ministro de una comunidad arrabalera, que probablemente -no lo sé con certeza- sea autocéfala, y en en el mejor de los casos integrante de una de las tantas congregaciones evangélicas sin relevancia que pululan en Chile y que por ende no despierta ni ofrece interés, este sujeto pudo llevar adelante sus abominaciones sin provocar sospecha ni temor a que un medio informativo lo apunte con el dedo. Y de no ser la víctima alguien con cierta fama, quizá jamás nos habríamos enterado y este tipejo sólo habría sido recordado como un gran líder entre quienes oyeron sus sermones. Por eso los evangélicos debemos presionar para que se retire de sus labores eclesiásticas y si todo resulta verdadero, condenarlo de idéntico modo como se hace con la homosexualidad, el aborto o el libertinaje. Que se trate de un pobre diablo no significa que no se le deba reconocer como un demonio

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