domingo, 14 de septiembre de 2014

Letanías Por El Azar

Como solución a su propuesta de terminar con la selección en los establecimientos educacionales primarios y secundarios que son apetecidos por sus altos niveles de calidad, el gobierno busca remplazar dicha práctica por el sorteo, arguyendo que este último mecanismo deja en igualdad de condiciones a todos los postulantes y no sienta diferencias a priori, que es lo que ocurriría con los exámenes de admisión, donde las respuestas de los alumnos dependerían del entorno familiar y social en el cual han sido criados. La iniciativa ya se está aplicando en los colegios públicos, en teoría como proyecto piloto, pero con un grado de extensión que hace pensar que las autoridades están decididas a incluirla a cualquier costo dentro de la reforma estudiantil que se avecina, pues están seguros, con estudios en mano, que es la mejor opción posible. Un programa de televisión acaba de emitir un reportaje, algo tendencioso, pero de todas maneras muy cercano a la realidad, donde se muestra la angustia de unos apoderados que ven cómo la instrucción que desean legarle a sus hijos depende de una tómbola.

Puede ser que el azar cumpla, siquiera a medias, con las inferencias que los expertos le están susurrando a las autoridades. Sin embargo, este sistema es inaplicable a la educación. Simplemente, porque no es serio. Es preciso recordar que la suerte está relacionada con las supersticiones y las creencias populares -más bien vulgares- anteriores a los descubrimientos científicos, los que precisamente se pretende informar a través de una instrucción de calidad. Además de que se encuentra especialmente ligada a los juegos de apuestas, que junto con el alcohol y el tabaco constituyen potenciales vicios relacionados a su vez con la barbarie y la brutalidad, por ende contrarios a la civilización, algo que también se trata de inculcar mediante la enseñanza. Es muy difícil que un profesor le aconseje a sus alumnos que adquieran billetes de lotería, pues es una cuestión que va en contra de los valores que pretende -y le exigen- impartir. Así como tampoco es probable que les exprese a sus pupilos que las cosas ocurren por un asunto mágico (ni siquiera en clases de religión) o propio de la superchería. Incluso se han efectuado campañas para frenar la ludopatía en los casinos y se han realizado esfuerzos para retirar las máquinas tragaperras existentes en los almacenes de barrio. Por ende es que se abre una legítima interrogante, ¿cómo el docente podrá convencer a los estudiantes de un establecimiento de calidad, en el sentido de que la fortuna es negativa, cuando estos mismos muchachos están ahí gracias a ella?

Pero además cabe consignar otro aspecto. El azar cobra mucha importancia en las sociedades desiguales e injustas, donde las escasas opciones de surgir impulsan a las personas a depositar su esperanza en los juegos de apuestas como una forma de salir de manera rápida y fácil de su mediocre situación. Más aún: incluso los entendidos señalan que quienes han emergido de estos ambientes a base de esfuerzo individual, hasta cierto punto resultaron beneficiados con una cuota de fortuna, ya que en el momento propicio se toparon con el o los sujetos que les entregaron el empuje definitivo. Pues bien. Se ha repetido hasta la redundancia que Chile es una de dichas sociedades adversas, y prueba de ello es el modelo educacional que opera en el país, de mala calidad y además muy diferente de acuerdo al estrato social al que atiende el determinado establecimiento. Y como contrapartida, también se ha insistido en acotar que el método para superar tal desequilibrio es precisamente la instrucción, que le entregará mejores herramientas a los niños pobres para que acaben superando esa condición ya de adultos. Sin embargo, finalmente la misma educación, caballito de batalla contra el desnivel social, acaba también siendo arrojada a la tómbola, uno de las tantas maneras en las cuales estas culturas terminan embobando al populacho a través del recurso del "panem et circenses" que lo mantiene atrapado en una diversión constante que le impide reflexionar acerca de su condición.

Uno está de acuerdo en que, al menos en la enseñanza primaria, la selección debiera ser abolida o al menos reducida a su mínima expresión. Pero cabe agregar, acto seguido, que siempre existirán muchachos que, por diversas circunstancias, estarán aventajados respecto del resto y por lo tanto requieren de un sistema que responda a sus inquietudes educativas y les permita transformarse en un aporte al país, que es lo que finalmente se busca con la educación de calidad. Además es sospechoso que se insista tanto en contra de los exámenes de admisión cuando otros aspectos de la reforma educacional están siendo modificados, como el asunto del lucro, que al parecer será autorizado incluso para quienes sostengan colegios subvencionados por el Estado, aunque bajo estrictas normativas. Se pretende dar una imagen de consecuencia a través de la determinación que es más fácil llevar adelante. Y cuando ni siquiera se ha partido con una iniciativa que busca, a la larga como corresponde, que todos los establecimientos sean de calidad y que ningún apoderado ambicione matricular a su hijo en alguno específico.

                  

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