domingo, 8 de junio de 2014

Rey Muerto y Rey Puesto

Tras la abdicación de Juan Carlos de Borbón y Borbón al trono de España, se ha podido constatar dos situaciones. Primero, que una vez más se confirma la máxima de "a rey muerto (o renunciado, que para el caso es lo mismos), rey puesto, con el traspaso de la corona a manos del hijo mayor del ahora ex monarca. Segundo, que como ha ocurrido en cada ocasión que la monarquía peninsular, independiente del motivo, se vuelve noticia en los medios masivos de comunicación de ese país, sus detractores se vuelcan a las calles pidiendo su abolición, ya teniendo como pretexto la coyuntura económica, el hecho de que este sistema de gobierno fue restaurado por el dictador Franco, o la acusación de que se trata de un anacronismo que contradice los principios de cualquier democracia occidental.

España -y esto ha quedado en evidencia durante las últimas décadas- tiene un importante e histórico problema de unidad nacional, el que queda demostrado por la constante tensión que existe entre las autoridades centrales -independiente de la tendencia política que representen- y los regionalismos, que en épocas recientes, y sin que el país transite hacia una estructura federal -algo impedido precisamente por la gestión de los nacionalistas centralistas-, han adquirido una inusitada preponderancia, al punto que las lenguas locales han experimentado un significativo avance mientras en otros Estados europeos continúan retrocediendo. Esto se ha tornado más que evidente en sectores como Cataluña, donde el grueso de la población se comienza a inclinar en favor de la independencia. Que lo más probable es que no obtengan, realidad que empero no los ha frenado al momento de sancionar leyes que incluso contradicen tradiciones ancestrales españolas, como la prohibición de la tauromaquia. Todavía más, expertos aseguran que jamás ha existido una identidad común allí, salvo la situación geográfica de hallarse en una península separada del resto del continente por la bastante alta cordillera de los Pirineos, y aún esa coyuntura no constituye un factor decisivo, pues en ella también se sitúan Portugal y Andorra, que los más integristas quisieran ver formando parte de la entidad hispana.

Resultado de constituirse como Estado nacional recién en 1492, con la conquista de Granada, cuando Europa ya transitaba por el Renacimiento. Y de sólo meses después, verse favorecidos con el descubrimiento de América, que les entregó una enorme cantidad de territorios que no estaban preparados para administrar. Además de la gran cantidad de señoríos heredados por Carlos de Austria pocos años más tarde. La unidad española fue impuesta desde arriba, ya fuese mediante el trabajo de los llamados Reyes Católicos -y sus sucesores- o de la iglesia romana, que aquí mantuvo una especial servidumbre para con el Papado. Es muy sintomático que Isabel y Fernando hayan sido reconocidos para la posteridad con ese apodo, pues tras haber erradicado por completo a los árabes, establecieron esa religión como la única posible de profesar por sus súbditos, lo cual significó la expulsión de los judíos y musulmanes cuyas familias llevaban siglos viviendo en la península ibérica, aparte de una férrea persecución contra los reformados. Han sido esos dos pilares los que desde entonces han sometido una estructura en la cual no ha participado el pueblo raso, y si ha sido considerado, siempre fue a través de medidas de fuerza. Más aún: España es uno de los dos territorios europeos en donde la monarquía permaneció suspendida por más de cuarenta años pero finalmente acabó restaurada. El otro caso es Inglaterra, que guarda muchas similitudes: es un Estado dividido en cuatro "países constituyentes" (uno de los cuales, Escocia, también está pujando por su independencia) y que se mantiene gracias a su peculiaridad geográfica, en este caso un archipiélago, que al igual que sucede con los hispanos no es controlado totalmente por la administración política, ya que convive con la república de Irlanda.

El problema para España -y que los oportunistas que hoy están jugando a republicanos no se han siquiera detenido a considerar- es que si uno de esos pilares sucumbe, el otro asumirá la completa responsabilidad de mantener una unidad nacional que en muchos aspectos sigue siendo artificial. Y la iglesia católica no es precisamente signo de permisividad o de autonomía regional. Ni siquiera es garantía de democracia. Algo que ha quedado muy demostrado con los vínculos muy estrechos que los obispos mantienen con los grupos más reaccionarios, debido a coincidencias en aspectos morales, pero también culturales y sociales. De hecho, esos grupúsculos han venido manifestando su propio desprecio por la monarquía, en especial después que el ahora abdicado Juan Carlos frenara el golpe de Estado en 1981. Quizá hoy abrigan la esperanza de que el nuevo rey sea favorable a sus propósitos. Es de esperar, para el bien de la ciudadanía española, que esa corona que parece oxidada continúe perfilándose al menos como un posible contra poder, cuestión que los republicanos de último minuto deberían esforzarse en garantizar

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