Hace unos días, el gobierno de Australia anunció que comenzará una campaña para erradicar a todos los gatos asilvestrados que se encuentren en ese país, mediante la colocación de cebos envenenados y la caza directa. Resulta que hay un grave exceso de población de estos felinos, lo cual ha ido en desmedro no sólo de otras mascotas y de animales de granja, sino de muchas especies autóctonas, algunas de las cuales le han dado una considerable fama a la isla-continente, y que han visto mermado su número debido a que los intrusos les han venido ocupando su hábitat y además los están usando como alimento. Por ello los tratarán de exterminar como si fueran simples ratones, pese a los eventuales reclamos de los defensores de los derechos de los animales, quienes en todo caso, al parecer han optado por no levantar la voz.
Independiente de las opiniones a favor o en contra que se pueden generar en torno a esta clase de medidas, lo interesante es constatar cómo los sentimientos que despierta una determinado animal, la cual llega a ser tomada como símbolo de lo que no se le debe hacer a los llamados "hermanos menores", al final se vuelven perjudiciales para otras especies al punto de amenazar el equilibrio natural mismo. Algo similar a lo ocurrido en Australia acaece en la actualidad en Francia, donde la excesiva población de gatos, incluso de aquellos que no han sido abandonados, ha redundado en una disminución de las aves, que los mininos suelen atrapar por sorpresa. A eso se puede agregar lo que está aconteciendo en África y América Latina, donde los perros callejeros y vagos ya no se contentan con el ganado o las personas que hallan desprevenidas por ahí, sino que también están atacando a la fauna oriunda de cada territorio. Todo ello, frente a la escasa sino nula capacidad de reacción por parte de las autoridades, en gran parte debido a la presión ejercida por parte de grupúsculos que si cuentan con conocimientos sobre ecología, son los más banales y seudocientíficos que se pueden imaginar; pero que a cambio cuentan con un significativo poder económico y excelentes contactos sociales y políticos..
Y he aquí el meollo del problema. Los pro animal posee una mirada tan superficial como dañina, que empieza y termina en aquellas especies utilizadas exclusivamente como mascotas, y que irónicamente, tienen un origen artificial, ya que son el resultado de la domesticación de otras -el gato salvaje europeo o el lobo-. Es cierto que no faltan quienes protestan por la situación de los circos o de las fábricas de cecinas. Sin embargo, mientras en el primer caso se trata de una fauna que han observado sólo en documentales y películas edulcoradas, y de las cuales por ende tienen una visión en extremo romántica, en el segundo hablamos de bestias que por el tipo de familiaridad que se crea hacia ellas, a la larga se les viste con su propio halo idealizado (los cerdos, al igual que los perros y los mininos, abundan en las fábulas, los relatos infantiles y los dibujos animados). En definitiva, o se trata de una atracción primigenia -que no se detiene a examinar las causas de por qué ciertas especies llegaron a transformarse en domésticas-, o de una opinión formada a partir de información exótica y mediatizada por un determinado narrador (y los de la televisión por cable, vaya que poseen fórmulas particulares e innovadoras de hacer penetrar su mensaje). Pero en caso alguno nos encontramos frente a una persona que ha leído un libro de biología o ha salido a explorar al campo o al bosque, y por lo tanto todas sus conclusiones han pasado por el cedazo de un discurso emotivo o antojadizo.
Lo que a fin de cuentas, torna a la parafernalia pro animal en palabrería huera. Propia de ociosos egoístas que no se esfuerzan en adquirir datos más allá de los que les proporcionan los instrumentos que son el resultado de su misma comodidad, a saber, las mascotas y el televisor. No cabe la preocupación por la gente que es atacada por perros o gatos, ya sea de manera directa o a través de las infecciones que estas especies pueden portar. Ni siquiera es admisible el perjuicio económico que a un habitante del campo le genera la destrucción de su ganado, ni de las consecuencias que significa la desaparición de la fauna nativa. En conclusión, los adoradores de bestias sólo son niños alimentados, mimados e ignorante que sólo le ocasionan daño a aquello que aseveran proteger.
lunes, 20 de julio de 2015
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